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En estos días quien más y quien menos nos hemos convertido en virólogos y epidemiólogos, hasta tal punto de que no hemos reclamado el título porque seguramente nos iba a tardar en llegar por correo unos meses, cuando ya fuéramos reconocidos economistas. Así que, será ... mucho más práctico que solicitemos todos los másteres juntos.
Mientras seguimos mirando conmovidos el nuevo mundo, cada jornada nos asomamos a la ventana o balcón a contemplar lo nunca visto. Pero si bien es cierto, que la ventana de madera, pvc, aluminio o materiales varios ocupa una pequeña parte de nuestro tiempo, no lo es menos que son otras pantallas las que verdaderamente nos comunican con ese nuevo orbe. Televisión, tableta, ordenador o el móvil, nuestro nuevo inseparable compañero. Allá donde vayamos, ahí está él, un apéndice más. Vivamos en mansión o en apartamento, el móvil nos escolta.
Y quien más y quien menos hemos descubierto o redescubierto la videollamada. Y con los nuevos tiempos hemos mantenido, no obstante, las viejas costumbres. La videollamada a traición. No es lo mismo que te llame por teléfono a cualquier hora tu prima para saber cómo se hace la pasta de las croquetas, que lo haga cara a cara tras quince días de encierro. Y tú con esa cara y esos pelos... De juzgado de guardia. Pero si algo hemos aprendido es la importancia del fondo de las conexiones en televisión desde la casa del individuo de turno. Así, hemos visto las moradas de los tertulianos «opinalotodo», casas de deportistas, escritores, políticos, etcétera. Y en todas y cada una te das cuenta de lo importante que es el fondo de la videollamada. De un lado están los fondos de estantería repleta de libros, da igual que sean de Pepa Pig o enciclopedia Acta 2000, aún con el plástico original, ambas quedan genial. Por otro lado, las tristes, las de pared vacía, mancha de humedad o aún peor, con puerta indiscreta donde se cuela cualquier espontáneo... Hasta la conexión del Papa tenía un fondo descorazonador. También estamos descubriendo que el maquillaje hace milagros, y que tras dos semanas en casa hay personajes televisivos a los que ya ni conocemos. Un mundo insospechado de camisetas y de chándales aparece en nuestras pantallas. Y quien cada día se sienta a tu lado en el sofá te dice: «¡Ves cómo vive con sus padres!». Lo que ocurrirá seguramente es que muchos, entre los que se encuentra quien suscribe, tras las innumerables aplicaciones y plataformas con los más variados anglicismos, Skype, Zoom, Classroom, Netflix, Hotmail... olvide todas las contraseñas y se quede aislado del mundo por partida doble. Entonces tan solo me quedará, una vez más, mi ventana de madera. Y yo seguiré saliendo todos los días a las ocho. Nuevas situaciones, nuevos hábitos.
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