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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la difícil situación que atraviesan desde hace años las materias de enseñanza media vinculadas a la cultura clásica y sobre lo crítica que ha llegado a ser la más particular del griego. Y eso que, ... comparando esa situación actual con la que se anuncia en el borrador de la nueva reforma educativa que está preparando el Gobierno, podríamos decir que, aunque con pulso débil y respiración asistida, sobrevive.
El latín, como puerta de entrada a esas materias, dejó de ser de común en España hace muchísimos años, cuando algún ministro de Educación decidió que no era útil y necesario. Eso hizo que, a diferencia de otras que siguen siendo comunes, cada vez menos españoles tuvieran posibilidad de conocer, siquiera superficialmente, los fundamentos de nuestra cultura occidental; porque si alguna razón había para que, por lo menos el latín, fuera algún año obligatorio para todos los alumnos, era precisamente esa: enseñar que lo que llamamos civilización occidental se asienta, ante todo, en la cultura desarrollada y difundida por griegos y romanos en sus respectivas lenguas.
El caso es que, con las distintas leyes y reformas educativas que se han ido sucediendo a lo largo de los años de democracia, solo el latín se mantiene como asignatura obligatoria, aunque dentro ya de la opción de humanidades, mientras que el griego pugna por hacerse un hueco en competencia con otras materias de no menor importancia que, a veces, incluso gozan de cierta protección oficial. Eso hace que los profesores de esas optativas luchen entre sí por captar alumnos y que estos se dividan en grupos cada vez más pequeños. En muchos institutos a duras penas se consigue que unos pocos alumnos decidan estudiar griego, al punto de que difícilmente los matriculados alcanzan el número mínimo para formar grupo. Así las cosas, que la asignatura pueda darse queda en manos del director del centro, que adoptará su decisión en función de las circunstancias.
El problema, como se ve, es estructural, no, desde luego, culpa de padres, alumnos, profesores o directores: es el diseño de la ley el que permite que el drama se repita cada año a la hora de hacer horarios, distribuir aulas y pedir, si hacen falta, profesores; la ley no garantiza las materias. Además, no es raro que lleguen a producirse injusticias y agravios, rayanos en la vulneración de derechos, como cuando, por ejemplo, alumnos que han cursado Griego I en primero de Bachillerato ven suprimido el Griego II, con el que forma unidad con vistas a la preparación de las pruebas de acceso a la universidad. Es lo que ha ocurrido este año en muchos institutos, por mor de la pandemia y la reorganización de espacios: a fin de no dispersar a los alumnos, con el riesgo que conlleva, se ha pretendido eliminar el Griego, a pesar de haber alumnos y profesores, como si las demás optativas no dispersaran a los chavales: los equipos directivos hacen lo que pueden, pero la cuerda siempre tiende a romper por el punto más débil, en este caso el Griego.
Por su parte, el profesor, tan necesitado de motivación y alicientes en un sistema educativo que tan poco los fomenta, en lugar de dar sus materias vetadas puede tener que completar su horario dando asignaturas «afines» (entendiendo por tales cualesquiera de «letras») que dispongan de horario libre. Para más inri, no es infrecuente la incomprensión de algunos de sus propios compañeros de claustro que cuestionan, con ignorancia impune, la necesidad y utilidad de estas materias; y no me refiero solo a los de «ciencias», sino a algunos también de «letras»: unos y otros no han visto jamás una alfa ni han comprendido al derechas un latinajo.
Hoy en día se llama «cultura» a toda manifestación chachi piruli que se salga de lo normal y, a ser posible, sea extravagante: desde una canción-pedo hasta el dibujo de un falo en la puerta de un váter, con su correspondiente ripio. Es hora de reclamar el valor del latín y el griego como auténticos representantes de lo más genuino de la cultura europea. Por eso hago un llamamiento general a autoridades de cualquier rango con capacidad de revertir esta situación, y especialmente a los directores de centro, para que no dejen con su inacción morir unos estudios esenciales para nuestra cultura: ¡Por favor, salvad el Griego!
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