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En el mes de abril del año 1945, ahora se ha cumplido el septuagésimo quinto aniversario, se fijaron en el calendario tres fechas que supusieron hitos para el futuro del mundo. El día 12 de aquella primavera, fallecía el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt ... , el político que reaccionó con coraje y determinación tras el ataque de Japón en el denominado 'Día del oprobio'. Roosevelt ha sido el único presidente de los EE UU que ganó cuatro elecciones y por unos pocos días no pudo ver como se derrumbaba definitivamente el eje formado por la Alemania nazi y la Italia fascista.
Además de transformar en muy poco tiempo el potente complejo industrial norteamericano hacia la producción del armamento preciso para ganar la guerra, antes fue el presidente que puso en marcha el 'New Deal', un programa que permitió a la sociedad estadounidense superar el desastre producido por el crack de 1929 y la posterior etapa bautizada, con acierto, como la gran depresión.
Pocos días más tarde del fallecimiento de Roosevelt, era detenido y fusilado Benito Mussolini en Italia, cuando trataba de escapar hacia Suiza junto con su amante Clara Petacci. Un grupo de partisanos apresó a Mussolini y a Clara Petacci en la localidad de Giulino di Mezzegra y los ejecutaron, tras una reunión del consejo antifascista, el 28 de abril. Sus cadáveres fueron colgados boca abajo en la plaza Loreto de Milán. Esa imagen de los cuerpos de la pareja y otros miembros de la jerarquía fascista ha quedado en la galería de las fotos más significativas de la Segunda Guerra Mundial.
La noticia de la muerte de Mussolini llegó hasta el búnker en el que se había refugiado Hitler con sus más allegados. Al dictador alemán le impactó mucho la vejación que habían hecho los partisanos con los cuerpos de Mussolini y su amante. Y el 30 de abril, con las tropas de ejército soviético ya dentro de Berlín, se suicidó junto con su mujer, con la que se había casado dos días antes. Su cuerpo fue incinerado en el jardín bajo el que estaba el refugio de Hitler.
Así, en tres días de abril se puso la palabra fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa. El imperio japonés resistió hasta agosto, cuando el nuevo presidente de los EE UU autorizó el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Ahora, se acaban de conmemorar esos sucesos y, en unos días, la firma de la rendición del Reich a los ejércitos rusos y anglo norteamericanos. Setenta y cinco años más tarde debemos reflexionar sobre aquellos sucesos que provocaron millones de muertos y una devastación sin precedentes.
La enorme tragedia de la Segunda Guerra Mundial nos enseña a combatir el totalitarismo. No debemos olvidar que la chispa que encendió el conflicto fue el acuerdo entre nazis y comunistas para repartirse Polonia, y que ese pacto germano-soviético se mantuvo mientras el ejército nazi invadió Holanda, Bélgica y Francia. Es más, los comunistas franceses actuaron como una quinta columna en la invasión germana de Francia. Los regímenes dictatoriales tan sólo generan pobreza y eliminan la libertad, además de llevar a la muerte a miles y miles de personas. Terminada la guerra, Europa se reconstruyó merced a dos elementos: la decisión de los habitantes de las naciones, tanto de las vencedoras como de las vencidas, de trabajar sin denuedo para recuperar todo lo perdido y por la ayuda prestada por los Estados Unidos, con una ingente inversión. Europa occidental se puso en pie con el sacrificio de sus habitantes, en un marco de libertad y de régimen democrático. La Europa del Este, la que quedó bajo el control de la Unión Soviética, tardó décadas en recuperar la libertad y además demostró su ineficiencia, sumiendo en la pobreza a sus habitantes.
Las últimas siete décadas han demostrado, de manera indubitada, que el sistema de economía abierta y de libre mercado, equilibrada con una política socialdemócrata y la construcción del estado de bienestar, ha sido la mejor fórmula. La que ha logrado un largo periodo de paz y un desarrollo social sin precedentes. No es posible, tras un análisis riguroso de lo sucedido, sostener que construcciones totalitarias como el comunismo experimentado en países como Camboya, China, Corea del Norte, Cuba, etc. hayan reportado mejores prestaciones sanitarias, educativas, sociales, etc. que las alcanzadas en naciones como Francia, Alemania, Estados Unidos o España. Y todo ello con un componente esencial: garantizar la libertad de las personas, un principio que debe ser inviolable. Los actos conmemorativos de este setenta y cinco aniversario de la derrota del nacional socialismo alemán y del fascismo italiano quedan oscurecidos por la tragedia provocada por el coronavirus. Pero esta situación de emergencia no nos debe alejar de las lecciones aprendidas tras la guerra que provocó millones de muertos: la reconstrucción será menos costosa y más justa si se apela al esfuerzo personal y se mantienen vivos los ejes que cambiaron el mundo con la Enciclopedia y la revolución francesa: la consagración de las libertades individuales, la igualdad de todos ante la ley y dentro de un marco que garantice el ascenso social en función de los méritos propios.
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