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China y Rusia no tienen demasiado en común, aparte de su antipatía por el orden mundial estadounidenseTodo en la vida es una cuestión de «timing», de acierto (o error) temporal en la toma de decisiones. Vladimir es un tipo muy astuto que ha hecho las cuentas de lo que se jugaba invadiendo Ucrania, de las sanciones a las que se ... exponía y su coste. Su plan sólo lo conoce él y la suya es una estrategia de consecuencias imprevisibles. En el mejor de los casos (un acuerdo que detenga las hostilidades), la agenda geopolítica va a quedar marcada por esta guerra, inaugurándose una nueva etapa de escalada armamentística, fortalecimiento de las alianzas militares y división del mundo en bloques. Sin embargo, es pronto para aventurar escenarios y cuánto puede descontrolarse aún la crisis: se sabe cómo empiezan las guerras, nunca cómo terminan.
¿Qué opina la segunda potencia mundial de todo esto? Su posición sincera probablemente sólo la exprese a puerta cerrada, pero China lleva décadas mostrándose opuesta a políticas de bloques y a alianzas militares (incluida la expansión de la OTAN). Prueba de ello es que no está aliada militarmente con Rusia del modo en que sí lo están las potencias occidentales. La guerra de Putin juega en dirección contraria al orden mundial que intenta liderar China - globalizado y multipolar - en el que, en cierto modo, se mantiene el mismo tablero y las mismas piezas actuales, pero se pasa a jugar con nuevas reglas. De esa 'paz' y estabilidad geopolítica depende el proyecto 'la nueva Ruta de la Seda' y buena parte del crecimiento económico de China en las próximas décadas. China es una nación de comerciantes y empresarios: no le interesa verse involucrada en un fuego cruzado que perjudique el negocio.
Así, el discurso del gobierno chino ha sido, durante 40 años, consistentemente antiimperialista, oponiéndose a intervenciones, políticas o militares, en otros estados soberanos reconocidos por la ONU y a los movimientos independentistas de cualquier tipo y bajo cualquier pretexto o bandera (en base a argumentos religiosos, raciales, idiomáticos o culturales), precisamente porque en su propio territorio existen tensiones de ese tipo. Por ese motivo China no ha reconocido la independencia de Crimea y hace apenas un mes el embajador chino en Ucrania reiteraba al presidente Zelensky su apoyo a la integridad territorial, la soberanía y la independencia del país europeo.
Por otro lado, China y Rusia son competidores en muchos ámbitos y no tienen demasiado en común, más allá de su antipatía por el orden mundial estadounidense. Además de la asimetría de sus respectivas economías y poblaciones o de sus muy diferentes sistemas de gobierno, ambas potencias, hace apenas 50 años, estaban enfrentadas en un conflicto armado (por motivos precisamente territoriales). De esa animadversión mutua se aprovechó Kissinger para atraer a China al orden internacional estadounidense en 1972. La ciudadanía china (quienquiera que tenga hoy más de 40 años, unos 600 millones de personas) tiene un recuerdo autobiográfico y reciente de Rusia como enemigo de China y, en las escuelas, se sigue enseñando a los niños que el imperio ruso formó parte de la Alianza de las Ocho Naciones que invadió China en el siglo XIX (aún hay voces que reclaman a Rusia la devolución de Vladivostok). Moscú tiene buenos motivos para temer más a China que a los EE UU.
Hay pocas cosas en el mundo tan dispares como rusos y chinos. En casi todos los sentidos. Para empezar, la mayoría de los rusos profesan una fe monoteísta, los chinos no. Esto, lejos de ser anecdótico, es decisivo y amuebla la cabeza y la visión del mundo de unos y otros, de forma diametralmente opuesta. Pero, cosmovisiones aparte, la diferencia singular entre ambos sistemas de gobierno queda patente en esa kilométrica mesa rusa que, como una caricatura, aísla al líder de la realidad que gobierna y le deja solo en sus decisiones. En China, en cambio, se gobierna de manera grupal y el poder está sujeto a contrapesos, sesudos y asesorados debates internos y, en fin, frenos que impiden que un sólo hombre tome todas las decisiones sin haberlas consensuado antes con, al menos, un puñado de líderes fuertes capaces de contradecirle. La estabilidad de las instituciones estatales chinas, la meritocracia que vertebra los cuadros del Partido Comunista chino y el patriotismo largoplacista en su proyecto estatal no tienen equivalente en Rusia. China juega hoy un papel responsable y prudente de contrapeso global. Tal vez, el único capaz de detener a Putin.
En realidad, Rusia se parece bastante más a Europa que a China. Si Putin cae, Occidente podría encontrar en Rusia el mejor aliado en Eurasia, pero ese acercamiento lo frena -desde hace siglos- un resentimiento nacional que Putin intenta ahora capitalizar. Una frustración histórica tan grande como la inmensa geografía rusa. La sensación amarga de que, en la Historia, son los rusos quienes, incluso en las victorias, acaban perdiendo siempre.
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