Secciones
Servicios
Destacamos
Soberanía como libertad y tantos otros conceptos políticos, tiene un significado tan amplio y genérico que se acomoda a los gustos y preferencias de todo hijo de vecino (ver El Diario Montañés del 18 de octubre de 2021). Así que, tras escucharlo, se imponen las ... clásicas preguntas de qué soberanía, para quién, cuándo, cómo y dónde. Y aún así las posibilidades de ponerse de acuerdo siguen siendo escasas, porque los conflictos de interés alrededor del asunto son de tal magnitud que resulta fácil calificarlos de 'vitales'; cuando esto sucede, alcanzar un compromiso entre las partes se convierte en una quimera. Apercibido del riesgo, uno puede proceder a esbozar algunas reflexiones sobre el asunto.
Para empezar, la idea de una soberanía europea tropieza con el espinoso asunto de la soberanía nacional. Hacer que coexistan requiere un encaje, que me río yo del famoso encaje de bolillos. En principio, parece que la una va a ir en detrimento de la otra -suma cero- y va a ser así hasta cierto punto; pero dado que la soberanía nacional ha sido puesta en entredicho por la globalización, la soberanía europea potencia la nacional en todos aquellos aspectos en los que aquella garantiza la autonomía de ésta. Puesto que el orden internacional parece que evoluciona hacia un equilibrio entre grandes bloques, es fundamental que el bloque europeo goce de la máxima soberanía posible frente a los otros bloques; no necesariamente, respecto a los propios miembros de la Unión Europea.
Luego está la indispensable relación del poder político con las grandes corporaciones empresariales. La globalización tiene más que ver con dichas corporaciones (cuanto más grandes mayor relevancia) que con el ciudadano de a pie, mero sujeto pasivo en el asunto cuyos derechos deben protegerse. La competencia entre las grandes corporaciones en los mercados internacionales es un factor determinante de la competencia política entre bloques; por ese motivo la UE promueve una política empresarial de apoyo decidido a las grandes corporaciones, principalmente en las áreas de nuevas tecnologías y el cambio climático, pero también a los grandes bancos y demás corporaciones financieras, con el fin de fortalecer la soberanía de Europa y de sus países miembros.
El sector tradicional de las grandes corporaciones, llamadas a transformarse o desaparecer, también requiere del apoyo de los gobiernos por una razón muy distinta. El inevitable período de transición a la nueva economía requiere de un plan, difícil de diseñar y aún más difícil de implementar, que si no se hace bien crearía el caos. Un caos del que, lo estamos viviendo, se benefician los regímenes autoritarios ¡y las propias corporaciones!
Me refiero a industrias energéticas como las nucleares y los combustibles fósiles, las automovilísticas, las armamentistas... La producción de energía nuclear y combustibles fósiles han de formar parte de cualquier plan de transición a energías limpias porque la capacidad de producir estas no alcanza hoy a cubrir su demanda; en cuanto a la fabricación de vehículos, por primera vez la sociedad está imponiendo sus reglas del juego (eléctricos, sin conductor, transporte público) por lo que hay que incentivar a las grandes empresas para que implementen el cambio; el armamento, una plaga muy difícil de erradicar, solo va a reducirse mediante acuerdos globales, entretanto hay que participar en la carrera armamentista si se quiere mantener la soberanía.
El problema de acostarse con las grandes corporaciones, ya sea por razones de equilibrio entre bloques o por exigencias de la transición económica, es el gran riesgo de que los citados planes se desnaturalicen (¡Ay! el poder de los lobbies). Aquí está el quid de la cuestión. Está claro que las grandes corporaciones difícilmente van a renunciar voluntariamente a sus privilegios; como, por ejemplo, sus posiciones oligopólicas en el mercado. Y ello, a pesar de que saben que las circunstancias están cambiando tras las dos grandes crisis consecutivas -la financiera y la pandémica- y ahora lo aconsejable es superar la miopía y ejercitar un autocontrol que de otro modo les vendrá impuesto. Les pasa como al alacrán, que no pueden dejar de clavar el aguijón a todo lo que se mueve.
Los gobiernos no se deben arrugar ante las presiones empresariales e introducir en los citados planes controles que efectivamente palien los previsibles efectos colaterales. Para ello, deben aprovechar la corriente ola de simpatía hacia una mayor intervención pública en la resolución de los conflictos civiles. Solo que esto requiere de una gran inteligencia y visión de futuro para prevenir las consecuencias indeseables, cosa de no pasarse de rosca ni quedarse corto ¡Ahí es nada!
Todavía se puede señalar otra contradicción «irresoluble» derivada de la primera: soberanía europea/soberanía nacional. Mientras ambas soberanías coexistan (y se pueda argumentar la conveniencia de que así sea), los gobiernos nacionales van a necesitar capacidad de maniobra para negociar los intereses específicos del país frente al resto de socios europeos. Esto sin duda obstaculiza la consolidación de la soberanía europea.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.