Daniel Santisteban y su generosidad
Castro Urdiales ·
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Castro Urdiales ·
El protagonista de este artículo fue un gran castreño, solidario, de amor y mucha fe, pero también un gran desconocidoA lo largo de nuestra historia personas de distinto antecedente tanto mujeres como hombres, llegaron a los corazones y penas de los castreños en las épocas en las que les tocó vivir. Enumerarlos a todos sería sumamente complicado. Amor y amistad desgranaba aquella gente ... con Castro en todas sus necesidades y sobre todo Daniel, un hombre íntegro, un castreño de amor y mucha fe, que vivió Castro en toda su intensidad, dejándonos a todos los que le conocimos un gran recuerdo.
José Daniel Santisteban Gabancho, ese gran y desconocido castreño, nació en 1912, fue un niño fue muy aplicado. Estudió en el colegio de los curas del babero, como les decían. Ante su ímpetu juvenil y su afán de estudiar lo mandaron a Orduña para terminar sus estudios de bachillerato. Se marchó a Madrid, donde estudió los primeros cursos de farmacia. De Madrid se trasladó a Galicia para terminar su carrera con notables calificaciones.
Trabajó en el Centro de Salud de Valdecilla, donde se especializó como médico analista. Trabajó con ahínco, pues su profesión para él era una gran pasión. Conoció a Isabel Casuso en la romería de San Cipriano y se casaron en Santa Lucía, parroquia de Isabel, la que durante toda la vida fue su blasón, su más tierna acompañante y consejera. Daniel, hombre previsor, había comprado la farmacia a Eduardo Somonte y de viaje de novios compró los materiales necesarios para instalarse como médico analista. En los bajos del Ayuntamiento, a la derecha, tenía su laboratorio. Me recuerda Maribel cómo su madre Isabel le reprochaba a Daniel que hiciese los análisis gratis a todos los que los solicitaban y que no tenían medios económicos en aquel Castro de la tuberculosis. Él la contestaba que hacía con los demás lo que le gustaría que hiciesen con ellos y añadía: «Ya sabes Isabel que soy como el Santo Campillo, que ponía el trabajo y el hilo». Muchos favores hizo a la gente de la mar, cuando con las enfermedades infecciosas les hacía falta aquella medicina milagrosa tan cara, la popular penicilina, y él solícito se lo fiaba para curar a los pequeños que la padecían y poco a poco entre campañas se lo iban pagando y les decía: «Cuando podáis, no tengáis prisa y ¿qué tal vuestros niños?» Estos mucho se los agradecieron brindándole su amistad y llevándole a fanecas, pez que tanto le gustaba pescar y comer. Nuestro hombre fue un castreño amable y solidario, con una educación exquisita.
En 1949 fundó la cooperativa Vitaminas Españolas con Ocharan y Goicoechea, pensaban dedicarse a la ganadería y a fabricar yogures, pronto debieron de posponerlo para mejores tiempos en aquella España del racionamiento. Su esposa siempre le acompañó en la farmacia, mujer toda amabilidad, siempre con su impoluta blusa blanca y su gran educación. Daniel, desde niño, tenía pasión por la fotografía. Era frecuente verle por calles y muelles plasmando la realidad castreña que abarcaba deportes, pesca, personajes, toros edificios procesiones. Fue un gran carrocista e innovador de la fiesta del Coso Blanco, presentándose al desfile en varias ocasiones e incluso ganó el certamen en 1952 con una carroza que hizo a beneficio de la Peña Rafaelillo e incluso se atrevió en aquellos duros inviernos de antes a confeccionar una carroza en su casa con ayuda de los suyos. La carroza representaba una familia de osos polares que gustó mucho. También, entre sus aficiones estaba construir barcos a escala para los que solicitaba planos a los astilleros gaditanos y los hermanos Helzel «los figurines» le cortaban la madera a sus medidas. Parte de su flota la rifó para beneficio del Hospital Civil. Los barcos que hacía en la trastienda de su farmacia eran bellísimos y los pude disfrutar pues a veces le visitaba y compartíamos aficiones. Fue profesor en el Instituto de Enseñanza de Castro en sus primeros años donde impartió Física y Química, sabiendo por los alumnos de su empeño y profesionalidad.
Daniel, ese gran olvidado, fue uno de los hombres más solidarios de Castro y para con los castreños. Bien que se merece un sencillo homenaje por lo menos. Murió en 1988 con 78 años y aquí dejó un gran vacío.
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