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Hoy se vigila constantemente la productividad en la empresa, sea pública o privada. Curiosamente, cuando hablamos con alguien que tiene o viene de una reunión de trabajo programada, donde nos parece que no se produzca demasiado, vamos, no da la sensación de que se trabaje ... mucho.
Dejando al margen a los mayores, a los del pelo despedido con honores, que poco se les ve como no sea por cosas de su pensión -por cierto generalmente escasa y bien sudada- y van a las reuniones con portafolios, el resto, los que ahora tienen trabajo y los que lo buscan suelen ir con mochila y necesitan el suelo limpio para depositarla porque tienen reuniones mínimo dos o tres veces al día, quince veces por semana, en una suerte de «reuniones reunidas», según un reciente estudio.
Me pregunto, ahora que tanto se legisla, si ¿no sería posible una ley que impidiera más de una reunión al día? Supondría un alivio extraordinario.
De todas formas, en nuestra modesta opinión, además del lastre del tiempo perdido reunidos existen otros factores por los que nuestra productividad es menor que la de muchas de las naciones europeas, y no digamos de Japón o de otros países de esos que prefieren producir y no vivir, lo que no deja de ser una elección endiablada.
Por lo tanto, la idea de trabajar más intenso y organizado, es decir, producir mejor, parece obligada y acertada. Pero se nos caen los palos del sombrajo cuando vemos que además hay que encajarlo con el trabajar menos horas o hacerlo un día menos por semana. Así se pasea más, pero no sabemos si valdrá la pena el esfuerzo si ya juergueamos lo suficiente y además estamos jubilando a la gente a los 50 años sólo porque los bancos se fusionan y se les permite con promesas vanas de respetar el empleo.
Otro factor que no ayuda es el reparto de productividad incorporado al salario que se lo suelen llevar, al menos la mitad, los cargos directivos y la otra mitad, sobre todo en las empresas públicas, se reparte equitativamente. Pues vaya incentivo baldío para el que cumple objetivos observando al compañero indolente de cafelito en cafelito con igual salario. En fin, trataremos de comentarle estos extremos a la ministra que, además de vicepresidenta y comunista, parece muy amable y seguro que lo incluye todo en la futura reforma laboral que ella sabrá manejar con encaje de bolillos, por aquello de gallega y de conocer Camariñas. Por cierto, ¿no perciben una especie de calma interior estos días? Esta semana no se habló ni de puigdemones ni de orioles ni del resto de golpistas sediciosos malversadores que parece ser que están de pinchitos y de terrazas tras el indulto. ¡Qué paz se respira!
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