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Los titulares «Fallece el hermano de Lydia Lozano» daban, pues, dos malas noticias. La primera, la muerte por coronavirus, con sólo 69 años, de Jorge Lozano, catedrático de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense de Madrid, discípulo ... y amigo del italiano Umberto Eco y uno de los principales estudiosos de la semiótica (teoría de los signos y su uso) y de la comunicación en nuestro país.
Pero al morir fue, para la mayoría absolutísima de los españoles, «el hermano de». Y esta es la segunda mala noticia, no ya personal, sino sociológica. Que en España una persona de ciencia sólo llega a ser muy conocida si se vincula de algún modo al ámbito del entretenimiento y el espectáculo. En este caso, la archifamosa es su hermana, colaboradora de 'Sálvame' y habitual en la prensa 'rosa'. Reconozcámoslo: la aventura del saber no nos atrae tanto como el exmatrimonio de la hija de una cantante andaluza. No queremos saber más, sino saber de los demás.
Jorge Lozano fue un factor decisivo en la recepción en España de las teorías italianas sobre los signos, pero también de las de la llamada 'Escuela de Tartu-Moscú' (Tartu, en Estonia, es una de las mejores universidades del planeta), con el gran impulsor de la semiótica de la cultura, Juri Lotman. Había otras opciones, como importar la semiología francesa (Roland Barthes, Algirdas Greimas), o una cuarta que quizá practicó menos, la semiótica del estadounidense Charles Peirce (aunque en parte la absorbió a través de Eco), con seguidores actuales en el Grupo de Estudios Peirceanos de la Universidad de Navarra.
Asimismo, fue uno de los primeros comentaristas en España de la filosofía de la historia del profesor de la neoyorquina universidad de Columbia Arthur Danto, famoso después como teórico del arte. Lozano no fue profesor mío en la facultad, pero un libro suyo, 'El discurso histórico', derivado de la tesis doctoral que le dirigió José Luis López Aranguren, contribuyó a orientar la mía. Con motivo de su prematuro adiós, he recuperado un artículo suyo sobre la relación entre el periodismo, la historia, la ficción y el concepto de acontecimiento.
El periodista, dice Lozano, se halla, en una clasificación de discursos, a medio camino entre el historiador y el autor de ficción. Comparte con ellos las estrategias de un 'hacer creer', una persuasión. Vendría a ser primariamente un historiador del presente, y secundariamente un escritor con ciertos recursos expresivos y retóricos, como los novelistas.
El problema de la historia del presente es que no sabemos lo que es el presente salvo que elijamos arbitrariamente una escala (en la escala geológica, la aparición de Homo sapiens es apenas un suspiro), y tampoco sabemos lo que es la historia si elegimos un presente 'de relojero' demasiado próximo al momento de la expresión, pues historia es perspectiva, distancia temporal. Por eso el Cronista Ideal de Danto, que lo registraba todo al instante, no podía ser jamás historiador. El humano, como indicaba Sir Lewis Namier hace ya ocho décadas, no recuerda el pasado e imagina el futuro, sino que por el contrario «imagina el pasado y recuerda el futuro», porque interpreta el primero desde su propio presente y mira al porvenir con analogías desde ese pasado que en términos presentistas ha construido. Así, el historiador hace siempre de algún modo historia contemporánea; y el periodista tiene ante sí un futuro excesivamente condicionado, que no le permite dar perspectiva cierta a la noticia actual.
Por ejemplo, la Encuesta Social de Cantabria 2020 revela el profundo sesgo pesimista de la sociedad de Cantabria. Sólo un 16% está satisfecho con la evolución económica de la región; sólo un 32% con la educación; el 54% de conformes con la sanidad, que suele ser un servicio bien valorado, supone cuatro puntos menos que la encuesta anterior, de 2017; y casi el 58% de los encuestados cree que la situación de la comunidad empeorará en los próximos cinco años. La confianza en los diferentes niveles de gobierno, que hace trece años andaba entre el 40% y el 50% de confianza, ahora ha caído a entre el 20% y el 30%, esto es, veinte puntos.
Indudablemente, una narrativa periodística puede presentar este estado de opinión pública como una consecuencia súbita del covid-19 y de la difícil vida que ha traído. Pero un historiador tendrá que ver si había signos anteriores de decadencia y descontento (no fue el covid quien cerró Sniace) y, sobre todo, si fue sólo un bache pandémico en una línea ascendente de Cantabria tras la gran recesión de 2008-2013, o si constituyó un golpe que agravó los problemas estructurales anteriores y condujo al estancamiento. Recientemente vimos aquí el estudio nacional del periodo 1975-2019, que muestra a Cantabria a la cola del desarrollo. Si hubiéramos tomado sólo algunos periodos intermedios, hablaríamos quizá de la historia de un éxito por encima de la media. Para el historiador, el futuro modifica la manera de entender el pasado. Y así el 'acontecimiento' es distinto para el periodista y para el historiador. El acontecimiento es una narración que forma parte de otras mayores, sociológicas hoy, históricas mañana. Lo que hoy parecen noticias de represión del cultivo de cannabis, mañana podrán aparecer como el prólogo de una tolerancia generalizada.
El periodista puede interpretar el acontecimiento como signo de una estructura: por ejemplo, la polémica de los parques eólicos merachos y pasiegos como signo de intereses económicos y sociales en conflicto (la nueva economía burbujil de lo renovable, el bucólico y frágil mundo rural). Pero no puede saber si es un episodio de la historia del desarrollo eólico en Cantabria o de su definitivo abandono, como sucedió con el fracking. Eso será privilegio del historiador. En cuanto al novelista, me parece que tiene libertad para fingir ser un historiador o un periodista... o incluso un novelista.
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