![La tiranía de Xi Jinping](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/diario_montanes_2017/noticias/202211/21/media/78256932.jpg)
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Acabo de releer las reflexiones de Hannah Arendt sobre la tiranía, en su tratado de 'La condición humana'. Pensamientos inspirados por Montesquieu, e inmediatamente me ha venido a la mente la China de Xi Jinping. Afirma Arendt que la aspiración a la omnipotencia implica siempre ... la destrucción de la pluralidad -el sistema democrático- mediante el uso indiscriminado del monopolio de la violencia. La violencia puede destruir el poder de las gentes reunidas en asamblea -el parlamento- pero nunca puede sustituirlo. Esa malhadada condición política, nada infrecuente en la historia, se conoce con el nombre de Tiranía. El temor que ella produce desde tiempo inmemorial no se debe solo a su crueldad, que no es un ingrediente inevitable, sino a la fatídica futilidad generada por la combinación política de la fuerza del tirano y la impotencia de los súbditos. La futilidad descorazona por igual a gobernantes y gobernados.
Esa reflexión me indujo a pensar si este sería también el destino de la tiranía de Xi. Cosa que me gustaría pero sobre la que albergo mis dudas. Aquí es donde sale a relucir Montesquieu. Dice este que la más destacada característica de la tiranía es que opera en el aislamiento -incomunicación y separación-, tanto del tirano con respecto a los súbditos como de estos entre sí, por causa del mutuo temor y sospecha. Según Montesquieu, la tiranía no puede considerarse una forma de gobierno entre otras posibles porque contradice la característica esencial de la condición humana: la pluralidad, la discusión y la acción concertada, que es condición sine qua non de toda forma de organización política. La tiranía impide el desarrollo del poder público, no solo en determinados aspectos de la cosa pública sino en su totalidad; es decir, genera impotencia mientras otros sistemas potencian el poder público. Hay, pues, que clasificar la tiranía en una categoría exclusiva, como un sistema defectivo, incapaz de generar el necesario poder público para sostenerse en el tiempo (se sostiene sobre sí misma). De hecho, concluye Montesquieu, al cancelar el espacio público la tiranía desarrolla el germen de su propia destrucción.
A la tiranía le resulta más fácil anular dicho poder público que suprimir la energía creadora de sus súbditos. Mientras la tiranía se caracteriza por la impotencia política de estos, ello no significa que los debilite y esterilize para el ejercicio del resto de sus actividades. La energía creadora con que la naturaleza dota a cada individuo puede sobreponerse a la violencia, más fácilmente que a la pérdida de poder político. No hay más que fijarse en los actos heroicos de oposición al tirano o el estoicismo necesario para sobrevivir en tan penosas circunstancias.
El poder del público preserva el espacio público donde se engendra el aliento vital que insufla todo el esfuerzo creador de la sociedad civil. Si esta es desactivada y suplantada por la planificación centralizada de los funcionarios del tirano, la red interactiva que espontáneamente canaliza el esfuerzo humano pierde su última razón de ser: la construcción de un mundo habitable. En su lugar nos encontramos en un mundo «ancho y ajeno» diseñado por las autoridades. Sin un mundo propio en el que encaje el producto de nuestro esfuerzo, el esfuerzo humano deviene fluctuante, fútil, sin sustancia. De ahí que Montesquieu sostiene que la tiranía genera el germen de su propia destrucción.
Pero Incluso si este no fuera el destino final de la tiranía de Xi Jinping, o bien se prolongase por un largo e indefinido lapso de tiempo, al no sentir que las acciones tienen la capacidad de mejorar el mundo en que viven hace que predomine el sentimiento de que «no hay nada nuevo bajo el sol». Si las gentes no son las creadoras del relato que proporciona dirección y sentido a los actos individuales y el devenir colectivo, no hay memoria histórica que ligue el pasado con el futuro. Si no hay poder público institucionalizado en una asamblea representativa, será un poder líquido que se escurre entre los dedos, una sociedad líquida no sólida. La muy extendida idea de que 'el poder corrompe' proviene de que no nos sentimos parte del poder público, sino que este ha sido expropiado por los llamados 'poderosos'. El famoso discurso de Pericles (en 'Las guerras del Peloponeso') articulando las más íntimas convicciones del pueblo ateniense, fue pronunciado cuando su democracia -como hoy la nuestra- estaba en peligro de extinción. El discurso demuestra una suprema confianza en que los ciudadanos pueden poner en práctica y proteger la grandeza de la voluntad colectiva; por el hecho de haberla formulado, se genera la dinámica necesaria para elevar la acción colectiva al punto más alto de la 'Vita Activa'. Dialogar para entenderse, concluye Pericles, es la diferencia definitiva entre la vida humana y la vida animal.
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