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Este lunes se ha celebrado la festividad de Todos los Santos. Al día siguiente estuve paseando por Geloria, el sol reflejándose en el mármol de las lápidas adornadas con flores y mi pensamiento detrás de algunos de los nombres grabados en ellas. Han sido muchos ... los que han cumplido con la antigua tradición de recordar a sus seres más queridos que reposan en el camposanto llevándoles unas flores. El ritual ha convivido con otra fiesta de carácter más lúdico, Halloween, ésta de importación y de escaso arraigo en nuestra cultura, por no decir que ninguno, pero que se ha ido extendiendo a través del cine y otros medios apoyada por la hostelería y las tiendas de ropa y objetos para disfraces. Un contraste, por tanto, entre dos modelos culturales. El segundo, cada vez con más seguidores. Desde la escuela se fomenta bajo una apariencia inocente de juego y diversión. El primero, por el contrario, se va adelgazando, quedando reducido a las personas de mayor edad. El algunos casos, acompañadas de sus hijos. Mucho me temo que en pocos años la tradición será residual. Tal vez más seguida en los pueblos. La práctica de las incineraciones que va incrementándose y el deseo de dispersar las cenizas en lugares sentimentalmente relacionados con el fallecido o siguiendo su voluntad, incidirá a ello. No tengo claro que sea bueno o malo. Es un criterio personal. Lo que sí me molesta es la colonización cultural, la desaparición de unas costumbres desplazadas por otras ajenas a las nuestras con una base consumista. En los próximos días, otra vuelta de tuerca: los Reyes Magos competirán en una lid imposible con Papá Noel. Una descafeinada leyenda con un sospechoso origen comercial frente a la fantasía de los Tres Magos cargada de memoria de vida en tantas casas.

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