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Otro año más saldremos a la calle a decir ¡Basta! Ni una menos, vivas nos queremos.
¿Podremos dejar de hacerlo algún día? No. Porque tal vez lo consigamos, tal vez algún año no sea asesinada ninguna mujer por el solo hecho de serlo, ... pero entonces saldremos a la calle a celebrarlo y a solidarizarnos con las que en otro lugar de nuestro mundo aún no lo hayan conseguido.
Mientras tanto, en nuestro país contamos las víctimas. Sí, esto ya es un logro porque antes eran mujeres anónimas, de las que no sabíamos nada y de las que no se hablaba, salvo sus familiares que las amaban o sus vecinas y vecinos que al final sabían la verdad.
En lo que llevamos de este año 2022 han sido asesinados 3 menores, 38 mujeres con relación de pareja con su asesino y 6 feminicidios más sin relación sentimental aparente. Desde 2013, año en que se empezaron a contabilizar estas víctimas, 1.171 mujeres asesinadas.
Fue el 8 del pasado mes de enero cuando su marido acuchilló hasta la muerte a Sara Pino, de 38 años, en Tudela, Navarra. Y el 7 de noviembre, en Móstoles, su marido y padre acuchilló hasta matarlas a Irina, de 29 años, y su hija Mariya de 6. Entre una y otra fecha han sucedido los otros 42 asesinatos de mujeres.
El 4 de abril Jordi, de 11 años, fue acuchillado en Sueca, Valencia, por su padre en el fin de semana que estaba con él, ya que este tenía una orden de alejamiento de su madre por violencia de género.
El día 19 de este mismo mes de abril tenemos que trasladarnos a Lloret de Mar, Girona, para contabilizar el asesinato de una mujer y su hija adolescente. Con Mariya, son los tres menores asesinados de este modo.
¿Por qué nos parece importante esta estadística? Porque no son solo números, nos devuelve la verdad oculta, reconoce la más grave de las violencias machistas que soportamos las mujeres en nuestro país y nos hace pensar en sus consecuencias, nos hace exigir legislar para la protección de las víctimas menores y mayores, nos interpela a toda la sociedad y nos hace ver que esas huérfanas, esos huérfanos, son ya de nuestra responsabilidad, la de toda la sociedad.
Desmenuzar estos datos nos muestra que esta violencia asesina no se forja en un día, se ha alimentado en el consenso social de que las mujeres y las niñas valemos menos que los varones, hemos nacido para ser su 'complemento', para dedicarnos a su cuidado y a los cuidados que sostienen toda la sociedad y que sin nosotras colapsarían.
Somos educadas y educados en unos estereotipos de género que nos indican qué debemos hacer unos y otras para que todo funcione... mal, como podemos apreciar. Porque en nuestro país las mujeres y las niñas somos más de la mitad de la población (un millón más aproximadamente) y no estamos representadas en esa proporción prácticamente en ningún ámbito, salvo en el de los cuidados que citábamos anteriormente. Y hoy persistimos en el error.
Pero el mundo ya es global, nos guste o no, y las niñas del siglo XXI conocen el feminismo y quieren ser científicas o fontaneras; ganaderas (con la titularidad de la explotación, claro) o médicas; conductoras de autobuses o arquitectas; bomberas o maestras; policías o gerontólogas. Lo que cambia sobremanera su idea del mundo y de su papel en él.
Mientras tanto, seguimos educando a los niños como en el siglo pasado, haciéndoles responsables de lo público, que va a ser su ámbito profesional y de representación política e irresponsables de lo privado, del ámbito de los cuidados y los afectos.
Está claro que nos equivocamos como sociedad, que mantenemos una brecha entre hombres y mujeres en la que ellos piensan igual que en el primer tercio del siglo XX y ellas no volverán a ese tiempo, salvo para reconocer a las mujeres que nos precedieron y que, desde antes incluso de la II República, defendían nuestros derechos, con especial empeño en nuestro derecho al voto.
Pero no solamente tenemos que cambiar la educación de las y los menores, debemos propiciar la urgente formación en perspectiva de género, en igualdad y derechos humanos, en la judicatura, la sanidad, la educación de 0 a 100 años, la sanidad, los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.
Necesitamos un país del siglo XXI, feminista y solidario.
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