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La muerte, aún con todo el dolor que produce, es más llevadera que las miles de preguntas sin respuesta que surgen cuando un ser querido desaparece. Más cuando pasa el tiempo y te sientes «abandonado». Ese adjetivo entrecomillado lo emplea Emilio, el padre de Daniel Noriega ... , el joven de 28 años desaparecido el pasado noviembre en Cieza. Abatido y tirando de la poca energía que le queda, cuenta desde su taberna de Pomaluengo que no piensa cejar en su empeño hasta cerrar la herida, porque de otro modo se le hace complicado desconectar del dolor: «Estoy jeringado, cada día es un sinvivir. ¿Sabes cómo consigo tirar para adelante? Viendo a todos esos voluntarios que cada día se presentan en mi bar -algunos vienen desde Burgos, desde Bilbao...- dispuestos a peinar el río Besaya. No nos conocen ni a mi hijo ni a mí, pero ahí están. Hacen mucho más que las autoridades cántabras».
Esa última frase evidencia el enfado de la familia de Daniel con el Gobierno de Cantabria. De poco o nada han servido las cartas que han enviado al presidente regional, Miguel Ángel Revilla, para solicitar que se reanude la búsqueda porque, aunque han recibido de vuelta «buenas palabras», la sensación es la misma: «Total abandono». «Dicen que están en todo momento en contacto con nosotros, pero yo salvo dos mensajes de la consejera de Presidencia, Paula Fernández, uno de ellos para brindarme apoyo estas navidades, no he recibido más noticias suyas. Ni de la Delegación del Gobierno, que es quién debería poner los medios». Precisamente a ellos, a las autoridades cántabras, Emilio pide un ejercicio de empatía. «Que se pongan en mi pellejo, que imaginen que son ellos los que han perdido a un hijo y no pueden cerrar la herida. No es justo que sean los voluntarios los que se jueguen la vida para buscar a Daniel en el río. ¿Un dron puede volar para echar multas, pero no para localizar a un ser humano?». Al otro lado del teléfono, este padre coraje promete que no parará hasta encontrar a su primogénito: «Si tuviera medios económicos llenaba el río Besaya de gente buscando a Daniel, pero somos una familia humilde y trabajadora y me tengo que conformar con lo que me den de buena voluntad».
emilio noriega
Padre del desaparecido
La «pesadilla» comenzó a las cuatro de la madrugada del pasado 28 de noviembre, domingo, cuando la Guardia Civil llamó a la madre de Daniel para comunicarle que un coche a su nombre había aparecido abandonado en el viaducto de la A-67 en Cieza. Era el vehículo que conducía su hijo. «Lo primero que pensé es que se había quedado sin gasolina», dice Emilio, pero los agentes indicaron que era un lugar «sospechoso», en el que se suele registrar suicidios. Esa es la principal hipótesis que barajan tanto los seres queridos de Daniel como la Guardia Civil, que se suicidó. «Era un niño feliz, no tenía ningún problema. No tomó nunca una pastilla, ni para dormir. Nunca entenderemos por qué lo hizo», cuenta su padre. Al parecer, el joven tenía problemas con su pareja, a quien envió dos audios minutos antes de desaparecer. «En la conversación no expresa rabia, ni odio. Estaba roto, destrozado, llorando y en cierto modo se despide a su manera».
En uno de esos mensajes, tal y como explica su padre a este periódico, el audio se corta «porque creemos que está en el túnel que lleva al viaducto de Cieza», en Somahoz, donde apareció su coche y donde efectivos de la Guardia Civil han buscado al joven sin éxito. Una búsqueda, para Emilio Noriega, insuficiente. «Fue pequeña, comprendemos lo malo que hizo, pero 48 horas no son suficientes. Se debería reactivar ahora que el río está bien y no dejar a mi hijo en el olvido. Queremos darle descanso, por favor».
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