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Al expresar su confianza en que existía un oculto plan de la providencia para que en la historia se desarrollasen plenamente las capacidades de la especie humana, el filósofo ilustrado Immanuel Kant no dejaba de admitir que, por el contrario, quien se limitase a ... tomar nota de los despropósitos que las crónicas relatan adoptaría más bien la actitud de un Timón o, frecuentemente, de un Momo.
Timón de Atenas fue un ciudadano que se decepcionó profundamente al experimentar la traición y malicia de quienes habían considerado amigos. Se fue a vivir a una cueva, renegando de cualquier trato con los seres humanos, y se cuenta que murió por resistirse a recibir a un médico que curase su pierna rota. William Shakespeare escribió un drama sobre esta figura clásica. La Antigüedad nos ha legado que sobre su tumba se esculpió este epitafio: «Aquí descanso, tras haberme separado de mi alma infortunada. No sabréis mi nombre y ojalá, hombres malos, lleguéis a mal fin». Hay cierta confusión tradicional entre este Timón el Misántropo y otro de siglos posteriores, Timón de Phlius, ciudad del Peloponeso cercana a Corinto, el cual fue un filósofo y poeta escéptico con mensajes corrosivos y satíricos (de ahí la confusión probable).
En cuanto a Momo, era la personificación de la burla y la crítica inconsiderada. Hijo de Nyx, la Noche, y hermano gemelo de Oizys, la miseria y depresión, a este personaje se le atribuía incluso, en un viejo poema épico que no ha llegado a nosotros, haber causado la guerra de Troya para reducir la población humana. La figura de Momo, a la que Esopo dedica dos fábulas, fue utilizada ya desde Luciano de Samosata en el siglo II, pero sobre todo desde el Renacimiento, para obras de crítica social, política y religiosa, y así aparece en Erasmo de Rotterdam o Giordano Bruno.
Si Timón el ateniense es un modelo de crítica a los defectos del humano común, de la gente, el divino Momo supone un patrón de crítica a los defectos de, sobre todo, los poderosos. Así, el comentario de Kant tiene toda la intención. En ausencia de un cierto optimismo sobre la evolución de la civilización, no nos quedaría más que zaherir al ser humano corriente (haciendo de Timones) y, muy especialmente, al ser humano con poder (haciendo de Momos).
Que los clásicos lo son por actuales y no por antiguos se muestra en cómo ambos polos de opinión, los que hemos rememorado, funcionan en los debates de opinión pública sobre la gran noticia de este verano, que no es otra que esta: un verano covid peor que el del año anterior, con más miedos a los contagios, más restricciones y más perturbaciones. Curiosamente, una sociedad cántabra medio vacunada, con más conocimientos sobre el virus, más rodaje en protocolos, sin problemas de suministros de materiales protectores, en suma, una sociedad en mejor condición pandémica, y que además presumía de ello, a través de su Gobierno autonómico, en el debate parlamentario de finales de junio, se ve hoy atenazada por toques de queda, limitaciones al interior hostelero y, en general, una sensación que tiene poco que ver con la alegría y el alivio del verano del año pasado, que fue además récord para el turismo y supuso una notable inyección de ingresos para la economía de nuestra región.
En la versión de Timón, la culpa de todo esto la tiene 'la gente'. El humano es irresponsable, hace botellón, se aglomera sin mascarilla, diseña verbenas caseras de treinta y tantos ciudadanos, y en consecuencia reinicia continuamente la propagación del virus. De poco han servido los aplausos a los sanitarios: ahora ya nadie se acuerda de ellos, especialmente de los pocos que quedan manteniendo el sistema mientras una parte importante de la plantilla disfruta de vacaciones (la situación no debe de ser tan excepcional como para reconsiderar vacaciones, esto solo se ha esbozado en Cataluña). En la medida en que el virus castiga el egoísmo, el hedonismo rampante y la indisciplina social, da la razón a Timón de Atenas. En China, en cambio, donde se lo tomaron a la tremenda desde el minuto uno, el número de casos y de fallecimientos es muy pequeño y la afección a la economía ya ha pasado.
En la versión de Momo, la culpa es de los gobernantes, en toda la escala que desciende desde Bruselas y la señora Von der Leyen, negociadora de los suministros de vacunas a los europeos, hasta, como mínimo, los gobiernos autonómicos, que no solo tienen las competencias oficiales en asistencia sanitaria, sino que son depositarios de la inacción del Gobierno central, que ha convertido la normativa pandémica en una especie de almacén de Ikea, donde cada cual coge lo que le parece y luego lo atornilla en su casa con ayuda de los magistrados locales. La vacunación podría haber ido más rápida. La 'suelta' de jóvenes escolarizados no era imprevisible. Las plantillas se podrían haber reforzado con medidas extra (ya que hay dinero extra y no frenos presupuestarios). Se podrían evitar los efectos demoledores sobre la economía y la confianza cívica de las continuas contradicciones y especulaciones sobre medidas drásticas de salud pública.
Quizá sea mejor confiar un poco en la astucia de la naturaleza, como Kant hacía a falta de opción más alegre. Por un lado, algunos comportamientos ya van siendo más prudentes. Por otro, el Tribunal Supremo ha advertido, al rechazar los toques de queda apetecidos por el Gobierno de Canarias en Tenerife, que solo con índices epidémicos muy altos cabe tomar medida tan radical como un toque de queda, que no es lo mismo que un cierre perimetral de un municipio, comarca o región. Como aquí defendimos la semana pasada que ciertas suspensiones de derechos fundamentales no son de recibo sin una legitimación reforzada, celebramos que esa sensibilidad filosófico-jurídica vaya siendo doctrina. Si logramos salir de esta sin un plus de misantropía y sin dar la razón a Momo, será un éxito olímpico.
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