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Atravesar la puerta y entrar en el estudio de Serzo, (Albacete, 1977), asentado en un pueblo de Cantabria desde hace dos años, es adentrarse en otra dimensión. Su obra desborda fantasía, es el artista total. ¿Cómo definir su trabajo, donde pintura, dibujo, escultura, fotografías, películas ... o instalaciones..., se ensamblan en un relato único?
Serzo se convierte en Sherezade y partiendo de una historia desemboca en la siguiente.
El hilo conductor que entreteje sus creaciones es la literatura; narraciones de todas las épocas en las que el pasado se hace presente y los maestros antiguos dialogan con los actuales. Descorrer el telón teatral de la superficie de sus lienzos es asomarse a un mundo onírico, habitado por Brueghel en compañía de Malevich, o quizás por El Greco en conversación con Blinki Palermo. Una vez más la frase de Eugenio D´Ors, «todo lo que no es tradición es plagio», se cumple. La originalidad bebe de la tradición. El arte consiste en conversar a través del tiempo.
Transformarse en artífice o mago requiere el dominio de las herramientas artísticas y en José Luis, el virtuosismo técnico se plasma en todas las disciplinas a las que se enfrenta. De sus manos alquímicas surgen: Archimétrica, el hombre cometa, las bi-cicloramas, el teatrorum, o los Señores del Bosque. Cada uno de sus artefactos enriquecen nuestra retina, pero el ojo, insaciable, intenta descifrar las claves de tantas adivinanzas eruditas, repletas de referencias a la historia del arte, la literatura, el cine, el teatro o la música.
Más tarde, desde el estudio de Serzo nos dirigimos a saciar nuestra hambre a la tienda de té que nos aguarda en una aldea cercana. Y del taller de los sueños que acabamos de abandonar, atravesamos el espejo para desembocar en el mundo de Alicia en el país de las maravillas.
Como si estuviéramos celebrado la famosa merienda del día «de no cumpleaños», la mesita se llena de pasteles de todos los sabores y colores, de tés y cafés procedentes de remotos lugares. Tal es la variedad de productos que parecemos transportados a otro clásico imprescindible: Hansel y Gretel.
¡Casualidades! (o no..). Días atrás, en la exposición 'Detente, instante' (Juan March, Madrid), contemplé mi reflejo en un cristal mientras miraba a los ojos de un niño fotografiado, precisamente, por el autor de Alicia. Un retrato en el que llama la atención su facilidad para conseguir ese posado espontáneo de los más pequeños, inquietos por naturaleza. Máxime cuando en los albores de la fotografía, la complejidad técnica exigía largas exposiciones frente al objetivo.
Al asomarme al misterio del personaje -un Lewis Carroll escritor, fotógrafo, matemático, diácono, tartamudo y zurdo- lo imagino en la Inglaterra de mediados del siglo XIX, rebelde, cuestionando con el absurdo la rígida moral victoriana. Supo invertir el orden de lo establecido y crear un mundo dentro de otro. Se anticipó al psicoanálisis y fue un precursor de lo surreal.
Tengo una frase del prodigioso libro grabada en mi cabeza: «Cuando acabes de hablar, te callas».
No puedo remediarlo y al volver a la ciudad corro a la librería. En ella está esperándome una edición doble y bilingüe de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo, ilustrada por Pat Andrea.
De nuevo otro autor versionando a un maestro, en ese continuo fluir de lo artístico y lo creativo a través de los tiempos.
«Sus obras no son libros para niños, son las únicas que nos convierten en niños», que diría Virginia Woolf de Carroll.
Dadas las fechas, un deseo: que todos los pequeños tengan acceso a un libro y que todos los adultos sean libres para disfrutar del arte y la fantasía como si volvieran a la infancia.
Infinita Cantabria. La realidad, una vez más, supera a la ficción.
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