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Cuándo fue la última vez que ha escuchado la palabra decencia, sobre todo en el ámbito de la política y los grandes negocios? Decencia es una palabra que, como gran parte de los valores morales, ha caído en desuso; pero Joseph R. Biden (Joe Biden ... para los amigos..., y los enemigos) es tan antiguo que la escuchó innumerables veces de sus mayores y ha seguido repitiéndola el resto de su larga -78 años- vida. Permítanme que, para los más jóvenes, transcriba la definición de María Moliner (por cierto, en la misma página que decadencia): calidad de decente. Y esta: «(aplicado a las personas y a sus acciones y sus cosas) Honrado o digno: incapaz de acciones delictivas o inmorales. Comporta frecuentemente la idea de modestia de posición social: Una persona decente que se gana la vida con su trabajo. Aplicado a jornal, sueldo, etc.: No demasiado pequeño tal que permite vivir decentemente». Toda una filosofía de la vida que fue arrumbada en el trastero mental con los objetos inútiles.
La dialéctica hegeliana sostiene que, en la historia, a toda 'tesis' se le acaba oponiendo una 'antítesis' con objeto de alcanzar una nueva 'síntesis'. Pues bien, a la tesis de Trump: el que no es un agresor es una víctima; se le ha opuesto la antítesis de Biden: la honradez, la dignidad, la incapacidad de acciones delictivas e inmorales; con objeto de llegar a una nueva síntesis: la decencia como filosofía política y empresarial.
Ahora bien, la decencia fue siempre una virtud de los humildes. Y son los humildes quienes se han hartado de la descarada indecencia de políticos y empresarios, que ya no practican la virtud de la hipocresía. Se han hartado hasta tal extremo que se entregan a Trump, un falsario que les hizo creer que sanearía la ciénaga política de Washington y restauraría el tejido Industrial del país. Le creyeron porque están desesperados viendo que mucha gente de su entorno ha dejado de ganar un salario que les permita vivir decentemente, si es que tienen un empleo, y se están convirtiendo en deplorables. La gente humilde y sin esperanza es carne de cañón para los desaprensivos que manipulan sus sentimientos y propalan ficciones a fin de satisfacer su insaciable sed de poder. En el caso de Trump también de riqueza, no sólo para sí sino para el todopoderoso club del 0,1%, a fin de que lo admitan como socio.
74 millones de votantes siguieron creyendo que Trump era su Mesías; 60 millones aún lo siguen creyendo, a pesar de haber quedado al descubierto el juego del personaje el 6 de enero en el Capitolio. En los cenáculos políticos circula el creciente rumor de que el trumpismo está evaluando la creación de un nuevo partido, el Patriot Party (Partido Patriota), y que la amnistía al neofascista Stephen Bannon está directamente relacionada con este proyecto. Trump, con su filosofía depredadora: el gobierno de los más fuertes y su derecho natural a imponer condiciones a los débiles, seguirá captando muchos votos ya convertido en un autoritario sin complejos. Pero de momento, su antítesis le ha sacado 7 millones de ventaja.
Joe Biden es la encarnación de la vieja decencia, combinada con una humildad franciscana. Es profundamente católico. Biden es lo opuesto al charlatán de feria, su decencia y humildad son proverbiales. Y es tal el anhelo por recuperar la vieja imagen de América, que ha sido arrastrada por los suelos durante los últimos cuatro años, que tan sólo con su talante ha conquistado 81 millones de votos. Nadie lee los programas de los candidatos, lo que en este caso es una pena porque el nuevo presidente tiene uno tan ambicioso, que hay que remontarse al de Roosevelt para superar la gran Depresión si se quiere encontrar uno parecido.
Con esta última son ya cinco las tomas de posesión de un nuevo presidente que he seguido con mucha atención. Puedo afirmar que ni siquiera la de Obama -mucho más ilusionante y entusiasta- ninguna transpira el profundo sentimiento de que la República y su Constitución han sido puestas en peligro y están en juego. Lincoln, en su discurso de inauguración en 1861, cuando 7 de los entonces 34 estados habían votado a favor de la secesión, dijo famosamente: «El destino de la nación está en vuestras manos mis insatisfechos compatriotas, no en las mías».
Biden ha venido a decir algo parecido: puedo restaurar las normas institucionales que han sido degradadas y restablecer el equilibrio que hemos perdido; pero hay cosas que yo no puedo hacer, no voy a violar la Constitución que he prometido defender ni voy a traspasar líneas rojas con el Congreso y el Poder Judicial a fin de reparar el tejido social que está rasgado en dos mitades, eso está en vuestras manos.
Personalmente nunca me ha convencido el argumento idealista de que las síntesis históricas son inevitables. En la composición de fuerzas suelen entrometerse vectores inesperados, insospechados incluso, que modifican la resultante, por veces en la dirección opuesta. Pero espero que al menos renazca la necesidad de 'buena conciencia' (el homenaje del vicio a la virtud) y se restablezca una mínima concordia por mor de la convivencia.
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