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Todos somos conocedores de que hemos sido presa de una pandemia, cuyos costes en sufrimiento, muertes y pérdidas económicas son cuantiosos y su incidencia parece que discurre por oleadas. Vino una primera ola, nos invadió hasta aplastarnos, provocó graves y cuantiosos destrozos, y ... cuando parecía que nos abandonaba, solo era para coger impulso, para acudir una segunda oleada en la que nos encontramos, con la impresión de que en principio va a ser difícil y penosa su desaparición.
Desde los menos iniciados hasta los más técnicos o profesionales, sabemos que por donde pasa arrasa. Ha comprometido gravemente nuestro comportamiento, la cercanía física con los nuestros, familiares y amigos, el trato físico cercano, las distintas actividades sociales que desarrollábamos en cualquier lugar, entre las que destacan las correspondientes al ocio. Todo ello se ha convertido en una fantasía, porque son actos que facilitan el contacto personal y el contagio, en este momento tan elevado, que se ha hecho incontable, provoca patologías graves además de fallecimientos. De cada mil personas infectadas, 54 van a necesitar ser hospitalizadas, 4 ingresadas en las UCI, y 8 van a fallecer. Incide además en todas la edades.
Por otra parte, la pobreza crece lentamente, surgen emergencias primarias y se observan largas colas en busca de alimentos, en la Cruz Roja, en Cáritas y en cualquier otro centro habilitado por las coordinadoras vecinales. Pequeñas y medianas empresas se encuentra con grandes pérdidas y sin un futuro previsible. Ello, además del recorte de las grandes empresas, ha llevado a que la caída de nuestro PIB sea el mayor de la OCDE, al descansar nuestra economía, especialmente, en el turismo.
El revés es de grandes dimensiones, además de objetivamente claro, sobre todo en las áreas sanitaria y económica, y además tiene el carácter de mundial, afecta a todos los individuos, por lo que la respuesta ha de ser global. Hablamos de pobreza, enfermedad y muerte, en medio de un permanente sufrimiento en términos universales, por lo que cualquier actitud que no responda desde esta globalización, el calificativo menor, es de una imprudencia e irresponsabilidad grave, porque no solo agrava los problemas señalados, sino que aumentará el sufrimiento, el número de enfermos y de fallecidos, con el agravante añadido de que si la presión hospitalaria aumenta, y los hospitales se colapsan, ¿quién va a atender al resto de pacientes que lo requieran? Por otra parte, las plantillas de personal son escasas, y el grado de cansancio por el estrés, es grande. Además, los hospitales han de atender a la petición de ayuda de todo tipo de patologías. ¿Dónde pueden dirigirse aquellos pacientes que requieran controles paródicos, que sufran cáncer, ictus, diabetes, alguna cardiopatía o problemas renales?, ¿dónde puede acudir cualquier persona, joven, niño o adulto, cuando sienta una molestia, que requiera ser diagnosticada y tratada? ¿Cuántos cuadros patológicos no se pueden diagnosticar en este momento por falta de espacio, tiempo y personal?, ¿y cuántos de estos cuadros, carecen del control necesario, precipitando su gravedad?
Por todo lo expuesto, tan real como que respiramos, cuando por TV observo las algarabías, alborotos, grescas, follones, altercados que como vándalos terminan en graves desordenes y destrucciones de cuanto se encuentran en su camino, incrementan nuestro endeudamiento por la destrucción de todo tipo de enseres viales, así como puertas, escaparates y ventanas de viviendas y negocios, además del consumo de servicios del orden y sanitarios, la impresión es de una mezcla de pena, por tanta ignorancia, ira y venganza acumulada; de frustración, por tanto desconocimiento; de profundo dolor, al saber que esas bolsas de ciudadanos, formada por resentidos, sociópatas, marginales y delincuentes, diseñadas por el populismo, son capaces de conectar con personas sencillas, amables, colaboradoras, de buena fe, con un alto nivel de identificación social.
Me gustaría incidir en que frente a un grave problema nacional, es esencial una estrategia nacional, que sea elaborada por técnicos especialistas que los tenemos, y que un portavoz del mismo, cada día y a una hora determinada, informe a la sociedad, que, por respeto, ha de ser puntual y permanentemente bien informada, por persona o personas adecuadas, comentando cada día, cuál es nuestro lugar, en qué sentido caminamos y cuáles son nuestros logros, qué colaboración se solicita a los ciudadanos, y cuál nuestra meta final.
Estamos en momentos de ahorro. No parece prudente gravar a los que producen y dan empleo, y premiar a los que vienen ya disfrutando de tantas prerrogativas políticas. Son muchos los que están cómodamente situados en administraciones improductivas, incluso muchos más los que no dan el trato que requiere el dinero público, y realizan por ejemplo obras con muy poco sentido, o sin él, o proyectos con infografías incorporadas y supongo que pagadas, cuyo fin son las papeleras.
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