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El Racing y los títulos deportivos tienen la misma relación que la que mantienen en la fábula de Samaniego la zorra y las uvas. Ya saben, en ayunas, por no decir hambrienta, y después de vanos intentos por alcanzar el fruto al que no ... llegaba, la zorra terminó diciendo aquello de que «¡No las quiero comer! ¡No están maduras!» Y el Racing, con la escasez de títulos, a saber, un campeonato en Tercera (1948) y otro en Segunda (1950), sigue manteniendo eso de que lo importante es subir de categoría cuando los títulos, como el agua, se escurren entre los dedos.
La llegada del Oviedo a Santander me trae el recuerdo de un partido agridulce que se disputó en los Campos de Sport contra el conjunto asturiano y en donde ambos equipos se disputaron el título de campeón de la Segunda División en el último partido liguero. Eran tiempos de Maguregui y el sabor dulce lo cataron aquella temporada los dos equipos porque ambos ascendieron a Primera. El Racing comenzó muy bien la competición, manteniendo una racha de imbatibilidad que duró nueve jornadas, lo que colocó al equipo entre las privilegiadas posiciones de la clasificación. El club había fichado a un gran jugador, pero veterano, Armando Ufarte, internacional procedente del Atlético de Madrid que estaba demostrando que aún atesoraba fútbol en sus botas. Él fue el principal estímulo del juego racinguista del que se aprovecharía Aitor Aguirre que aquel año marcaría 17 goles en el campeonato. También el guardameta Santamaría se luciría, sobre todo parando penaltis que en ocasiones salvó a su equipo de la derrota.
El ascenso se materializó en el campo de Lasesarre frente al Baracaldo Club (2-2), tres partidos antes de acabar el campeonato. La fiesta por el ascenso se celebró en El Sardinero en el siguiente partido ganando al San Andrés (1-0) entre pasacalles de las peñas, charangas y la Maja de la Montaña que hizo el saque de honor.
Tras un relax que costó la derrota contra el Club Gimnástico (4-0), se llegó al último partido de Liga con el enfrentamiento entre el Racing y el Real Oviedo, ambos ya ascendidos y empatados a puntos, así que aquel día se ponía en juego el título de campeón de Segunda División. Los hombres de Maguregui comenzaron con dinamismo y creando ocasiones de gol, como una internada de Portu por el extremo cuyo remate no entró en la portería por puro milagro y combinaciones eficaces y peligrosas entre Zuviría y Aitor Aguirre. Pero a medida que pasaban los minutos, el Oviedo se fue asentando en el campo con una cobertura sólida y ordenada mientras el Racing se hundía en la mediocridad, sin criterio colectivo donde Zuviría, siempre derrochador de esfuerzos, se empeñaba en resolver todas sus jugadas aislado en la individualidad. Los cronistas hablaron de falta de cohesión y anarquía del Racing, con un Oviedo más técnico, aunque a la hora de crear ocasiones fueron los cántabros los más insistentes, con un balance de nueve saques de esquina ante los tres que por ejemplo lanzaron los carbayones. El empate a cero dejaba al Racing con el honor de haber quedado imbatido en Santander, pero al final, con el empate de puntos, el mejor balance de goles aupó a los asturianos al definitivo primer puesto. Fue una oportunidad perdida, como todas las que el equipo ha tenido cuando ha tenido ocasión de incorporar un trofeo de campeón a su armario de vitrinas escaso y expoliado, la última vez este mismo año contra el Fuenlabrada para luchar por el título de Segunda B.
Este sábado en El Sardinero las cosas pintan de un color muy diferente para los dos equipos, como para pensar que la zorra de Samaniego tiene toda la razón, porque hay cosas más importantes que unas uvas, aunque estén maduras.
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