El Cristo de Limpias
LEYENDAS DE CANTABRIA ·
Durante dos años, entre 1919 y 1921, se aseguró que parpadeaba, sudaba, lloraba y sangraba, y lo visitaron el rey y el nuncio papalSecciones
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LEYENDAS DE CANTABRIA ·
Durante dos años, entre 1919 y 1921, se aseguró que parpadeaba, sudaba, lloraba y sangraba, y lo visitaron el rey y el nuncio papalEl Cristo de Limpias es una talla policromada del siglo XVII. Sí, tiene su valor histórico y artístico, pero no les voy a contar esa historia. Afortunadamente, aunque nunca las que resultaría lo ideal, tallas de esa factura quedan más. Lo que hace de ese Cristo de madera que preside el retablo barroco de la iglesia de San Pedro, en Limpias, también conocida como la Iglesia del Santísimo Cristo, es la insólita historia o milagro que se le atribuye.
Todo ocurrió, o se dice que ocurrió, o presuntamente ocurrió el 30 de marzo de 1919. En plena misa, en concreto en el momento de la eucaristía y con tres sacerdotes en el templo, uno de ellos confesando, ajeno al oficio. En determinado momento una niña de doce años se acercó al confesor, para más señas el padre Jalón, y le dijo: «¡El señor ha cerrado los ojos!». Se refería a la talla, que al parecer y como si hubiera cobrado vida, había cerrado los párpados. O eso juraba la niña.
Más allá de los sucesos sobrenaturales, el denominado Cristo de la Agonía tiene tras de sí una buena historia. Llegó a Limpias desde Cádiz, donde había estado en una iglesia de los Franciscanos hasta que, para salvarlo del deterioro del templo, sometido a los terremotos e inundaciones de la época, pasó a una capilla privada: la del cántabro Diego de la Piedra, que a su muerte lo dejó como herencia a su pueblo de origen. Y el pueblo era Limpias. Legó además lo suficiente para costear la construcción de un nuevo altar en la iglesia de San Pedro. Un conjunto impresionante, pues solo el Cristo, de tamaño natural, tiene una altura de 180 centímetros, con una cruz de 2,3 metros incrustada en el altar de una pequeña iglesia declarada Bien de Interés Cultural en 1983.
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Pero volvamos al mito, la leyenda o el milagro. Que al parecer lo de aquella niña ya tenía al menos un antecedente. De nuevo al parecer, un sacerdote del Colegio San Vicente Paúl de la villa también había visto algo extraño cinco años antes de aquel episodio:
«Un día en el mes de agosto de 1914, fui a la iglesia con el motivo de instalar una iluminación eléctrica en el altar mayor. Me hallaba solo en la iglesia subido en una escalera apoyada sobre un andamio (...). Mi cabeza quedaba al mismo nivel que la del Cristo, a poco menos de dos pies de distancia (...). Detuve mi vista en los ojos de la imagen y observé que los tenía cerrados. Por varios minutos lo vi con toda claridad, de manera que dudé si habitualmente los tenía abiertos. No podía creer lo que mis ojos contemplaban, empecé a sentir que las fuerzas me faltaban; perdí el balance, desfallecí y caí de la escalera del andamio hasta el suelo, sufriendo un gran golpe. Al recobrar el sentido pude confirmar desde donde me encontraba que los ojos de la imagen del crucifijo permanecían cerrados. Abandoné rápidamente la iglesia, minutos después me encontré con el sacristán, quien se disponía a sonar las campanas para el Angelus. Al verme tan agitado me preguntó si me ocurría algo. Le relaté todo lo sucedido, lo cual no le sorprendió puesto que ya había escuchado que el Santo Cristo había cerrado sus ojos en más de una ocasión».
Ya más calmado, el sacerdote comprobó la imagen para descartar que tuviera cualquier tipo de mecanismo y escribió a continuación su informe. Un documento que narra hechos de 1914, pero sospechosamente redactado en 1920, después del acontecimiento de la niña.
Así que fue aquel el episodio de 1919 fue el que gestó una serie de historias sobre el Cristo, al que también se han atribuido de forma apócrifa, como anónimo es el autor de la talla, otros fenómenos como sudar y sangrar. Incluso se dijo que en Limpias se producían curaciones milagrosas.
Tantos eran los testigos o supuestos testigos que se interesó por el asunto el obispo de Santander, Vicente Sánchez de Castro, aunque aquello quedó en nada, y Alfonso XIII y Victoria Eugenia visitaron la iglesia el 30 de julio de 1920. Un año más tarde lo hizo el nuncio papal mientras los supuestos milagros y manifestaciones se iban diluyendo, sin más testimonios ni sucesos, como si de pronto la imagen hubiera vuelto a ser una sencilla talla.
Un siglo después, el Cristo sigue allí, ajeno a las peregrinaciones que provocó a principios del siglo XX y a los testigos que aseguraban haberle visto llorar, sangrar o parpadear, entre otras cosas. Ni siquiera se le vio tomar un café con Margarita, o el espíritu de Margarita en el parador de Limpias. Qué fue aquello, si sugestión o no, y, sobre todo, el papel que tuvo o dejó de tener la Iglesia en todo ello, queda a la interpretación de cada cual.
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Daniel Martínez | Santander
José Luis Sánchez Noriega | Santander
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