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¿Cómo una pareja que lleva una vida aparentemente cómoda y sin sobresaltos puede terminar en un presunto caso de asesinato doméstico con decapitación incluida? Esa es la pregunta que se hacen los vecinos de Castro Urdiales y a la que tendrá que responder ... la Guardia Civil, responsable de la investigación en torno a la cabeza cortada que apareció el pasado sábado dentro de una caja en una vivienda de la localidad. El caso, evidentemente, mantiene sobrecogido a un municipio que este lunes apuraba los últimos días de playa mientras el instituto armado buceaba en el invierno de uno de los crímenes más espeluznantes ocurridos en Cantabria.
Las primeras pesquisas han sido las más sencillas dentro de la complejidad que entraña el macabro hallazgo. El paquete con los restos fue entregado el pasado marzo por Carmen Merino, natural de Cádiz y de 61 años, a una amiga con la que compartía amistad y clases de baile en la Casa de Andalucía castreña. La allegada quedó en guardárselo en su casa. Pero el sábado sobre las dos de la madrugada decidió abrirlo ante el insoportable hedor que despedía. Dentro reposaba el terror. Una cabeza humana. O más exactamente, lo que había sido una cabeza. Al parecer, se le habían aplicado sustancias químicas para destruir los tejidos y evitar el olor de la putrefacción.
Antes del amanecer, la Guardia Civil ya se hizo cargo del caso. Tal y como reveló ayer este periódico, el cráneo fue enviado al instituto forense para su análisis. El desenlace entró en cascada. Los agentes arrestaron a Carmen en su domicilio. Como se verá posteriormente, era una detención anunciada. El instituto armado ya la tenía en su radar. Poco más fue necesario para identificar los restos: pertenecían a Jesús María Baranda, de 67 años, origen vizcaíno y jubilado de banca, con el que la detenida mantenía una relación sentimental desde hace unos siete años. Hasta el pasado febrero, cuando el caso se torna aún mas truculento. Ese mes, todo quedó interrumpido aparentemente porque Jesús Mari se ausentó de Castro Urdiales para dedicarse a viajar –sus primeros supuestos destinos, Asturias y Galicia– y «estar de pasota», según los mensajes de WhatsApp enviados a los móviles de sus amigos cuando éstos se alarmaron por su desaparición. La correlación de hechos lleva al instituto armado a pensar que la muerte llegó temprana y en esos mismos días tuvo lugar el presunto asesinato del hombre. Por tanto, alguien envió los textos en su nombre. Luego, están las sombras por iluminar: ¿Fue una muerte premeditada o accidental en medio de una de esas riñas que algunos amigos del fallecido dicen haber presenciado? ¿Cuál fue el móvil de todo este horror? ¿Hubo cómplices? Y, sobre todo, ¿qué razón llevó a la supuesta asesina a decapitar a su pareja, de la que hasta anoche tampoco se había hallado el resto del cuerpo?
11 de febrero . Último día que Jesús Mari se reúne con sus amigos en Barakaldo. «Estaba tranquilo».
18 de febrero . Un mensaje avisa a sus amigos que ese día no acudirá a la comida semanal.
21 de febrero . Su móvil deja de funcionar.
16 de marzo . Cena de jubilados del Central Hispano. Carmen avisa que Jesús Mari ha salido de viaje y su teléfono se ha averiado.
1 de abril . La mujer envía a los amigos un número donde dice que pueden llamarle a su novio.
2 de abril . Todos reciben un WhatsApp en nombre de Jesús Mari, que les dice que está de «pasota» y se queden tranquilos.
A medida que pasan las horas trascienden más datos del escalofriante suceso, instruido por el Juzgado de Primera Instancia número 2 de Castro Urdiales, que abrió las diligencias el sábado y declaró el secreto de las actuaciones. Hay, sobre este asunto, bastante hermetismo por parte de las fuerzas de seguridad, en tanto prosiguen las investigaciones por parte de la unidad orgánica de la Policía Judicial de la Guardia Civil de la Comandancia de Cantabria. Este lunes, sin embargo, se hizo público un escueto comunicado oficial para informar de la detención de esa mujer por el supuesto homicidio de su pareja.
El instituto armado mantiene bajo custodia el piso del número 12 de la calle Padre Basabe donde residían ambos. Según explicaron algunos vecinos a este periódico, la vivienda pertenecía al jubilado vasco, que residió allí con su primera mujer y sus dos hijos antes de separarse. Jesús Mari ocupó diferentes cargos en varias sucursales vizcaínas del Central Hispano y originalmente la familia usaba el domicilio para sus vacaciones. Tras la ruptura, añadieron las mismas fuentes, él continuó en el piso, del que se le veía entrar y salir con su última pareja en los últimos años.
El inmueble fue inspeccionado este lunes por la Policía Científica en busca de indicios del crimen. Los expertos llegaron pasadas las seis de la tarde y permanecieron dentro tres horas y media. Aún no se ha encontrado el resto del cadáver ni ha trascendido si la detenida ha confesado qué hizo con él. El domingo fueron llamados a declarar un hermano y un primo del fallecido, así como la amiga que tuvo la caja en su vivienda de la calle Santa Ana, de mediana edad y que sufrió una crisis de ansiedad al efectuar el hallazgo. Todos ellos se encuentran en libertad.
«Nos ha sorprendido mucho. Nunca se sabe con quien convives». Mercedes Asuaga vive a diez metros del piso donde residía la pareja. Regentó un bar hasta hace tres años al que Carmen y su novio acudían con regularidad, habitualmente a comer o a cenar, a veces con amigos o en compañía de la hermana de ella, con la que este periódico intentó contactar ayer sin éxito. «Él era un señor muy agradable y educado, conocido en Castro. Del tipo de gente que se dice 'de toda la vida'. Ella vino de Cádiz, la conocíamos menos y los dos alternaban como una pareja normal».
– ¿Les vieron discutir alguna vez?
– Nunca. Por eso nos hemos quedado sin palabras al conocer la noticia. Siempre pensamos que todos a nuestro alrededor son normales.
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Hipótesis A: una pareja agradable y sin aristas conocidas. La hipótesis B la ofrecen algunos de los amigos más próximos a la víctima: un trasiego de malas caras, desplantes y salidas de tono por parte de ella. «Nunca sabes que sucede de puertas adentro de una casa», reflexionaba Roberto Baños, un cliente habitual del bar donde Jesús Mari tomaba café.
Precisamente, en la investigación que lleva a cabo la Policía Judicial es crucial el testimonio de los amigos, que permite reconstruir la cronología de los últimos meses. El hombre tenía sus rutinas: alternaba y jugaba a los naipes regularmente con un grupo de amistades que había forjado en Vizcaya y Cantabria entre compañeros de banca, clientes y otros conocidos. Fueron éstos quienes adivinaron la pesadilla al no dar por buenos los argumentos de Carmen sobre la ausencia de su pareja.
La cuadrilla con la que acostumbraba a comer todos los lunes en un bar de Barakaldo y a jugar al mus se reunió al completo por última vez el pasado 11 de febrero. «Estaba súper tranquilo, como siempre. Nada le preocupaba aparentemente». La siguiente cita debería haberse producido el día 18, pero Jesús Mari excusó su asistencia alegando que no podía ir y deseándoles a todos que lo pasaran bien. «El 21 de febrero, su móvil deja de funcionar», explica Javier López Larrea, uno de sus compañeros del banco, «casi un hermano» para Jesús Mari.
Los días pasan y la víctima, que se ha caracterizado siempre por ser un tipo extrovertido y que «no se guardaba nada, nos lo contaba todo», no da señales de vida. Javier, que desde el primer momento ha guardado una relación de fechas, habla entonces del 16 de marzo, cuando «teníamos una cena de jubilados del banco. Llamé a Carmen para ponerla al corriente y me dijo que Jesús Mari había salido de viaje a Galicia y a Asturias, y que estaba sin teléfono porque se le había caído al váter. Nos dijo que ella tampoco asistiría porque le había dado un lumbago». A la cuadrilla, las explicaciones les extrañaron, más todavía cuando Carmen se descuelga un día diciendo que tiene un número de móvil donde le pueden mandar mensajes y poco después, el 1 de abril, otro donde sí le pueden enviar WhatsApp.
Es al día siguiente cuando todos los de la cuadrilla reciben una comunicación en términos similares. Tanto en Bilbao como sus amistades castreñas. La que llega al móvil de Javier dice textualmente: «Hola Javi, estoy muy bien y pasándomelo estupendamente, así que no tienes por qué preocuparte por nada. Voy a seguir de pasota una temporada. Un abrazo». Algún conocido recibe también un texto con «frases como que estaba cansado y tenía ganas de vivir su vida un poco, más o menos que le dejásemos tranquilo». Pero ninguno casaba con su carácter.
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Lejos de mitigar la desazón, el último mensaje, al que todos contestan, pero del que nadie obtiene respuesta, dispara las alarmas. Alfonso Ricondo, primo de la víctima, acude entonces al cuartel de la Guardia Civil de Castro para denunciar la desaparición. Con escaso éxito. «El sargento me dice que no pueden hacer nada, tampoco intervenir su teléfono, porque en el Juzgado número 3 de la localidad les han dicho que el hombre es mayor de edad, su marcha es voluntaria y, por tanto, no hay nada que investigar». La preocupación se va tornando en angustia conforme pasan los días, las semanas. Javier, que es el único que habla directamente con Carmen –el resto lo hace con el hermano de la víctima, que es el que ella usa de intermediario–, suspende la comunicación con la mujer, harto de lo que considera evasivas.
Mientras, Carmen hace vida normal, aunque varios vecinos coinciden en que «se la ve menos y habla con menos gente. Pero como solía ser más callada tampoco nadie le dio importancia. Hay quien dice que tenía su propio piso en otro lugar». «Iba y venía con el carrito de la compra. Normal. Después de enterarnos de que Jesús Mari había desaparecido ya no volvimos a hablar. Se perdió el contacto», dice Mercedes Asuaga. «Yo les veía pasear a los dos y luego dejé de verle a él –añade un residente de bloque cercano–. Circulaba el rumor de que él se había ido o estaba desaparecido y yo creo que nadie quiso preguntar por no inmiscuirse en temas de pareja».
Cabe pensar que, para entonces, la ahora detenida ya se adivinaba bajo sospecha. Cuando acudió a casa de su amiga para dejarle el paquete con el cráneo de Jesús Mari, le pudo haber contado que la caja contenía «juguetes sexuales» y que no quería que los agentes que iban a registrar su casa ante la desaparición de su novio los vieran. El principio del fin.
Carmen Merino ha pasado esta mañana a disposición judicial, después de expirar el plazo máximo de 72 horas desde que fue detenida el sábado por la mañana. La sospechosa del crimen de Jesús María Baranda llegó en una patrulla de la Guardia Civil con los cristales tintados, por los que no se podía ver su rostro. Emtró directamente en coche a los juzgados de Castro Urdiales, donde tendría que declarar ante el titular del Juzgado de Primera Instancia número dos, que es el que estaba de guardia el día en el que su amiga descubrió el cráneo metido en la caja.
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