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Todos hemos podido escuchar a lo largo de los últimos dos o tres meses las palabras epidemia y pandemia. Ambas han formado parte sustancial de todo tipo de comentarios en los diferentes medios de comunicación, amén de en todas las conversaciones de la mayoría de ... los ciudadanos, y siempre cargadas con el temor de que algo malo, o muy negativo, estaba ocurriendo o iba a ocurrir.
Impresiona porque sabiendo realmente el significado de las mismas, pues siempre conllevan destrucción, caos, desgracia, precariedad y sufrimiento, incluso la muerte, hayan sorprendido tanto a todos los países del mundo, incluso a aquellos en posesión de la más cualificada y sofisticada tecnología. Y de forma especial a cuantos tienen la responsabilidad de ofrecer la respuesta sanitaria y social más adecuada, para las grandes catástrofes. Porque estos conceptos no son nuevos, no tienen nada de singular, ni tampoco tienen nada distinto en términos generales a otras pandemias que hemos sufrido a lo largo de la historia.
Recordemos la viruela, cuyos inicios se remontan a mil años antes de Cristo y que en 1520 despertó el episodio más dramático de su larga historia, con el fallecimiento de más de 50 millones de individuos. O la peste bubónica, que en siglo XVI arrasó Europa, llenándola de desolación, miseria y muertes, y que destruyó más del 25% de la población del continente. Porque una pandemia es eso, enfermedad, enfermos en principio con difícil control, y muerte, muchas muertes, mucha desolación, angustia, tristeza, miedo, más sufrimiento y caos, además de precariedad, de vivencia en las tinieblas, en la mayor oscuridad y en la mayor desorientación. Se vive siempre en la noche, que se alarga como si fuera eterna y triste, impregnándonos de terror, desesperanza y ausencia de consuelo.
Y sorprendidos, estamos asistiendo a múltiples y constantes improvisaciones, rodeados de familiares, compañeros, amigos, vecinos y conocidos y no conocidos, en cuyas familias se va ausentando para siempre algún miembro de la misma, en ocasiones sin saberlo, hasta pasados unos días. Y en otras ocasiones, el saberlo es una enorme y pesada carga, porque no nos permiten realizar una despedida, decir un adiós, tomar su mano, apretársela y mirarle a los ojos, y sentir a nuestro ser querido, junto a nuestros corazones.
Parece increíble, que nuestros mayores, aquellos a los que les debemos todo, y que son merecedores de todo, estén en ocasiones encerrados en una residencia a la que no podamos tener acceso, ignorando si viven y el cómo viven. La profundidad del dolor hace que nuestra fantasía se dispare en busca de consuelo, que es una respuesta gestual, una mirada o una palabra, que mitigue en algo la desesperación y que alivie a la vez el dolor.
Es increíble ver todos los días la improvisación de morgues, que sitúan a nuestros seres queridos en cajones apilados los unos con los otros, sin tiempo para ordenarlos, para darles la paz que merecen y el cariño del que todos somos deudores. No hay espacios para tantos, no se pueden incinerar al ritmo que fallecen, tienen que esperar y los familiares presencian y escuchan este dramático diálogo. Esta y otras tristes imágenes suceden en ocasiones sin saber si su ser querido formará parte de ese conglomerado de madera.
Se hace necesario poner fin a esta situación de desorden, desolación, pena y falta de respeto, para poner el mayor de los cuidados, junto con la ternura y el calor humano, amén del acercamiento de los familiares. El amor, el vínculo que nos ha unido siempre, la ternura, el calor y el respeto que ha existido entre nosotros, junto a la esperanza y al diseño de un futuro compartido, labrado a lo largo de los años, con lágrimas y risas, con dolor y sufrimiento y serenidad y gozo, no puede tener este fin, no puede ponerse un punto donde ha de haber una coma que nos permita seguir en la misma línea.
Estamos todos en el mismo barco, y además es real, conducido desgraciadamente por un cruel «terrorista», que puede acabar con nosotros, con cualquiera. Los primeros que se han ido son nuestros mayores, nuestros seres queridos, aquellos que siempre fueron nuestros referentes, que nos dieron buen ejemplo, de los que recibimos las primeras palabras, el primer gesto, las primeras caricias, el calor y el amor como energía, para poder ponerme de pie y comenzar una vida leal y digna. Respetémosles, rindámosles todos los días un homenaje de gratitud y amor, tomemos su mano y apretémosla, mandemos unos abrazos de fuerza y esperanza a todas las familias que están situadas en este tránsito. Acompañémosles, son personas con las que hemos compartido afectos y alegrías. Luchemos todos unidos, y supliquemos, roguemos, exijamos el trato que aquellos que han recibido la última llamada y que nos dejan, lo hagan con la dignidad que tuvieron en vida, disfrutando él y toda su familia, del respeto, cariño, recuerdo, compañía y afecto, que merecen. A familiares, amigos y seres cercanos, les invito a que su recuerdo sea eterno, a que les tengan siempre presentes, a que hablen de ellos y con ellos, hagan que el vacío que dejan sea desbordado por expresiones de cariño, ternura y recuerdo. Escríbanlos, ellos recibirán todos sus mensajes.
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