![Vivísimo en el recuerdo](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202011/19/media/cortadas/ernest-k6DH-U120817625542PdF-624x385@Diario%20Montanes.jpg)
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Tengo la supersticiosa costumbre de irme a la cama pasadas las doce de la noche. Lo que me permite despedir al día que cumplido se retira (un día menos) y al que esperanzado llega (un día más). A esa hora, lindera entre dos jornadas, se ... conocen las tremendas noticias que la prensa escrita difundirá con carácter de novedad ya con las claras del día.
Fue el caso, luctuoso caso, dramático caso, una herida en el recuerdo de cuantos le tratamos, admiramos y quisimos, del vil asesinato de Ernest Lluch, el dialogante exministro que defendía a ultranza el diálogo con el nacionalismo, según pregonaban con entrecortada voz los profesionales de la radio, de todas las radios, primer medio que me clavó en el costado la astilla de tan inesperada noticia, una de las noticias que más me han conmovido en mi ya larga vida de noticias conmovedoras.
Tan luctuoso suceso, un mazazo a la conciencia del país, sumido por entonces en un sinvivir permanente por el terrorismo, fue tomando cuerpo de cruel realidad en las últimas horas de la noche del martes 21 de noviembre del año 2000. Ernest Lluch asesinado por ETA de dos disparos en la cabeza cuando entraba al garaje de su domicilio en Barcelona, avenida de Chile, coincidieron en propagar a los cuatro vientos, con quejumbrosa voz, las emisoras de radio y las televisiones más trasnochadoras.
Permanente en el recuerdo conservo la imagen de la periodista Carmen Tomás, jovencísima, guapísima, profesionalísima, dirigiéndose muy contenidamente a los telespectadores teniendo al fondo, tras ella, un proscenio barcelonés lúgubremente ensombrecido por la noche, por el dolor, por la rabia y por el emergente luto. Conducido por ella, los detalles se iban descarnadamente desvelando, uno tras otro, a cual más cruel. No, un tiro. Dos. En el cuello, no. En la cabeza. Tremendo episodio, patéticos comentarios. Morbosos detalles. Primer desfile de políticos, condolidos hasta el hueso. Jordi Pujol. El alcalde de la ciudad, Joan Cros. Los representantes de los partidos políticos, de todos los políticos con alma, que entonces eran casi todos, porque a todos apuntaban las pistolas de cañones recortados en aquellos tremendos años de plomo.
En algún momento de aquella interminable noche y de aquella interminable madrugada creo recordar la voz, la entrecortada voz, la agostiza voz, de otros grandes profesionales de los medios radiofónicos que no tuvieron el menor empacho en dar al país los pormenores de la triste nueva entre lloros y sollozos, a lágrima viva. Oyéndoles, sintiéndoles, solidarizándome con su dolor, su enojo y su rabia, fue tomando cuerpo en la unamuniana caz de mis huesos, el poema 'PAÍS DE MUERTOS', que en mi libreta herida por el rayo fue escribiéndose solo, con incesante temblor de corazón y pulso.
A Ernest Lluch, tan definitivo.
HOY no estamos más muertos que ayer
ni más muertos que hoy mañana.
Llevamos tanto tiempo contando muertos,
llorando muertos, enterrando muertos,
nombrándonos muertos con los muertos.
Somos treinta millones de muertos posibles,
cuarenta millones de muertos probables,
tantos millones de muertos rematados
como quiera el engranaje de pólvora y ferralla
que tuerce a capricho nuestro hado.
No hay país más prevenido en lutos
que este solar de muertos pregonados.
Somos un país de muertos.
España es un país de muertos.
Del Rey abajo a nadie ahorra esta muerte
que mata de ajena muerte a nuestros muertos.
Blanqueados los rostros y las manos,
de la muerte nos sabemos todos blanco,
blanco de muerte todo nuestro ser,
tan indiscriminadamente ya en las listas muerto.
Palomo de culpas, el pecho tremola
inmaculadas camisetas blancas
impresas con dianas en el centro.
—¡No nos matarán, gritamos en las ágoras,
que balas no hay para tanto muerto!
Morir con nuestros muertos nos afirma.
Nuestra es cada innecesaria muerte.
Arrancándonos muertos nos matan a diario,
certificando muertos nuestros muertos.
Llevamos tanto tiempo contando muertos,
llorando muertos, enterrando muertos,
nombrándonos muertos con los muertos.
Vivimos tan irremediablemente muertos
esta vida de muertos que no nos pertenece,
muertos en vida y vivos en la muerte,
que tan sólo imploramos ya del cielo la merced
de que callen las pistolas de la muerte ajena
y nos dejen morir de nuestra muerte.
Antonio Martínez Cerezo
Santander, 21 de noviembre de 2000
Tengo por muertes inútiles, las que no tocan. La de Ernest fue una muerte inútil, una muerte que no tocaba. No de aquél modo. Tan salvaje. Tan despiadado. Tan bestial. Por más que él, el sabio más cándido que he conocido, tuviera siempre a gala dirigirse al público ante el que presentaba una novedad, una iniciativa, un proyecto... que si el asunto no acababa resultando bien, como esperaba, no tuvieran el menor reparo en ponerle contra una pared blanca, tomarle por un propicio SANSEBASTIÁN y dirigir contra su cuerpo horro de armadura las flechas del reproche más despiadado y certero.
Así le recuerdo, sansebastianista por íntima convicción, ofreciendo a la ciudad de Santander, una feliz iniciativa que en pie permanece: Artesantander; una feria de arte que debería tenerle a él por santo patrón laico, pues de tan entusiasta dinamizador cultural partió la brillante idea, la mecha que encendió la vela, un velón de propicio pábilo que Paco Revilla, presidente a la sazón de Caja Cantabria felizmente acaudilló, y que asimismo alentó, con más voluntad que medios, el alcalde Huerta, a quien saludo a menudo paseando por el Sardinero. Una feliz idea, en fin, con tantas otras felices ideas del inmortal rector de la UIMP (1989-1995), de la que tantos advenedizos han sacado posterior provecho sin brindarle la mínima cortesía de una cita.
Antes de exponerla en público, la idea de la feria nos la expuso en privado a unos pocos, virgen aún en su caletre y pendiente de inmediato afinamiento. Lo recuerdo como si fuera ahora mismo. Fue en el curso de una cena, inolvidable cena, en el Restaurante La Concha, cuyo timón llevaba el animoso cocinero Antonio. Una cena organizada por la New Magazine, en la que compartimos mantel, mesa, viandas y premios. El concedido a la UIMP lo recogió agradecido, uno más entre tantos que a la UIMP se otorgaban por doquier. Seguidamente, como máxima autoridad del acto, se ocupó de ir entregando los premios ROSA DE ORO, a Antonio como chef de cocina. A mí, como mejor escritor del año (con perdón), y a otros compañeros de reparto.
Cuatro años después, la I Feria de Arte de Santander (Artesantander), abrió sus puertas al público en una especie de carpa circense (de lona, claro) que se alzaba en el espacio que hoy ocupa el aparcamiento del Palacio de Festivales, dirigida por Mario Antolín, contando conmigo como subdirector. Si mal no recuerdo fue en 1992. El mandato de Ernest LLuch en la UIMP acabó en 1995. Y el acercamiento por él a Santander de máximos dirigentes del Museo Guggenhein y otros Museos me brindó muchas y muy gratas jornadas de convivencia, no pocas de ellas al amor de una agradable y fructífera sesión gastronómica, seguida de iluminador coloquio.
Santander, que le ha dedicado una hermosa calle que frecuento, debe por siempre recordarle como un rector que dejó imperecedera huella en la ciudad. El más vivo de todos los rectores. Vivo a pesar de la muerte con la que tan cruelmente le inmortalizaron.
Quiso ser San Sebastián. Y acabó siendo un mártir laico. Del poema que acompaña estas líneas sólo me resta por aclarar para los tiempos, si es que los tiempos se dignan respetarlo, que no lo escribí yo. El poema se escribió solo. Lo escribieron los acontecimientos. Los dramáticos acontecimientos de aquella interminable noche cuya emoción aún perdura.
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