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La epidemia del coronavirus que ha padecido España ha llevado a desarrollar la enseñanza, en todos los niveles educativos, de forma 'online'. Lo primero que se debe hacer en este contexto es dar la enhorabuena tanto a los profesores como a los estudiantes ... por la labor que han realizado. Los primeros adaptando su forma de trabajo, en unas condiciones muy difíciles y en tiempo récord, a un método que no era el habitual, con un esfuerzo extra de trabajo en la mayoría de los casos. A los estudiantes, por ser capaces de sobrellevar una situación de incertidumbre, marcada por la adaptación a las nuevas formas de transmitir los contenidos; por la falta de explicaciones presenciales y de convivencia con sus compañeros y profesores; y por el miedo al funcionamiento de los métodos de evaluación.
Tampoco hay que olvidar, especialmente en el caso de los más pequeños, el esfuerzo de las familias, cuya dinámica ha tenido que adaptarse a esta situación, practicando el trabajo telemático, y en la medida de sus posibilidades, en las tareas 'online' de sus hijos. Para todos ellos la enhorabuena por el gran esfuerzo, que les honra, y que deja en muy buen lugar la calidad de nuestra enseñanza y de nuestra comunidad educativa.
A partir de ahí unas reflexiones sobre la enseñanza 'online' y la enseñanza presencial, cuya concurrencia está dando lugar a un interesante debate. Y adelanto desde ya mi posición, en el sentido de que la enseñanza 'online' nunca podrá sustituir a la enseñanza presencial, si de lo que se trata es de dar a los niños y jóvenes una educación de calidad. En mi opinión, la enseñanza 'online' ha cumplido su papel en una situación extraordinaria, pero debe volver a ocupar su lugar. Este es un lugar importante, y cumple muchas funciones, desde la clásica enseñanza a distancia para las personas que trabajan -como la que ofrece la UNED-, hasta la adquisición de conocimientos de postgrado, cuando los estudiantes pueden no estar a tiempo completo dedicados a la universidad. Pero sin duda, durante la etapa formativa universitaria, más o menos, desde los 18 a los 22 años, la presencialidad es la clave. Lo es en todas las fases educativas, pero me centraré, por mi especialización profesional, en la universidad.
Abordar el concepto de formación me parece decisivo en este debate. Unido a los orígenes de la universidad moderna, a partir del modelo de Humboldt en Alemania, la idea de formación o formación integral (Bildung), supone que educar a los universitarios conlleva alcanzar unos conocimientos técnicos, pero también preparar al estudiante en su desarrollo integral para la vida, para forjar su personalidad, para reconocer su lugar en el mundo y para llevar a cabo con éxito la interacción social con las demás personas. Y de ahí la importancia de las relaciones personales en la fase de formación.
Por otro lado, cuando se dice a modo de tópico, que la universidad debe formar ciudadanos y aún más, ciudadanos críticos, con frecuencia no se alcanza a saber cómo lo hace, máxime cuando, cada vez más, nuestras enseñanzas están centradas en los contenidos técnicos. Pues bien, en parte la respuesta tiene que ver con esa convivencia que la universidad proporciona a los jóvenes, en una etapa clave en el desarrollo de su personalidad.
Si la formación es una de las ideas que tiene que estar presentes en este debate, la otra idea es la de la convivencia. Si nos preguntamos qué es lo que aporta la enseñanza presencial como distintivo, la convivencia es la clave. La convivencia socializadora. La convivencia de alumnos con profesores y la convivencia de alumnos entre sí. La convivencia además en un medio como es la universidad, especialmente la pública, al que se accede, por fortuna, sin grandes requerimientos económicos, y en el que, gracias a las políticas públicas, los años de formación se desarrollan en un ambiente caracterizado por la igualdad de oportunidades para aprender y formarse, y la libertad para empezar a desarrollar, por parte del estudiante, su proyecto personal. Igualdad y libertad son valores que facilitan una lección de vida y un modelo de convivencia para todos. Convivencia en igualdad y libertad. Ojalá todos los alumnos lo supieran aprovechar, ojalá hubiera muchos más espacios así en el entorno social.
En ese ambiente de convivencia el estudiante debe conocer y tratar al profesor, estar intrigado por él, estudiarle, tomarlo como referencia, mejor o peor, debe saber cómo son sus zapatos. Le ve en clase, y decide si vale la pena seguir asistiendo; si le interesa le pregunta o va a su despacho, aprende más, sigue con el contacto... Y debe relacionarse con sus compañeros, colaborar, competir, compartir, viajar, hacer las amistades que duran toda la vida, enamorarse...
¿Cómo sería la formación de un universitario sin pasar por las aulas, sin disfrutar de esa convivencia? ¿Quién se imagina un universitario formado en la soledad de su habitación? ¿Quién puede privar a los jóvenes de estas experiencias?
Lo mismo ocurre con los profesores, para quienes la convivencia con sus alumnos es una fuente de realización profesional y de crecimiento intelectual. Algo que estimula y que ayuda a insistir en los retos de nuestra vocación. Obviamente, si se es humano -otra cosa ocurriría con una máquina-, no es comprensible una vocación docente en un entorno donde la presencia real de los estudiantes no existe. Se puede recordar además que los últimos estudios e investigaciones de neurocientíficos demuestran que todo lo que se aprende, o todo lo que se deja de aprender, está teñido de emociones, que fundamentalmente se transmiten con el trato personal. Incluso para los alumnos que más lo necesitan, el refuerzo de la relación con el profesor puede ser clave para no desistir o desanimarse. No hay duda de que la relación del profesor con el estudiante puede enseñarle y ayudarle en momentos difíciles más que cualquier versión telemática. En sus orígenes ilustrados la enseñanza obligatoria tenía mucho que ver con que los alumnos salieran de sus entornos familiares y se formara en un ambiente común. No deberíamos olvidarnos de nuestras referencias clásicas, y ahora, en el actual contexto tecnológico, no deberíamos dejarnos llevar por tendencias, tópicos o modas mediáticas, sin la imprescindible reflexión sobre las necesidades formativas. Porque lo que nos estamos jugando es la calidad de la enseñanza, su excelencia. El pensador italiano Nuccio Ordine, lleva ya tiempo insistiendo en que la calidad y la excelencia de la educación está precisamente en las relaciones humanas, en la convivencia, en la enseñanza presencial. No me cabe duda de que las grandes universidades seguirán siendo presenciales. Y en todo el mundo, los padres de mejor posición económica, y más conscientes de su responsabilidad para con sus hijos, quieren para ellos una enseñanza presencial. Creo que sería un grave error desandar ese camino que ya tenemos recorrido en España.
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