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Nos comunicamos desde el primer día de nuestro nacimiento. En principio, de forma instintiva e innata, no aprendida. Nadie nos ha informado ni ofrecido su aprendizaje, siendo el gesto y la queja,junto al tacto, los elementos que nos van a permitir un contacto exterior. ... Así, hasta que a los dos años surja un lenguaje, en principio rudimentario y monosilábico, que vamos a ir perfeccionando a lo largo de los primeros años de vida, dándole al final un contenido claro -además de sentido-, suponiendo una facultad vital. De aquí que el mayor de los castigos que se pueda infringir al individuo, sea su aislamiento.
Es el vehículo de expresión de nuestros sentimientos, el armazón que articula nuestras emociones, la herramienta que nos acerca o aleja de los otros, lo que da sentido a nuestra forma de estar en el mundo, a nuestra forma de ser frente a ellos, a los otros, sumándose en ocasiones de forma enfática el gesto, cobrando en su conjunto la máxima expresión de nuestro sótano cognitivo.
La palabra, pues, es esencial junto al gesto en nuestras vidas sociales. Ambas nos acercan al conocimiento, al saber, a la información, a la confrontación y a la crítica; en definitiva, al desbroce de nuestro camino vital, con la trasmisión de nuestros deseos y esperanzas, junto a la de nuestros anhelos y objetivos, que pueden representarse en diferentes imágenes, y que el lenguaje mediante la palabra clarificará.
La exigencia de una comunicación más fluida e inmediata, además de más clara y expresiva, aunque con un formato impersonal, exigió el nacimiento de las diferentes redes sociales, a través de las que se pueden articular nuestras interlocuciones, permitiendo que, en el menor tiempo posible, podamos vehicular el mayor grado de información, aunque esta sea fría, lejana además de impersonal, tanto que incluso la podamos sentir ajena.
En ocasiones observamos graves dificultades en una verbalización clara, que manifieste nuestra autoafirmación frente a un hecho concreto, como ocurre en el poema del pastor luterano Niemöller, cuando manifiesta: «Primero vinieron por los socialistas y yo no lo era, después por los sindicalistas y yo no lo era... al final vinieron por mí, y nadie pudo defenderme». Esta actitud ha recobrado vigor hoy, con la profusión de los fanatismos. Nadie osa simplemente exponer su criterio cuando sabe que está rodeado de apasionados, reaccionarios, obtusos y violentos, pasando al estado de, 'lo políticamente correcto'.
Ocurre de forma más sucinta y menos expresiva, como respuesta a la ola permanente, pesada y difusa de la manipulación, por medio de la publicidad. Carentes de crítica y arrastrados por colores, músicas celestiales, sabores, y más artilugios, nos conducimos en masa hacia el lugar y al objeto que se nos indique, en ausencia de toda crítica o análisis. La fuerza de la influencia, contundente y bien dirigida, junto a la anestesia que supone el temor a equivocarnos -'la mayoría tiene razón'-, enmascaran, en el fondo, el miedo a la libertad que Erich Fromm plasmó en su libro, en tiempos del nazismo.
Lo políticamente correcto es la actitud que nos va a permitir, mediante el ahogo de nuestros sentimientos, fantasías, creencias y esperanzas, quedar bien con ellos, con los otros, permitiéndonos cierto nivel de acercamiento a través del diálogo, que puede ser útil en determinadas situaciones, pero que superado el nivel de aceptación, va a suponer un enorme peligro, que normalmente no somos capaces de superar, por ese temor permeable y difuminado, a equivocarnos.
Esta situación no supone obstáculo alguno, ni para los individuos con rasgos de pasividad, que carecen de criterio, de intereses, y que viven al ralentí por la inercia de la propia vida, ni a los individuos que con rasgos sicopáticos, reprimidos y resentidos, les supone la posibilidad de obtener cierto protagonismo. Éstos, no solo no huyen de lo contencioso, sino que lo buscan, al propiciarles una situación de cierto confort, al estar situados de forma permanente en el no.
Ante estas diferentes circunstancias, en las que el leguaje no puede expresar unos sentimientos ahogados, bien por dejadez o pereza, o por la comodidad que le proporcione el alejamiento de la confrontación, se hace preciso que una herramienta tan valiosa para nuestro mutuo entendimiento, información y formación, además de para poder compartir, valorar, criticar y analizar, cuantas hechos deseemos, sea cuidado. Debemos hacerlo mediante la formación de individuos, dotados de valores sociales claros, educándoles en la solidaridad, equidad, justicia, y libertad, subrayando la necesidad en la autoafirmación personal, frente al criterio de los demás, al ser cada individuo singular.
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