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JAVIER GANGOITI
Santander
Jueves, 23 de agosto 2018, 19:25
Dice una frase atribuída al físico alemán Albert Einstein que «la belleza no mira, sólo es mirada». Una cosa es cierta. Millones de personas desvían su ruta habitual de camino a casa, su ciudad o por el mundo entero en busca de un flechazo, ... de una foto o un instante en el que identificar algo hermoso. No hay quien lo pare. Con lo que probablemente no contaba el autor de la frase es con aquellos parajes que no necesitan de un testigo ni un turista para mirar la ansiada belleza. Entornos con mirada propia.
Hay un lugar en Cantabria que cumple esa definición. Es el caso de la cima del monte Candina, en Liendo, donde una formación de rocas conocida como los 'ojos del diablo' custodia el litoral en una de las vistas más hermosas de la región. Esta ruta, que convoca a miles de excursionistas durante todo el año, es un recorrido perfecto para entrar en contacto con la naturaleza (y también para hacer un poco de ejercicio, todo sea dicho).
«Yo lo que recuerdo es que era agotador», señala una repetidora a unos compañeros novatos de la expedición. Se refiere sobre todo a la segunda mitad de la ascensión, donde las piedras caliza plagan el tramo hasta el repecho final. Con razón lo advierten todos los montañeros que vuelven de la cima: «La que os espera», previene un senderista nada más pisar el asfalto de nuevo. Al fin ha llegado al pequeño aparcamiento ubicado en un desvío de la carretera entre Liendo y Laredo, donde comenzó la travesía junto a su familia. Las caras de mamá y los niños revelan que hace un rato que soportan arengas parecidas. No hagan caso. El esfuerzo es pasajero, pero la satisfacción es para siempre.
Poco a poco irán dejando atrás el sonido de los coches en la autovía y de los sermones en el aparcamiento. La vegetación cubre el primer tramo de la subida, lo que aumenta la posibilidad de resbalarse en cualquier movimiento en falso. «Lo que no sé es por qué dejas los bastones en el coche», se queja una mujer en el enésimo patinazo. No le falta razón. Este primer tramo sube y baja lo largo de un camino sombreado y con zarzales a los costados. «Es sólo un ritual de iniciación antes de que la ruta se ilumine de nuevo, no te preocupes», responde él. Tal cual.
Como es habitual a estas alturas de cualquier expedición montañera, comienzan a escucharse las primeras anécdotas naturales y datos asombrosos sobre la velocidad de los guepardos o los modos de supervivencia de la fauna salvaje. «Te lo juro, era increíble. No he visto cosa igual», insiste un joven que asciende con unos amigos. Es lo que tiene la naturaleza. Nos remite a nuestra faceta más salvaje, aunque esto signifique ver documentales desde el sofá. Otros aprovechan para detenerse y ofrecer una guía rápida de las vistas a sus compañeros de viaje. Una excusa perfecta para tomar aliento y, ya de paso, demostrar los conocimientos adquiridos en Internet la noche anterior.
Con lo que quizá no contaban las expertas aportaciones es la presencia de una bandada de buitres leonados en las inmediaciones de la cima. Acomodadas en sus aposentos a lo largo de una hilera interminable de rocas (digamos, la mandíbula del diablo) estas aves conforman la única colonia de buitres asentados en el litoral cántabro. El demonio custodiado por unos buitres. Qué novedad.
Su presencia ayuda al menos a olvidar el cansancio, razonable ya a estas alturas. Los que suben con hijos hace un tiempo que conviven con los lamentos de cansancio. Unas quejas que cuando llegan a la cima se convierten en exclamaciones de asombro. «¡Ahora hazme una foto solo!», exige un pequeño al fotógrafo de la familia. Los posados junto a las rocas dan para un álbum entero.
Así, durante un largo rato se pasan los grupos y las parejas, haciendo de la cima un lugar de permanencia, además de destino. Al menos el tiempo suficiente como para valorar las vistas. La costa vasca, Punta Sonabia, Laredo, Santoña... Tal es la fascinación que muchos optan por cambiar la ruta de vuelta y bajar a la 'ballena'. Muy recomendable. Es lo que tiene el verano. No sería ni la mitad de bueno sin la improvisación.
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