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Imagino que apenas habrá en Cantabria casa sin 'Quijote'. Lectura o relectura muy necesaria y conveniente para estas duras jornadas de reclusión preventiva y agobio colectivo. Libro maravilloso con el que reír (como con ningún otro), pensar (sobre las pequeñas y grandes cosas de la ... vida) y saborear la letra y música de la lengua castellana (madre de nuestras expresiones y, así, de nuestro pensamiento).
He estado rebuscando en estos días, en la primera parte de la novela, el famoso tema del Yelmo de Mambrino. Según el ciclo italiano de Orlando (enamorado, furioso), se suponía que era de oro puro, creado para un rey moro a quien el caballero carolingio Reinaldos de Montalbán vencía y despojaba de este objeto, que estaba encantado y hacía invulnerable al que se lo ponía.
En un día lluvioso en que un barbero, al acudir en su asno a un pueblo para sangrar a un enfermo y arreglar la barba a un vecino, se había puesto en la cabeza su bacía de latón, supone Cervantes que para no estropear un sombrero nuevo, Don Quijote, que vio relucir el dorado cuenco, acometió lanza en ristre al que presumía caballero y al que arrebató el 'yelmo' mágico. Sancho Panza pronto lo identifica como bacía de barbero, pero Don Quijote no se deja engañar por esa 'transmutación': sin duda alguien que ignoraba los poderes del yelmo fundió una mitad para aprovechar el precio y convirtió la otra mitad en bacía. Es ese raro casco con que Don Quijote aparece siempre en todos los grabados.
Los sentidos de la historia del yelmo son inagotables. Sin duda, es una ironía sobre las aventuras caballerescas, como la propia novela cervantina (el poema épico 'Orlando enamorado', donde se cita este yelmo, se había traducido en Valencia unos cincuenta años antes de la primera parte del Quijote). Es una lección también sobre lo difícil que nos resulta rectificar nuestras creencias. Vemos lo que queremos ver, y estamos dispuestos a tomar por áureos yelmos de Mambrino lo que acaso no sean sino latones de barbero, y a dar por excelso lo que en rigor debería tenerse por vulgar.
Asimismo, la magia del yelmo nos remite, como otros procedimientos fantásticos, al anhelo de invulnerabilidad. La medicina es una perpetua búsqueda de yelmos de Mambrino que nos protejan de los golpes de las enfermedades. Nuestros propios sistemas de seguros, entre los cuales destaca la Seguridad Social, son yelmos para no resultar sobre-heridos por los accidentes o la decadencia de la edad. Poder enfrentarse a casi todo, sin temor a perder la cabeza de un porrazo (unas «porradas», como dice el traductor renacentista del 'Orlando enamorado').
Creíamos que nuestro yelmo de Mambrino era el sistema de prevención del coronavirus. Pero pronto hemos visto con alarma que era una bacía de azófar, y que los Reinaldos eran poco más que los barberos barrocos. De modo que hemos tenido que reinventar el yelmo protector: la mascarilla esquiva y los uniformes de guerra biológica; el estado constitucional de alarma; el chute de adrenalina presupuestaria para una economía desmayada; la frenética búsqueda de vacunas o fármacos antivirales; la campaña de mentalización para que nos encasquetemos las normas sanitarias y, no en último lugar, estos yelmos en que se han convertido nuestros hogares.
Ojalá no nos salgan bacías. Pues el hecho literario es que Montalbán, uno de los Doce Pares de Francia, venció al rey Mambrino: a este no le resultó tan garantista el artilugio mágico. A Reinaldos no le sirvieron tampoco ni su caballo encantado ni su famosa espada frente a la ira de Carlomagno (había matado a un sobrino del emperador en una disputa de ajedrez).
¿Qué armadura, no solo yelmo, necesitará Cantabria para sortear esta enorme catástrofe sobrevenida? Sea la primera tarea sanar enfermos y que no enfermen los sanos. La prioridad sanitaria parece inobjetable y consumirá grandes energías hasta finales de abril, como poco. Pero además el trauma económico resulta inenarrable: toda una economía regional se ha desplomado en sectores clave, con puntuales excepciones que tampoco resistirán bien si la situación excepcional se prolonga muchas semanas. Aunque llueven pretendidos yelmos de Mambrino sobre la economía, esta no puede funcionar con la gente encerrada en casa y los centros de trabajo condicionados por medidas preventivas extraordinarias. Algunos sectores podrán navegar en esta contracción, pero la mayoría, no. Ya el estado de alarma provoca una cruda recesión de los negocios. Si el frente sanitario no ataja la curva vírica y se alargan las semanas de restricciones, el bajón productivo y de nivel de vida puede ser muy notable en términos de daño duradero sobre la región. Por otro lado, todas las expectativas de inversión en que se fundaba la legislatura han sido arrasadas por el virus de Wuhan. El pasado martes estimé en estas páginas una caída de hasta el 2% del PIB (casi 300 millones de euros), pero probablemente fui optimista sobre los yelmos. Tenemos algunos factores de estabilidad, como la cifra de jubilados, funcionarios y empleados de servicios privados para el sector público (para-funcionarios). Pero eso es todo. El «allá van leyes do quieren reyes», con que se conforma el barbero expoliado cuando los demás fingen ver un yelmo en la bacía, encara aquí un desafío temible. ¿Qué leyes nos sacarán del pozo?
Sancho Panza, al hablar en la venta sobre el objeto robado, explica que sí debe de tener alguna capacidad, «porque desde que mi señor le ganó hasta agora no ha hecho con él más de una batalla, cuando libró a los sin ventura encadenados; y si no fuera por este baciyelmo, no lo pasara entonces muy bien, porque hubo asaz de pedradas en aquel trance». Quiere decirse que incluso una bacía puesta sobre la cabeza puede ejercer alguna protección. Y aquí estamos, cada uno con la nuestra, quijotes de la bioglobalización, soñando que son yelmos encantados, queriendo que lo sean.
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