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«Presta a todos tu oído pero a pocos tu voz», dice entre otras cosas Polonio a su hijo Laertes en 'Hamlet', y es que la atención junto a la discreción permiten una amable concepción del discurso, que para que sea legible ha de contar ... alternativamente con sonidos y silencios. La palabra ha de ir acompañada de espacios, más o menos largos, en los que la reflexión y la capacidad de discernimiento surgen, y con ello la respuesta más adecuada a nuestros intereses u objetivos.
Comunicarse mediante la palabra es lo más común, además de lo más necesario, porque nos acerca al otro, permitiéndonos compartir, o ser los unos con los otros, por eso lo normal es que hablemos todos, y en ocasiones sin parar. La ansiedad provocada por una convivencia globalizada, en la que se da una enorme invasión de información, hace difícil una atención normal, que permita seguir el ritmo del intercambio de los intereses en discusión, de aquí que nos vayamos acostumbrando a la práctica de monólogos artificiales, en ocasiones con poco sentido, cuyo fin es el del enmascaramiento de situaciones concretas.
Pero en la comunicación, lo importante es que el silencio se conciba como algo esencial de la misma. Cuando en una conversación permitimos su presencia, damos a la vez al otro la oportunidad de la reflexión o enriquecimiento de la información, que se podrá complementar con la que ya poseía, porque siempre la finalidad de un proceso de comunicación es la de transmitir a la vez de recibir información, no la de tener razón y esperar que me la den, o la de pensar que estamos en posesión de la verdad, teniendo siempre presente que el silencio marca el tiempo cuando la pretensión es la de obtener una melodía arquitectónicamente bien estructurada. Es la prenda más productiva, la más rica y estimulante.
Por eso, el silencio ha de responder a un hecho natural dentro de una conversación. Es el espacio más productivo, al permitir que nos acerquemos a los sentimientos del otro, incluso nos facilita la enfatización de aquellos aspectos para nosotros más significativos como, pasajes, frases, que trataremos siempre de situar al final del mismo, aunque esto requiere del interés o la cercanía emocional del otro, o de otra forma, «que su oído esté atento». La composición musical del proceso debe discurrir por estos cauces, y si las exposiciones no están manipuladas por intereses espurios, siempre se llegará a un acuerdo grato y positivo entre las partes.
Trasladando este campo al de la política, y de forma especial al de una política en la que se conjugan diversos y plurales intereses, el primer objetivo habrá de tener en cuenta la posibilidad de que el débil no sea perjudicado, a la vez de buscar el logro de los máximos beneficios para todos las partes, presentes y ausentes, y sólo después y como apéndice, se intentaran apuntalar aquellas ganancias que de forma especial conectan a los diversos interlocutores.
En este momento socialmente convulso, cuya inquietud trasciende al ambiente militar, estamos observando diversos mensajeros, en cuyas mochilas, normalmente priman sus intereses específicos, o los que se encargan de representar, aspecto que como es lógico no es la mejor forma de enfrentarse a un tema de carácter universal. Primero, porque lo que ha de ser una delicada y sutil armonía, lo convertimos en un popurrí de intereses plurales y en ocasiones contrapuestos. Los permanentes cambios de ritmo no son adecuados porque la armonía final no puede ser fruto de retazos. De aquí que el silencio como bálsamo de un momento trémulo ha de cultivarse para que con él nazcan nuevas y ricas ideas.
La evocación de recuerdos es normal, y más de aquellos que nos acercan a momentos grandilocuentes. La URSS, que por el peso de la realidad desapareció, y con ello el esplendor de Rusia como nación europea. Aunque en el reparto del armamento nuclear con Ucrania se quedó con Sebastopol, lo que le permite la salida a aguas calientes. Del desgarro que supuso su desaparición quedó un poso de frustración, pena y añoranza en sus habitantes, y nació un deseo de reconquista, primero pivotada por su enorme influencia en varios estados cercanos y lejanos, y después por la guerra de Chechenia, la reconquista de Crimea, y el incremento de su influencia en la región de Donbass, como paso previo a la entrada en Crimea. Eso indica el por qué de la acumulación y exhibición de tropas en sus fronteras.
La respuesta impresiona por el desconcierto, por la suma de viajes de presidentes, europeos y no europeos, más pendientes de sus propios intereses, que de los que dicen representar.
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