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Capaces de lo mejor y de lo peor. Tan solidarios como indiferentes. Así somos. ¡Quedémonos en casa! ¿Y cuándo no hay casa en la que quedarse? Son días en los que los sentimientos se amontonan. Incredulidad, duda, incertidumbre, desconfianza, enfado, emoción y miedo... Nuestra vida ... hace tan solo unos días nos resulta curiosa, incluso rara y lejana. «Cuando esto acabe vamos a, voy a...». Decimos. Son días de encuentro con uno mismo. Descubrimos a nuestra familia, a los que habitan con nosotros y con los que ahora tenemos que convivir. Son días de amistad a distancia y de recobrar el tiempo perdido, cuando «tiempo» es una palabra cuyo sentido ahora mismo es bastante inespecífico.
Al ver las imágenes perdidas hace tan solo unos pocos días atrás, lo que realmente añoramos no son las cosas o los lugares. Extrañamos el abrazo del amigo, el beso de la abuela, el apretón de manos del recién presentado, el roce ingenuo de esa chica. En definitiva, ser humanos, sociales y sociables. Contemplamos cada día las luces y sombras de nuestra sociedad. La realidad pone a cada cual en su sitio cuando las cartas vienen mal dadas. Vemos a políticos impúdicos que publican su negativo en el virus, mientras los sanitarios, nuestra primera línea de frente, ni siquiera poseen lo básico para enfrentarse a la pandemia. Tal vez tengamos que pensárnoslo mejor cuando denigremos a profesiones o trabajos que ahora se manifiestan como indispensables y fundamentales.
El término confinamiento nos resulta atractivo, en ocasiones épico. Suena bien, heroico. Pero no vivimos en el gueto de Varsovia, ni somos Ana Frank, ni tan siquiera podríamos compararnos con nuestros cercanos antepasados patrios, ocultos y emparedados en los más insospechados rincones de nuestras casas. Topos de la guerra. Nuestro país está tan lleno de héroes, de gente solidaria, entregada y luchadora, como de imbéciles y egoístas. El porcentaje de cada uno de ellos mejor lo pones tú. Aunque siempre nos quedará el humor. Somos el país de la picaresca, de Quevedo, Góngora, Larra, del humor negro y ahora de los memes. ¡Qué no decaiga!
Nuestro mundo, colmado de miseria, se ha visto agredido por una enfermedad que, como siempre, se ceba con los más débiles, especialmente con los ancianos, con nuestros viejos. Pero esa sociedad ruin y egoísta ha decidido amarlos, quererlos y pelear por ellos con todo lo que tiene. No abandonarlos. Nadie quiere que su padre, su madre o su vecino, por mayor que sea, muera. Tal vez no esté todo perdido y nuestra sociedad no sea tan mezquina como a menudo se empeña en parecer. Hay esperanza. Ya queda menos. Aunque cada vez que me asomo a mi ventana el porcentaje de imbéciles sigue creciendo. Ahí va otro...
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