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Pilar González Ruiz
Domingo, 21 de mayo 2017, 14:51
"Lo maravilloso es que acabas enganchado a una historia en la que, en realidad, no pasa nada". Así resumía un buen amigo la maestría del escritor Richard Ford. El autor de Mississippi dio vida a Frank Bascombe, el paradigma de sus personajes, cuyo principal rasgo y objetivo era su búsqueda de la felicidad. Ford ha convertido la cotidianeidad, la rutina, en un estilo literario reconocible y premiado. Imitando sus ojos azules, su forma de mirar el mundo nos planteamos echar un vistazo alrededor, a las fachadas, las calles, los lugares comunes que tantas veces hemos contemplado. Esta vez no pasamos de largo, no nos guía la prisa por llegar para seguir haciendo, para cumplir aquí o allá. En esta experiencia articulada paso a paso vamos a buscar la singularidad de lo normal.
- Colegiata de Santa Juliana dicen que es el templo más importante de Cantabria. Desde luego, es el más famoso y recorrer su claustro es una clase de arte.
- Puente viejo de Oruña sobre el río Pas y con un entorno agradable para hacer un alto y descansar en la ribera.
Dejamos la ciudad. La Alameda santanderina nos despide con las ramas en alto. Subimos el boulevar mientras la mayoría lo baja. Es hora de café y conversación, de abrir el periódico y leer lo que pasa en el mundo, los acontecimientos que convierten el día de hoy en algo único. A la izquierda dejamos Valdecilla. Ni siquiera pensamos demasiado en su imponente historia, en el respeto que impone fronteras afuera. En cada habitación, un par de personas, un par de historias, seguramente sintiéndose frágiles, recalculando el valor de la vida, trazando planes.
- Playa de los Caballos desviándonos un poco podemos asomarnos a disfrutar de la costa desde este arenal.
- La Picota si nos quedan fuerzas, esta pequeña loma nos ofrecerá la posibilidad de difrutar de una preciosa panorámica
Desde su fundación, en 1929, el hospital ha cambiado. Las sensaciones, a buen seguro, siguen siendo las mismas, porque el miedo nos iguala. Curiosamente, con el paso del tiempo, Valdecilla retorna a aquella idea inicial pergeñada por el Marqués que dio su apellido al centro.
Mano a mano con el arquitecto Bringas, visualizaron un moderno hospital formado por pabellones. Más tarde, en el año 70, se invirtieron unas 500.000 pesetas en renovar las instalaciones. Casi genera risa pensar en esa cifra, que ahora serviría para sufragar apenas alguna de las punteras máquinas que distinguen a Valdecilla. Allá en lo alto, sigue la Residencia, donde las sensaciones son más amables. La vida en ese lugar no se escapa ni hay que pelearla;se celebra.
- La Santa Cruz En Bezana. 14 plazas por la voluntad. 659 178 806
- La Piedad incluye desayuno por 12 euros. 12 plazas en Boo de Piélagos. (Bº San Juan, 23). 680 620 073
- Jesús Otero 16 plazas por 6 euros la noche. (Pza Abad San Fº Navarro s/n) 942 840 198
Seguimos caminando y llegamos a ese irregular sembrado de edificios que es el PCTCAN, donde es más complicado encontrar un hueco para aparcar que idear una nueva aplicación de ingeniería. Y no, no es que los científicos sean despistados a la hora de dejar sus vehículos, sino que el diseño y el espacio no siempre van de la mano con la utilidad. Que se lo digan a Calatrava...
De curar el cuerpo y ejercitar la mente, pasaremos a educar las almas. Llegamos a Corbán. Una cuadrada mole de piedra, imponente y recta, como la formación que se ha venido impartiendo en su interior desde el siglo XIX.
Una capilla primero, una iglesia después. Con el tiempo se suma un claustro y poco a poco crece el monasterio bajo el amparo de la bula papal de Benedicto XIII. Llegaría la guerra carlista y el destrozo del lugar a cargo de los soldados, poco dado a la reflexión y el sosiego. Y ya, en 1852, se convierte en el seminario que aún sigue siendo hoy en día. Corbán y Comillas, con su Universidad Pontificia, eran dos puntos de referencia en la creación de nuevas vocaciones de la fe cristiana.
"Pero es peligroso caminar por donde todos caminan, sobre todo llevando este peso que yo llevo" (Juan Rulfo)
El recuperado seminario, declarado Bien de Interés Cultural, quedará atrás e irán surgiendo callejuelas y recovecos, con esa irregularidad propia de los pueblos que convierte cada casa en única, sin la uniformidad de los repetidos bloques urbanos. Aquí se vive a ras de carretera, viendo las caras a quienes pasan por delante de las ventanas, poniendo nombre y perfil a los vecinos. Siguiendo esas callejas llegamos a otro monumento, consagrado en este caso al despilfarro y la corrupción. Del Alto del Cuco ya solo quedan restos y una ladera carcomida a la que la naturaleza, con suerte, curará las cicatrices.
'Senda'
(Héroes del Silencio)
Aquí tendremos que hacer un desvío, el que convierte esta etapa en una de las más largas. Tenemos que cruzar el río y para eso, será necesario llegar hasta Puente Arce caminando más de diez kilómetros. Allí encontramos el puente viejo de Oruña, que durante siglos fue el único paso sobre el cauce. Lo que no nos queda claro, es por qué, a día de hoy, esa situación se mantiene.
Caminando cerca las vías del tren aparecerá Requejada, el puerto que compitió con el de Santander cuando desde aquí se exportaban las harinas llegadas de Castilla. Hasta que en 1852, el mismo año que se abrió Corbán, cambiaron las tornas y la llegada del ferrocarril desde Alar, devolvió la revancha a la capital, dejando a este pequeño puerto industrial alejado de su glorioso movimiento. Una comunicación, la que venía desde Alar, que abrió Cantabria a todo lo que quedaba por debajo. A juzgar por la inacabable demanda de ese tren de altas prestaciones que suena a utopía de tanto repetirlo, no fue suficiente. No nos conformamos, siempre queremos más. Y la complacencia, transformada en ambición, se debilita.
El paisaje seguirá bañado en ambiente industrial. Las altas chimeneas de la moderna Solvay y de una Sniace empeáda en sobrevivir, un día en las afueras de Torrelavega, y hoy injertadas en el urbanismo. No, no es bonito. Es historia de una ciudad.
Y para historia, la de la villa más visitada de Cantabria. No es recomendable llevar tacones. Tampoco tener prisa y sí conocerla en verano, en pleno apogeo turístico y en invierno, cuando las calles empedradas recuperan el silencio.
Santillana es una postal en sí misma. Una escena de decorado que de tantas veces vista puede pasarnos desapercibida. Pero los visitantes nos devuelven el gesto de sorpresa, las sonrisas que la belleza genera, aunque sean apenas unos minutos. De eso trata la felicidad, de arañar las cosas buenas de cada momento. Sea en una calle comercial o en el claustro de la Colegiata de Santa Juliana.
El albergue es el más artístico; para acceder a él hay que pasar por las instalaciones del Museo Jesús Otero. Rodeado de árboles, con un patio cubierto, el descanso es agradable y necesario. Hoy no hay conversación; el cansancio es tal que los peregrinos llegan y se lanzan a las literas. Pero han caminado por la historia. Y quizá sean un poco más felices.
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