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El rancio abolengo de Alfonsito
LEYENDAS DE CANTABRIA ·
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LEYENDAS DE CANTABRIA ·
Aunque menos conocido que Fernandito, otro de los supuestos hijos de Alfonso XIII fue asimismo personaje popular deSantanderDel paso de Alfonso XIII por Santander quedan muchos recuerdos. El Palacio de La Magdalena, la estatua de correos, la Avenida Reina Victoria, los testimonios en las hemerotecas, el sabor de aquella ciudad de principios del siglo XX que todavía se evoca... y varias figuras populares en elSantander del siglo XX e incluso de principios del XXI. Aquellos que el boca-oído y la tradición popular consideraban hijos no reconocidos –en lo que a la legalidad se refiere, porque a nivel de calle el asunto cambiaba enormemente– del bisabuelo de Felipe VI.
La leyenda se basaba, además del rumor, en su gran parecido físico y el ejemplo paradigmático es el de Fernando Santander, conocido como fernandito. Las fechas además podían cuadrar, de modo se le consideró hasta su muerte un testimonio de carne y hueso de la presencia real enSantander. Porque la sabiduría popular no necesita de pruebas de paternidad ni es demasiado sensible a pruebas que puedan desbaratar la vox populi.Eso de que eran hijos de AlfonsoXIII 'lo sabe todo el mundo', respondería cualquier santanderino de la época. '¿Pero tú les has visto la cara?', zanjaría cualquier debate.
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Pero el suyo no es el único caso. Mucho menos conocido, pero también en la memoria de algunos, quedó el nombre de Alfonsito.Sí, de nuevo con el diminutivo. Tipo popular, pero no tanto como Fernandito, también solía patrullar la ciudad, dispuesto a la charla, y se decía que era quien más se parecía a Alfonso XIII, más incluso que su presunto hermano putativo. En cualquier caso ambos tenían un aire muy... ¿cómo describirlo? Muy borbónico. Y Alfonsito debió nacer así –siempre según la leyenda urbana– como fruto de uno de los escarceos cántabros del rey, como quedó escarificado a fuego en la imaginación –y la sabiduría– popular.
Su imagen paseando por Santander era casi icónica.Siempre ataviado formal pero sin corbata, con pantalón de vestir, chaqueta a juego con la bandera de España o algún símbolo real prendido en la solapa y una gorra con visera como curioso y contradictorio complemento.Siempre presto a la charla, que en eso sí que era muy de la cuerda de Fernandito, cruzarse la morada con él significaba una invitación a la cháchara.
En estos casos el relato es siempre apócrifo, pero en Alfonsito, bastante más. Educado, presentándose y extendiendo la mano para darse a conocer como la celebrity local que se sabía. Y ojo, llegado el caso estaba bien documentado, porque solía llevar encima alguna biografía, ya fuera en un maletín y de cualquier otro modo. «Hola, me llamo Alfonsito» era su primer acercamiento, tal vez orgulloso de su pretendida, fabulada o real condición.
Claro que también puede ser una historia deformada, porque toda esta descripción coincide con la de otro arquetipo santanderino; otro personaje popular de mediados y finales del sivglo XX, que ni respondía a ese nombre ni guardaba ningún parecido, casual o no, con el monarca.
Al parecer, y aquí lo de al parecer es más adecuado que nunca, se le dejó de ver mucho antes que a Fernandito, que por otra parte siempre fue quien más atención concitó y el que portaba, quizá a su pesar, una leyenda más consolidada. Y es que el chismorreo no se conformó con encontrar dos vástagos, e incluso se llegó a hablar de un tercer presunto hijo alfonsino:Carlitos, aunque en este caso se trata de una figura mucho menos popular y conocida para el santanderino común. Curioso que se le conociera también, de existir, por el diminutivo, como sus hermanos en ese juego a la ucronía o el contrafactual en el que se repiten elementos comunes. O quizá al lado más desconocido y oficioso, aunque no por eso necesariamente falso, de la historia. En cualquier caso, ya será imposible comprobarlo.
Quien realmente existió fue otro Alfonso de Borbón, este sí hijo reconocido y legítimo de Alfonso XIII y en su momento heredero de la corona en su condición de primogénito, aunque por su hemofilia tuvo una infancia y juventud muy particular. Era el príncipe de Asturias durante la proclamación de la República y tuvo que exiliarse junto al resto de su familia. Ya en Francia, renunció dos años después a sus derechos dinásticos para casarse con una adinerada cubana que había conocido en el exilio parisino. No duró mucho su primer matrimonio, como tampoco lo hizo el siguiente.El expríncipe de Asturias murió en 1938 en un accidente de tráfico que podía no haber tenido demasiadas consecuencias, pero que a él le costó la vida por su hemofilia.
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