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El mismo grupo que en 2009 alzó al Mortillano al puesto más alto a nivel nacional en lo que a longitud de cavidades se refiere (actualmente cuenta con 145 kilómetros de extensión), desbancado al mítico Ojo Guareña (Burgos) que durante muchos años ostentó esta ... posición con sus 110 kilómetros de desarrollo, este lunes volvió elevar a una cavidad de la comarca del Alto Asón a los primeros puestos -al segundo en volumen, en este caso- en las clasificaciones de las cuevas más grandes e imponentes del territorio nacional.
Los espeleólogos de la Agrupación Espeleológica Ramaliega (AER) notificaron este lunes el descubrimiento de la segunda mayor sala subterránea de la Península por volumen, alcanzando unos 800.000 metros cúbicos. Se encuentra en el Macizo del Hornijo, en una cresta entre los municipios de Ruesga y Ramales, y sería además la tercera si hablamos de superficie, con unas dimensiones de 193 por 137 metros, lo que supone más de 17.800 metros cuadrados.
La sala, que solo es superada por otras dos que también se localizan en la zona del Alto Asón, podría albergar según sus descubridores dos campos de fútbol, después de haber trazado una comparativa con el estadio de El Sardinero de Santander para que aquellos que no estén familiarizados con volúmenes tan grandes se hagan a la idea. La sala José Gambino, como ha sido bautizada a modo de homenaje a un amigo y compañero espeleólogo fallecido en 2017 en una sima, es únicamente aventajada por la Torca del Carlista (90.976 metros cuadrados), ubicada bajo los municipios de Ramales y de Carranza, y la Olivier Guillaume (26.800 metros cuadrados), en Cueva Cañuela (Arredondo).
Sin embargo, los espeleólogos de la AER, así como los del Spéléo Club de Dijon y del Grupo Espeleológico La Lastrilla (Castro Urdiales), que han participado en las exploraciones, se esperaban un habitáculo aún mayor cuando, a ciegas, arrojaron piedras desde el techo de la sala y se dieron cuenta de que éstas no chocaban con ninguna pared, que es lo que suele suceder cuando lo que se aventura bajo los pies es un pozo.
La cavidad de la Torca de los Cubillones era conocida desde los años 90 por el grupo y «sabíamos que tenía un poco de aire», indicativo de que conecta con otra cueva, tal como apuntó ángel García, secretario de AER. «Esa corriente se produce por la diferencia de presión entre las bocas altas y bajas y es síntoma de que hay conexión con otra cueva. Es un síntoma muy bueno, y lo que haces es seguir esa corriente de aire». Los espeleólogos perdieron esta pista en un pozo «y lo dejamos, pero hemos vuelto estos últimos años y hemos encontrado un paso pequeño por donde se iba el aire», y tirando de ese hilo hallaron la gran sala.
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«Llegamos por un agujero pequeño, tiramos una piedra y vimos que tardaba un rato en oírse el ruido y además no había rebotado en ninguna pared», relata García, lo que les llevó a pensar que se trataba del techo de una sala. Haciendo una estimación, midiendo el tiempo que tardaba el sonido en llegar, «pensamos que iba a ser más grande que lo que nos encontramos», lo que les planteaba un problema logístico a la hora de explorar, ya que había que bajar de un tirón y un espeleólogo cada vez, por lo que tuvieron que planificar la bajada. «Al final decidimos hacerlo en pequeños grupos y conseguimos desviarnos del agua». A la hora de describir las sensaciones que les invaden cuando se encuentran con una sala subterránea que es de las más grandes del país, García cuenta que es como «cuando te encuentras en el vacío, con todo negro alrededor, porque aunque lleves focos con ese tamaño apenas ves nada», y aunque reconoce que «estamos muy acostumbrados porque hemos bajado pozos de 300 o de 400 metros, mucho más largos», en esos casos bajan pegados a las paredes pero en la sala «esa sensación de estar en el aire no es habitual».
De hecho, es tan inmensa que al grupo se le complica mucho darle continuidad y unirla con la cavidad llamada Carcabon, de 10 kilómetros, y que se ubica debajo de la sima Los Cubillones. «La sala es tan grande que va a ser difícil encontrar una continuación, porque es complicado encontrar por dónde va el aire», explica García. «Si lo encontramos nuestra esperanza es seguir descendiendo porque debajo hay otra gran cueva que llevamos años explorando con colegas franceses, y unirlo todo».
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