Los 'teleplenos' los carga el diablo
LA TIERRA DORMIDA ·
El teletrabajo reduce los romances de oficina, ayuda a los menos aplicados y facilita la siesta clandestinaSecciones
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LA TIERRA DORMIDA ·
El teletrabajo reduce los romances de oficina, ayuda a los menos aplicados y facilita la siesta clandestinaSi alcaldes como Teira, Rotella o Gutiérrez Portilla hubieran sabido que décadas después de sus mandatos, transcurridos entre 1978 y 1994, los plenos municipales se podrían celebrar desde casa, sus gobiernos habrían sido menos electrizantes, pero los tres fallecieron cuando no pululaban los teléfonos móviles ... y los internautas eran seres extraños, y hasta un pelín oscuros. Los plenos de aquellas dos décadas eran tumultuosos, no solo por lo aguerrido de algunos de sus míticos concejales, sino también porque eran cientos -sí, cientos- los ciudadanos que presenciaban los plenarios, incluso, desde las escalinatas y la calle, donde se enteraban de lo que ocurría en el antiguo salón de bailes por las retransmisiones de radio macuto. Eran sesiones que ahora se denominarían, finamente, interactuadas -entonces tumultuosas- en las que las pancartas eran la barrera entre los ediles y un público que controlaba y medía milimétricamente a sus munícipes. Los vetustos compañeros recordarán las asonadas sesiones que, en alguna ocasión, tuvieron que detenerse a las doce de la noche para proseguir al día siguiente. Motines casi esquilachescos que, hábilmente, Gutiérrez Portilla fue rebajando en intensidad al trasladar los plenos de las siete y media, a la una de la tarde, mala hora para presencias. Posteriormente, una grieta aparecida oportunamente en el ahora desahuciado Palacio municipal, fue el pretexto -razones de seguridad- para limitar a cien los asistentes que tenían el privilegio de vociferar, si así les venía en gana. El traslado a una de las nueve sedes volantes que tiene actualmente el Ayuntamiento, limitó tanto el espacio que hasta ellos mismos andaban como piojo por costura. Con la pandemia nació el 'telepleno' al que la mayoría de los concejales se han abonado entusiásticamente -parece que con poca intención de desistir- eso sí, proporcionando, de paso, momentos estelares como el del concejal que mostró 'urbi et orbi' sus pudorosos poderes; el del cariñoso e inoportuno ósculo en una peloncha cabeza; el del atusamiento comprobatorio de que crece pelo laguno sobre sembrada testa, o alguna incursión, cual oso hormiguero, en propia napia. El teletrabajo ha proporcionado comprometidos momentos, como el de la ejecutiva que seguía la reunión de trabajo, pero que al olvidarse de que la cámara estaba abierta, fue pillada haciendo un tortilla; al que se le descubrió atendiendo a sus clientes bancarios tumbado en la hamaca, en la orilla de su piscina, o el de la funcionaria que cuando intervenía, vía zoom, con su director general, su niña apareció pidiendo «¡cacaaaa!». Y es que al teletrabajo le carga el diablo. Tiene como beneficio el decaimiento de los romances de oficina y, para los menos ávidos de trabajo y los amantes de la siesta clandestina es un arma preferente. Tiene difícil justificación cuando la gran mayoría de los ciudadanos y escolares trabajan presencialmente que los ediles de esta ciudad sigan manteniendo las distancias... físicas.
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