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Cuando Ignacio Marco-Gardoqui mencionó a los 'hombres de negro' en su reciente intervención en el foro de El Diario Montañés en Santander, puso una expresión de «déjà vu» a algo que no sabemos exactamente si será un «ya visto antes» o solo una situación ... nueva con algunas similitudes. El escenario ya era un poco dudoso cuando se registraron en 2021 alteraciones de las cadenas logísticas y luego empezaron a subir seriamente los precios. Como todo esto se ha agravado por la guerra ruso-ucraniana y otros factores añadidos, los mecanismos de reequilibrio ya han comenzado a funcionar: suben los tipos de interés (y las hipotecas), se modera la compra de deuda por el Banco Central, regresan los titulares sobre primas de riesgo nacionales y empieza la conversación sobre reconducir el déficit; Alemania, dirigida por un canciller socialista, ya reclama el retorno a las normas de estabilidad presupuestaria. Un retorno que, además, choca contra tres necesidades mayores: atender a una gran masa de jubilados cuyo ingreso se ve afectado por una inflación elevada; atender a un sistema sanitario muy tensionado por el covid-19 y por sus consecuencias de medio plazo en asistencia diferida; y por último elevar significativamente el gasto militar para que el sueño imperialista ruso se vaya desvaneciendo.
Hay, pues, al menos tres gastos importantes con presión al alza (pensemos en los miles de pensionistas y trabajadores de la salud en Cantabria), mientras que al mismo tiempo se nos llamará a capítulo para emprender sendas de reducción del déficit. Aunque sean más suaves y más largas en el tiempo que en la ocasión anterior, no dejarán de apuntar a la contención. Y si no se maneja bien la inflación y empiezan a quedar hogares al borde de la nada, habrá que utilizar aún más recursos para atención social y políticas contra la exclusión.
A lo que viene todo este retrato de situación es a que Cantabria puede meterse en esa angosta vereda sin haber realizado los proyectos que tenía en cartera, o en carta de Reyes Magos, durante los años de recuperación que entre 2014 y 2020 se desplegaron sin interrupción. Si repasamos, de los estudios hasta ahora publicados por el Gobierno central, las horquillas de costes de tramos de ferrovía de alta velocidad de Osorno a Reinosa, más las anualidades que faltan de los tramos recién iniciados al sur de Osorno, nos salen cantidades fabulosas de cerca de 1.000 millones de euros (solo de Nogales de Pisuerga a Mataporquera, se han hecho estimaciones que superan los 500 millones, a veces ampliamente). A su vez, la primera aproximación de la ministra del Mitma al tren Santander-Bilbao oscila entre 2.500 millones de euros y más de 3.000 millones (a precios de ahora, que siguen subiendo como la espuma). Añadamos a todo esto renovar las Cercanías, construir un tercer carril Laredo-Ontón en la A-8, ver concluidos los muchos tramos faltantes de autovía entre Aguilar de Campoo y Burgos, las integraciones ferroviarias de Santander y Torrelavega... Y luego La Pasiega, Las Excavadas, el Mupac, la segunda fase del Pctcan, y hasta, si nos ponemos, hacer algo en la Residencia Cantabria o en La Remonta.
A medida que vamos añadiendo cifras a la columna de sumar, más inverosímil y fantástico se nos va apareciendo todo, si tomamos cuenta de que los próximos años no serán de alegrías presupuestarias ni nacionales ni autonómicas, pues tampoco lo serán en el ámbito de la Eurozona. Así, incluso si no se llega a un déjà vu como el de 2010, la perspectiva es de una probable prolongación de los calendarios de materialización de los proyectos. Para que se terminaran con agilidad, deberían haberse adjudicado ya, por lo menos. Nada nos garantiza que la nueva escena económica no conduzca a unas elecciones generales anticipadas, si el Gobierno nacional se convence de que esperar no es solución, sino suicidio. Y si surge una legislatura bloqueada como la de 2016 y primavera de 2019, a lo que los españoles somos dados de cuando en cuando, todos los pasos administrativos se verán postergados.
Podría no suceder nada de esto. Putin se vuelve un santo, o milagrosamente pacta con Zelenski la paz a cambio del Donbás. Bajan el gas, el petróleo y los alimentos. Los bancos centrales pueden abaratar el dinero otra vez. Desaparecen las neuras sobre sostenibilidad de las cuentas públicas o la urgencia de gastos militares. Las elecciones dan un gobierno estable. La vida es bella. Lo complicado no ha ocurrido. Pero hoy la opinión se inquieta: «¿Y si sí?» ¿Dónde quedarían nuestras fabulosas infografías y cronogramas?
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