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Tranquilidad después de la tensión vivida en Ramales de la Victoria. Algo que, según muchos vecinos, no ocurría desde hace tiempo dado que los habitantes de esta pequeña población de apenas 3.000 habitantes se han visto obligados a lidiar en los últimos meses con ... la lacra de la okupación. Son diversas las molestias que las doce personas desalojadas ayer por una empresa especializada han causado a los residentes en el municipio, que ahora están «tranquilos y felices» después de una noche muy calmada. «Hacía tiempo que no pasábamos una noche así», comentaba esta mañana un residente con alivio.
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Las felicitaciones a los catorce miembros de 'Antiokupas' se repiten, algo a lo que no están «acostumbrados». «Nos han vitoreados y estamos agradecidos por ello», señala el responsable de la empresa, aunque recalca que «no merecen el reconocimiento porque este es su trabajo». En el pueblo son hoy «héroes» y solo son necesarios cinco minutos en la calle Río Calera para palpar la gratitud de los vecinos, los mismos que ayer, con curiosidad, paseaban por los aledaños de los pisos desalojados para saber más sobre el revuelo que se montó con motivo de la desokupación.
Los integrantes de 'Antiokupas' se mantienen en sus puestos. «Seguimos esperando que regresen y tomen represalias», explican tras haber recibido varias amenazas por parte de los okupas vía redes sociales. Sobre las familias de etnia gitana desalojadas, saben que se han ido a la localidad de Carranza (Vizcaya). «Allí también existe un grave problema de okupación de personas provenientes de Bilbao», señala el dueño de la empresa.
En la urbanización aún quedan algunos vecinos «problemáticos», pero la atmósfera ha cambiado considerablemente. El problema en esta urbanización se remonta a hace seis años, cuando la gestora dueña de las viviendas rebajó al extremo el precio de los alquileres, que por aquel entonces no alcanzaban los cien euros. «Cuando llegué esto era un paraíso», indica José Ignacio Jiménez, propietario de uno de los pisos de la urbanización. Después, cuenta que los problemas se fueron sucediendo y el miedo acrecentándose hasta el punto de que los vecinos aparcaban sus coches en el cuartel de la Guardia Civil, que se encuentra a un kilómetro de distancia de sus garajes. «Gracias al desalojo estamos más tranquilos, pero en mi bloque sigue habiendo gente enchufada de manera ilegal a la luz».
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