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Qué invento lo de volar. En el avión a Madrid me he imaginado en la buena compañía de Juan Pombo Ibarra, pionero santanderino de la aviación que abrió el camino de los cielos para volar a la capital desde Santander en una avioneta Bleriot de ... 80 caballos que había adquirido en Francia. Después de varias pruebas levantando expectación por la ciudad, partió hacia Burgos el 8 de junio de 1913 a las cuatro de la mañana con su amigo y experto cazador, Enrique Bolado.
Pombo programó el vuelo en dos etapas. Llegó a Burgos a las seis y media después de superar diversos remolinos y elevarse a más de 2.200 metros de altitud. Tras hacer noche en un hotel burgalés, a las cinco menos diez del día 9, Pombo y Bolado emprendieron vuelo hacia Madrid, pero la niebla les hizo perder el rumbo y al haberse quedado sin aceite, aterrizaron a las ocho de la mañana en un campo a unos doce kilómetros de la localidad conquense de Castejón, cerca de Sacedón. La gente del pueblo acudió por curiosidad y para prestar ayuda, aunque por si las moscas, Bolado no se apeó del aeroplano mientras la concurrencia se dedicó a tocar la guitarra, cantar y beber vino hasta bien entrada la noche.
A las cinco de la mañana del día 10, Pombo despegó, pero la falta de combustible le obligó a aterrizar cerca de Arganda, con tan mala suerte que en la maniobra una piedra dobló el eje de las ruedas y rompió una de ellas. Así terminó el vuelo de Pombo y Bolado, a trancas y barrancas.
Que nadie quite mérito a aquella gesta, y más teniendo en cuenta que regresaron a Santander en tren, que también tiene su intríngulis. Mientras vuelo ahora también me acuerdo de los viajeros ferroviarios del siglo XXI y de sus pacientes hazañas, los mi pobres. Mejor, volar con Pombo.
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