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El problema del doblaje en el cine es que nos hemos acostumbrado a esa ventriloquia no sólo en la tele o las películas, sino en todo lo demás. Hay una especie de contagio en las voces que imitan voces. Por una parte está lo que ... dicen, y por otra, lo que entendemos, y claro, uno debe aprender a escuchar entre líneas sin que te arrastre la rapidez con que se habla. A diario nos cuentan cosas, las contamos, y hay un acuerdo tácito a la hora de tragar ciertos mensajes. El fenómeno es como pedir una hamburguesa de McDonalds y que lo que comas tenga esa forma, aunque no sepa en realidad a carne. ¿Por qué lo hacemos? No lo sé, pero quita el hambre, pese a que perdamos el gusto por otros sabores.
Con el doblaje pasa algo similar, existe para que podamos entender otros idiomas, a pesar de que en ese trasvase de fonemas perdamos toda la fuerza de la interpretación, y nos acomodemos a escuchar sólo esas voces que sentimos como propias. ¿Y qué pasa cuando el discurso se sale de esto, cuando no es una película sino el mundo real el que parece estar doblado? Pues que empieza la indigestión.
El salto de Ruth Beitia al mitin tuvo este efecto. Si el día de su presentación como candidata había leído sus tarjetas como un doblador lee las líneas de diálogo, su película al día siguiente requirió de subtítulos para explicar por qué había equiparado el maltrato animal a la violencia sobre las mujeres y los hombres. Era su primera intervención sola ante un micrófono en la radio, era su voz en versión original; y aunque afirmó que los nervios le habían jugado una mala pasada y que jamás quiso equipararlo, hay algo en su explicación que recuerda a otra polémica reciente. La de la película 'Roma' de Alfonso Cuarón, que se proyectó en Netflix con subtítulos en español a pesar de que su lengua original fuera mexicana. Dijo la compañía que lo hicieron por si se malinterpretaban algunas palabras. A estas alturas, hay explicaciones que son en sí mismas un mensaje. Al menos Netflix no dobló la cinta para que el acento mexicano sonara a dicción de Salamanca; al menos, la voz de Beitia sigue sonando a ella hasta que algún ventrílocuo le empiece a mover por detrás la boca. Cuando eso pase, ya no necesitará subtítulos y se habrá perdido la versión original. Y entonces todo estará claro, y sólo tendremos que tragar lo que parece una hamburguesa.
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