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Un retorno que parece eterno

Un retorno que parece eterno

La consecuencia más grave del discurso del odio es que siembra una desconfianza irracional entre la gran mayoría del electorado

Lunes, 13 de diciembre 2021, 07:16

Estamos volviendo a pelear las guerras civiles que plagaron nuestro siglo XIX y la mitad del XX. Guerras que se desarrollaron en dos ejes: uno, liberales revolucionarios contra conservadores tradicionalistas; el otro, designado indistintamente como el centro contra la periferia o la urbe contra el ... campo; si bien, en tanto que guerra cultural entre cultura urbana y cultura provincial, podría considerarse esto último como un tercer eje, proporcionando así tres dimensiones al conflicto. Para más inri la guerra civil de 1936 se mezcló con una «revolución proletaria», la cual constituiría un cuarto eje (adiós, geometría clásica): la lucha de clases. No se debe hablar de guerra civil a la ligera. Esta va más allá del sectarismo, acompañado de un cierto grado de polarización, inevitables en un sistema de partidos; más allá de las tergiversaciones, las verdades alternativas, las mentiras flagrantes; más allá de la corrupción del sistema; más allá, incluso, de la falta de cooperación en asuntos de Estado o en política internacional; todos ellos asuntos desgraciados que desgastan el sistema democrático, pero que no alcanzan el nivel de conflicto caracterizado como Guerra Civil. Uno habla de guerra civil, aunque en primera instancia sea fría, cuando percibe que se han traspasado determinadas líneas rojas, la más evidente el «discurso del odio». Cuando este predomina de tal manera que desplaza a la insignificancia cualquier otro razonamiento y es practicado sin miramientos por ambas partes; al punto de no aportar otras razones de peso para mantenerse en el poder, aquel que gobierna, o para hacerse con el poder, quien está en la oposición.

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