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javier gangoiti
Lunes, 23 de julio 2018, 07:53
Un niño de apenas cuatro años tira del vestido de su madre mientras señala un camino cuesta abajo en Villapresente, en el municipio de Reocín. «¡Into, into!», exclama el pequeño. Su madre, que ya le tiene cogido el acento, le contesta: «¿Al laberinto otra ... vez? ¡Pero si ya fuimos el año pasado!». En su año inaugural, ellos y miles de personas más acudieron a uno de los nuevos rincones más atractivos de la zona, el Laberinto de Villapresente. Hoy, un año después de su triunfante apertura, el pasatiempo más grande de España (5.625 metros cuadrados) continúa atrayendo a turistas de todo el mundo.
Miren bien la vista aérea que hay en la entrada, les puede ser útil en el interior. A falta de un miembro con memoria fotográfica en el grupo, más de uno ha hecho una foto. «Sólo por si acaso», se excusan algunos con media sonrisa en la cara. No les servirá de mucho. Una vez dentro, el laberinto se presenta como un verdadero reto para la orientación. Si no fuera por las carcajadas de los presentes despidiéndose y volviéndose a saludar en diferentes puntos del mapa, encontrar la salida sería un rompecabezas de lo más embarazoso. Con razón no pueden entrar los niños solos. «Ni algún adulto que yo me sé», sospecha una mujer con los ojos en dirección a su marido, uno de los guías en entredicho tras la expedición de hoy.
Todo lo contrario que el grupo de señoras que, desde que vio lo complicado que es el circuito en la primera curva, echa mano del GPS para encontrar la salida. Dada cuenta de su orientación, al menos dos grupos las seguirán incondicionalmente hasta la escapatoria. Los que no, han optado ya por el método empírico y atraviesan cada uno de los rincones del laberinto entre prueba y error, lentamente, pero con paso firme. Izquierda, derecha, izquierda otra vez y... no hay salida. Marcha atrás. «Dos días llevamos aquí», bromea una voz al otro lado de los cipreses. Durante los 40 minutos que dura el extravío, nunca dejarán de escucharse risas, lamentos y gritos de euforia.
«¡Aquí hay una salida!», llama uno de los guías más consolidados al encontrar una de las dos puertas de emergencia. «No, hombre, vamos a encontrar la de verdad, la que está junto a la entrada», replica su hijo, que no tiene ninguna gana de reconocer el fracaso ante sus amigos cuando vuelva de vacaciones. Otros son mucho más prácticos: «Cariño, haz caso a tu hijo y coge una motosierra». Todos ríen a carcajadas.
No queda otro remedio que asociarse con un grupo y armarse de paciencia. Atravesar los estrechos pasillos del laberinto podría acabar en despropósito de no ser por los dos guías situados en diferentes puntos de la superficie. «Venga, un poco más, que por aquí van bien», indica uno de los ayudantes a una familia. La hija ya vino el año pasado, pero reconoce que no se ha orientado nada bien. «¡Me lo han cambiado!», se queja una vez fuera. No le falta razón.
Tras el éxito del año inaugural, la segunda temporada del laberinto introdujo cambios en el recorrido. Así lo confirma Mónica Pérez, que atiende a los clientes del laberinto. «Estamos preparando más ideas para el futuro, pero de momento no las podemos confirmar», adelanta. Todavía recuerda la notoriedad que obtuvo la atracción tras la apertura. «El año pasado fue un auténtico boom», ratifica cuando recuerda toda la afluencia y la cobertura alcanzada en los medios de comunicación en 2017. Sin embargo, asegura estar muy satisfecha con la cantidad de gente que sigue viniendo. «Todavía se acercan muchísimos turistas y se lo siguen pasando igual de bien», asevera Pérez mirando a todos los visitantes.
Algunos encontraron hace un rato la salida y ya descansan tomando un refresco. Otros lo logran ahora y son recibidos entre vítores y aplausos de sus compañeros de expedición. Es curioso. Las caras de alivio se mezclan con algunas de ligera decepción al encontrar la salida, como si al cruzar esa última puerta terminaran las vacaciones y todos tuvieran que volver a casa. Es lo que tiene el verano. Solo queremos perdernos un rato por ahí.
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