No es tan mala como algunas críticas demoledoras pretenden en las redes sociales. Vivimos tiempos en los cuales no hay zonas grises. Las películas y series son un bodrio o una obra maestra. La democratización de la crítica cinematográfica tiene sus luces y sombras
El cine de terror ha creado una serie de escalofriantes mitos que se han cubierto de gloria a base de repartir cuchilladas y hachazos. Sus hemoglobínicas tribulaciones se repiten una y otra vez en películas casi fotocopiadas que no dejan de atraer al público juvenil ... a las multisalas. Ojo, repetimos, juvenil. Es importante este dato: JUVENIL. Entre los serial killers más famosos del séptimo arte, auténticos iconos de la cultura popular, figuran Jason, de 'Viernes 13', machete en mano; Mike Myers, psychokiller superstar de la saga 'Halloween'; Freddy Krueger, el asesino de niños ajusticiado que se cuela en los sueños de sus víctimas convirtiéndolos en mortales sueños en 'Pesadilla en Elm Street'; y Ghostface, el famoso matarife presentado en las diversas entregas de 'Scream'. En este grupo estelar de amantes de la mutilación, ampliable con otros rostros aficionados al arte de matar en el encuadre, destaca Leatherface, alias Cara de cuero, el charcutero por excelencia, protagonista de 'La matanza de Texas'. Su querida motosierra ha sembrado el miedo en numerosas plateas. Sus masacres son sonadas y han sido recogidas a lo largo de diferentes películas donde la sangre ha corrido sin control. Tras alguna nueva adaptación, continuaciones de variado fundamento y múltiples pastiches inspirados en las fechorías del letal carnicero, la todopoderosa Netflix se ha sacado de la manga una secuela, recién estrenada en la plataforma, que ha despertado una avalancha de filias y fobias que casi rompen internet. Que un filme de estas características sea vox pópuli y enfrente a dos partes bien diferenciadas, con exabruptos sonrojantes en la red, dice mucho de la actual «futbolización» de la sociedad. O blanco o negro, no hay zonas grises. O amas u odias, no caben las medias tintas en un escenario donde la polarización manda.
La nueva matanza de Texas, secuela directa de la original de Tobe Hooper de 1974, casi cincuenta años después, ¿es una mierda o una obra magna? Ni una cosa ni otra. Probablemente esta revisitación del mito de Leatherface nunca ha pretendido sembrar la discordia entre iguales y plantear un debate interplanetario. Es, al fin y al cabo, cine de entretenimiento apadrinado por Netflix, que una vez más ha pulsado el botón adecuado para sembrar la polémica y ganar promoción. Visto el aluvión de comentarios, a favor o en contra del filme, bastante hirientes para el equipo contrario en demasiadas ocasiones, hay que preguntarse por qué algunos espectadores se toman tan en serio las opiniones de sus semejantes en las redes sociales, en temas tan intrascendentes, hasta llegar al cruce de improperios. El intercambio de verborrea hostil gratuita no se acerca casi nunca, ni de lejos, a los ilustres insultos de Quevedo a Góngora y viceversa. 'La matanza de Texas' de 2022, dirigida por un tal David Blue Garcia, con poca filmografía a sus espaldas -sin duda, no imaginaba la que le venía encima al aceptar el encargo-, no pretende inventar nada porque no va dirigida a los fans fatales de la obra original. Ahora los jóvenes son otros y las nuevas generaciones no tienen el mismo bagaje cultural ni las mismas referencias que el público talludo, demasiado preocupado por mantener intacta su memoria emocional, resumida en las irrepetibles sensaciones que tuvo en su infancia, entre ellas las visitas a la sala oscura a ver películas ahora de culto. Maldita nostalgia.
¿Cara de qué?
Las nuevas audiencias no tienen problemas cuando les cuentan historias ya vistas porque no las conocen y por ello no las encuentran previsibles. Disfrutan con mirada virginal con películas y series que quizás tienen harto a sus ancestros, pero ante sus ojos pueden resultar originales. Hay que aceptar este hecho, que todo es cíclico y cada cierto tiempo vuelven a contarnos los mismos cuentos con diferente formato. Los chistes que funcionan se repiten una y otra vez, pero cambia la forma de contarlos de generación en generación. Así, abandonando al «hater» que llevamos dentro, porque todo el mundo es su profesión y crítico, 'La matanza de Texas' es un divertimento adaptado a los tiempos, que rehuye, precisamente, de ponerse a la altura de su predecesora. Sabe que eso es imposible y no tiene sentido. No comete el error de muchos remakes y presenta a un Leatherface algo diferente, que recoge el testigo de la motosierra y su mala leche, pero no pretende mimetizar al salvaje pionero del que parte porque los tiempos han cambiado notablemente. De entrada, los jovencitos protagonistas de la obra de Hooper no eran adictos a TikTok, más bien hippies, como mandaba la época. Ahora lo graban todo, narran sus peripecias al resto de los mortales como si fueran de interés y tienen problemas a la hora de gestionar sus emociones. Otro rollo.
Leatherface ha cambiado ligeramente, pero sigue siendo el mismo icono terrorífico. ¿Qué más da la sutileza? Esta película igual no es para ti, no pasa nada. ¿Está viejo el fandom? Eso parece cuando algunos cinéfilos no entienden el éxito de 'Euphoria', por poner un ejemplo más claro. Cada vez que alguien califica la serie de HBO de vacía, alguien se hace muy mayor. Lo mejor de 'La matanza de Texas' es que dura poco, algo más de 80 minutos que se pasan bien si entras en el juego, una orgía de vísceras sin parangón en la propia saga, porque aunque su inicio figure como una de las obras cumbre del cine gore, apenas hay sangre. La hemoglobina es testimonial, no como en esta secuela brutal que ofrece al personal una retahíla de muertes depravadas que sitúan el filme entre los mejores slashers de los últimos tiempos. Se revela como una de las mejores entregas de la vida y milagros de Cara de cuero. Atrás queda la intención de retratar el declive de la institución familiar, básica en la sociedad capitalista. Toca señalar la idiotez de la sociedad actual, donde, en vez de huir si ves a un tipo lleno de vísceras con una motosierra ensangrentada, decides sacar el móvil y transmitir en directo sus intenciones. Problemas del primer mundo.
Esta matanza de Texas no apuesta por la tensión ni el miedo, prefiere dar mal rollo a base de salpicaduras y excesos, con unos personajes que ojalá acaben de la peor manera posible -un rasgo habitual en este tipo de propuestas bajo la perspectiva de la cinefagia-. Rompedora no es, pero es un correcto slasher, tan convencional como efectivo, que arrasaría en los videoclubs de antaño con una buena carátula de presentación. Tiene ideas interesantes y emplea una estética actual para arremeter inocentemente contra la gentrificación imperante y exponer las diferencias entre la ciudad y el ambiente rural, con la América profunda como escenario. Hay protagonistas que parece que van a durar hasta el final, pero expiran antes de lo esperado, con algunas muertes originales en su ejecución, un apartado que puntúa especialmente en el (sub)género. La escena del bus, la irrupción de la motosierra, el duelo final… No impactará tanto como la cult-movie de los años 70 al público que peina canas, porque ya son otras personas varias décadas después. No hace falta darle demasiadas vueltas. No es 'Ciudadano Kane', filme que, por cierto, fue vilipendiado en su estreno, como 'Psicósis'. El tiempo pone cada obra en su lugar, mientras el espectador puede sentirse desubicado cuando rechaza las reglas del juego. Por cierto, cuenta lo mismo de siempre: para superar los miedos hay que enfrentarse a ellos. Aquí adquieren fisicidad, como en tantas otras películas de terror. «Si huyes, nunca dejará de atormentarte», comenta uno de los personajes principales de este lanzamiento que si no hubiera visto la luz online probablemente habría pasado sin pena ni gloria.
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