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El 15 de octubre, dentro de apenas dos semanas, Jesús Mari Baranda habría cumplido 68 años. Su cuadrilla le recuerda como «una bellísima persona, amigo de sus amigos, muy extrovertido. Nos contaba todo, no se guardaba nada. Fíjate cómo sería que cuando ... salíamos de excursión llamaba hasta con el pronóstico meteorológico para ver qué ropa íbamos a llevar». La cuadrilla de Vizcaya –en Cantabria tenía otra, con la que mantenía una relación excelente, todo complicidad– staba este lunes destrozada. Y desconcertada. Sabían que algo pasaba, «porque alguien como él no podía estar tanto tiempo sin llamar, sin dar señales de vida. No encajaba para nada con su carácter».
El Diario charló con ellos cuando se disponían a jugar la partida de mus de todos los lunes en el bar Niza de la calle Vizcaya, en Barakaldo, donde se llevan juntando desde hace diez años después de una comida en 'La Florida', a escasos cincuenta metros. Repartidos en dos mesas, Eliseo García Gómez, Graciano García Sánchez, Félix Díez Rozas, Fernando Salvarrey Ugarte, Javier López Larrea y su primo Alfonso Ricondo miraban las cartas con la mirada perdida, sometidos a ese viejo ritual que este lunes parecía totalmente fuera de lugar, los amarracos mudos sobre el tapete verde, arrancando destellos de un vaso de tónica con lima. Es en ese escenario donde unos y otros empiezan a desgranar retazos de la vida de Jesús Mari, cuya desaparición no le cuadraba a nadie que lo conociese.
«Todos, salvo Alfonso que es su primo, somos compañeros de trabajo ya jubilados y nuestra amistad se remonta a muchos años atrás, cuando íbamos a comer al menú al 'Lertxundi' de Trapagarán». La vida les juntó en el antiguo Central Hispano, el banco luego absorbido por el Santander. Jesús Mari entró después de sacar unas oposiciones y ya no salió de allí. Empezó en las oficinas de Gran Vía 4, en Moyúa fue apoderado de caja... «Yo le conocí allí –relata Javier López Larrea–, fue mi primer jefe». Zabálburu, Barakaldo, Basauri, Balmaseda, donde se jubiló... en todas ellas como director de sucursal. «Era una persona con responsabilidades, no un 'mangui' ni un cabeza loca».
Jesús Mari nació en Barakaldo –«como la mitad de los vizcaínos», apostilla Alfonso–, pero a los pocos días su familia se lo llevó a Castro. Vivían en el centro y su abuela tenía un caserío en la pedanía de Sámano. Su infancia transcurrió entre ambos escenarios, siempre mano a mano con su primo. «Yo era un bala y a él me lo ponían siempre como ejemplo. 'Fíjate en Jesús Mari', me decían, 'que ha sacado las oposiciones para entrar al banco'.
Jesús Mari, que había vivido durante años en Bilbao se separó hace catorce años: la mujer se quedó el piso de Deusto y él volvió a Castro, donde rehizo su vida. De aquel matrimonio quedan dos hijos, los dos ya mayores e independizados. La jubilación le llegó con 61 años y fue entonces cuando se dedicó a viajar y a cultivar las amistades que siempre había mantenido. Es hace siete años donde entra en juego Carmen Merino. Él decidió acompañar al sur a un amigo que había iniciado una relación y fue allí donde la conoció a ella. Estaba enamorado y ambos comenzaron una relación de pareja, a menudo salpicada de excursiones con los amigos de él y sus esposas. «Era un buenazo, de los que dicen a su pareja amén, amén a todo, no importa que le hiciera desaires». Porque el carácter de Carmen Merino no había dejado indiferente a ninguno de los amigos . «Era una mujer complicada, siempre de mal genio, a él le hacía desplantes en público», afirman.
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