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Don Manuel Sánchez Monge, ha solicitado su relevo al frente de la Diócesis de Santander, decisión que ha podido sorprender a quienes desconocen que el Código Canónico establece que, a la edad de 75 años, todos los obispos y arzobispos entran en la 'jubilación', ... por utilizar un término 'civil'. Junto a nuestro prelado han puesto su cargo a disposición de Su Santidad, otros cuatro obispos, también nacidos en 1947, entre ellos el de Palencia, el cántabro don Manuel Herrero. A partir de ahora será el Papa quien decida quiénes y cuándo tendrán sustitutos. Y como las cosas del Vaticano suelen ir más despacio que las de palacio, puede suceder que, hasta conocer la decisión de Francisco, medien varios meses ya que, superando la edad de jubilación, siguen en sus sedes cinco arzobispos, entre ellos Carlos Osoro, y tres obispos. Su buen estado de salud le permite esperar hasta que se acepte su retiro y así poder disfrutar de sus grades aficiones -la lectura, la escritura y la música- seguramente en su casa familiar de Fuentes de Nava, junto a su hermana melliza, Raquel.
Sánchez Monge, en sus casi ocho años como máxima autoridad de la Iglesia cántabra, ha realizado un trabajo que será evaluado con el tiempo, tomando decisiones que ya aseguran el futuro de la diócesis, reformulando muchos aspectos para establecer una estructura sólida. La valoración de su obispado se medirá dentro de un tiempo, pero la dimensión de su trabajo ya supone el mayor revulsivo en la diócesis desde que Juan Antonio del Val tuviera que aplicar los cambios nacidos del Concilio Vaticano II. Posiblemente, ambos, sean los obispos que, en la nueva era de la Iglesia, y en la España democrática, hayan tenido que enfrentarse en Cantabria a más delicados retos, a veces no muy bien entendidos por una parte de los fieles y de la propia curia.
Monseñor Sánchez ha entregado su vida a la Iglesia. Hablamos de un hombre sobrio, con una gran formación intelectual, de profunda y prístina espiritualidad, melómano, buen escritor, lector contumaz, amigo fiel, y más proclive a escuchar que a hablar. Es un obispo de muchas horas de oratorio, que se ha acercado a los cántabros haciéndoles llegar, sin intermediarios, sus opiniones a través de decenas de artículos publicados en este mismo periódico, opinando sobre los problemas, anhelos y debates de la sociedad, algo inhabitual en los prelados que le han precedido.
De personalidad recia, destaca por su cercanía; es un obispo sonriente y gustoso de hacer sonreír, porque, como dice él, «el buen humor es la capacidad de encajar serena y valientemente los momentos duros de la vida». Aunque, eso sí, poco amigo de algarabías y menos durante la celebración de los ritos sagrados. Su lema obispal: «La virtud de la debilidad», dice mucho de este obispo que ha querido oler a las ovejas del pastor antes que al perfume de salones vaticanos. Fiel cumplidor del papado de Francisco, prefiere mirar al futuro en vez de regodearse en añoranzas. Hombre frugal y ameno, ha sido claro y explícito en los asuntos fundamentales, sin tibiezas.
Impulsor del papel de la mujer en la Iglesia, ha confiado en ellas para puestos de responsabilidad con gran carga social; ha implicado a los laicos en la tarea pastoral y ha sabido rodearse de colaboradores con un acentuado perfil social, impulsando a los sacerdotes más jóvenes. En la investigación de los abusos cometidos en el seno de la Iglesia, nunca se ha puesto de perfil, situándose al lado de la víctimas. Ha reorganizado la diócesis, adelgazando su estructura. Ha reducido el número de arciprestazgos y decidido la desaparición de las vicarías territoriales, renovando profundamente el Consejo Pastoral -su auténtica 'guardia de corps'- evidenciando que no ha querido gobernar en solitario. Por primera vez, ha nombrado un provicario general, proyectando la formación de algunos sacerdotes para una mayor responsabilidad eclesial. Deja instituido el Consejo Presbiterial, implicando a los laicos, aunque no lo ha tenido del todo fácil para implantar nuevas maneras.
Quizás uno de los escollos, superado no sin dificultades, ha sido la reordenación del sistema económico, llevándolo a la transparencia, para lo que contrató a un laico, experto en economía.
Fuera de las instituciones puramente eclesiales, don Manuel será recordado como gestor de las obras para la remodelación de los archivos catedralicio y diocesano, aportando un moderno espacio para consultas e investigadores, poniendo a su alcance documentos únicos e imprescindibles para conocer la historia de esta región. Ha culminado proyectos que significan, no solo la mejora de la estructura exterior, interior, y la accesibilidad al recinto catedralicio, sino que han sacado a la luz patrimonio de suma relevancia como los muros de piedra del castillo de San Felipe o Castillo del Rey, la capilla de San Pedro, el refugio antiaéreo de la Guerra Civil y restos del siglo X.
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