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En la soledad de la mañana, cuando el sol busca una rendija para asomarse desde el horizonte y lucha con los nubarrones que nos cubren al nacer el día, sentado para presenciar el acontecimiento, pasó por mi mente un recuerdo ya lejano. Estudiaba Bachiller en ... un instituto, y dentro del mismo curso convivíamos alumnos de diferentes planes educativos, unos eran del 1953, y otros de otros diferentes. Recuerdo que un amigo, Severino, del que ignoro su paradero, cuando yo acudía a latín con Gerardo Masa, hombre sobrio, triste y muy estricto, él acudía a griego, con otro profesor de corte parecido. La dictadura yo creo que nos igualaba a todos, propinándonos un rictus de seriedad y quizás de contrariedad o rigidez.
No recuerdo el año en el que se aprobó el plan que está en activo, lo que sí tengo presente es la necesidad mostrada por los diferentes políticos del área, buscando el consenso que alumbrara aquel plan deseado por todos, que respondía al mayor número de necesidades y que jamás se ha podido conseguir, a pesar del esfuerzo que yo entiendo que se ha realizado. El señor José Ignacio Wert, con mayoría absoluta en el Congreso, consiguió realizar un plan que respondía más adecuadamente a las necesidades del momento del partido en el que militaba, y el señor Gabilondo, desplegó una enorme lucha en busca del mayor consenso entre los dos partidos mayoritarios, pero no consiguió, a pesar de su experiencia en docencia, formación y conocimiento académico, la unidad de criterio frente a un sistema consensuado.
Yo, como supongo hicieron la gran mayoría de ciudadanos, sentí una enorme pena. Parece que estaba la gestación madura y en su punto, y cuando llegó la hora del alumbramiento, en medio de una enorme expectativa, se complicó el laborioso proceso, a la vez que se suspendió su nacimiento. Seguimos pues a la espera de un sistema que podamos decir que es de todos, que todos lo respetemos y cuidemos, y que sus frutos sean cuantiosos, con la suma sucesiva y permanente de recomendaciones consensuadas. Esto parece el ideal, el deseo de todos, las esperanzas de todos, algo enormemente importante para la formación de nuestros hijos y nietos, y por ende para el progreso de nuestro bienestar.
Pero ocurre que la población se impresiona porque tiene una pasta especial, que en nada se parece a la de otras latitudes. Somos diferentes, distintos, si me permiten añadiría que estúpidos e ignorantes, adjetivos de los que no nos podemos sorprender, y sí sonrojar si tuviéramos algo de inteligencia y sentido común, y ejerciéramos nuestras responsabilidades coherentemente. Es obvio que existe un total acuerdo al respecto, es normal que un consenso deba de enriquecer el contenido del sistema, además todos por separado estamos de acuerdo con este tipo de proceso. Si esto es así, y lo es, ¿qué es lo que ocurre para no conseguirlo? La respuesta la tendrán que dar los legisladores a la población a la que representan.
Aunque no parece difícil cuando se asiste a la discusión de cualquier tema en el Parlamento. Y digo cualquier tema, hasta el más insignificante. En estos días, se ha ido perfilando entre los actores especialmente significativos -Gobierno, patronal y sindicatos-, sectores que representan a los intereses de la totalidad de la población, una nueva ley laboral.
Después de meses de discusión se alcanzó, superando diferentes obstáculos, un acuerdo por consenso. La población se sentía satisfecha y aliviada, jamás se había conseguido un acuerdo unánime de la totalidad de las fuerzas representativas, aunque el resto de fuerzas que en principio se esperaba que votaran de forma positiva, pasaban la gorra, con la expresión de «qué hay de lo mío», y otras ni eso, ausentes del tema y despreciando el esfuerzo realizado. Al fin llegó la hora de la votación y solo un error de un diputado salvó la reforma realizada durante muchos meses, y consensuada por las fuerzas interesadas en el tema.
En estos mismos días, zapeando cuando llegué de la calle, me sorprendió una diputada en la tribuna. Era de la CUP quien tenía el uso de la palabra, y hablaba de la guardia civil, lo deduzco por la expresión que manifestó: «No nos gustan, no los queremos, nos dan asco, si los quieren ustedes llévenselos». Palabras que me sobrecogieron, y mucho más la enfatización de las mismas, la rabia, ira, y el fuego que salía por aquella boca. Yo me pregunté, como lo haría cualquiera, ¿esto es el Parlamento? ¿Esto es el lugar donde los adversarios, que no enemigos, discuten nuestros asuntos para ponerles luz?
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