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La madre de Raúl, el joven que la semana pasada tuvo en vilo a la Guardia Civil en Castro Urdiales, está limpiando la casa cuando habla con este periódico. Marta Gutierrez todavía no ha tenido fuerzas para entrar en la habitación, el salón y ... la terraza en la que su hijo se atrincheró durante tres días porque «está todo lleno de sangre y me da mal…». La puerta de entrada está destrozada y no termina de barrer los trocitos de cristal que hay por todas partes.
Todavía tiene el disgusto en el cuerpo pero está «tranquila» y, de alguna forma, «aliviada» porque sabe que en Valdecilla su hijo está bien atendido. El lunes recibió una llamada del psiquiatra del hospital y le puso al día sobre cómo está evolucionando Raúl. No le cuesta hablar de lo que pasó hace unos días porque sabe que hay muchas familias que viven episodios así. Solo desea con todas sus fuerzas que su hijo quiera volver a verla y pueda retomar su vida con la ayuda de los médicos.
Para entender a esta madre basta con ponerse en su piel. Raúl cumple 31 años en unos días y tanto él como su hermano «han sido siempre dos niños perfectos. Buenos estudiantes, con una adolescencia normal… No podía ponerles ninguna pega», comenta orgullosa. Raúl empezó a estudiar Ingeniería Química Industrial en Bilbao y cuando estaba en 2º de carrera (2014) le dio el primer brote. Tardaron dos años en ponerle nombre a lo que le pasaba y, tras diagnosticarle esquizofrenia, empezó con un tratamiento. Como estaba empadronado en el País Vasco le atendían en el Osakidetza, «donde una vez al mes le inyectaban una medicación que le vino muy bien». Durante años no faltó a la cita ni una sola vez. «De hecho, si algún día no era puntual, le llamaban para saber dónde estaba». Para la familia aquello fue un punto de inflexión, y Raúl decidió dejar la carrera. «Es un chico muy listo, siempre tenía muy buenas notas y después se ha sacado un Grado Superior de Mantenimiento y otro de Electricidad. Es muy inteligente».
«Como madre reclamo empatía a la sociedad en general y más recursos para la salud mental»
«Ojalá nadie tenga que vivir lo que estamos viviendo, pero esto le puede pasar a cualquiera»
Cuando llegó la pandemia, Raúl se fue a vivir con su abuela a Castro Urdiales. Allí pasó al Servicio Cántabro de Salud y su psiquiatra de Laredo consideró que las inyecciones tenían muchos efectos secundarios y que era mejor que empezara a tomar pastillas. Marta, que durante los últimos años se ha sacado el título de auxiliar de clínica, empezaba a comprender la enfermedad de su hijo. «Le puede pasar a cualquiera, y le ha tocado a él». De hecho la propia Marta ha tenido que buscar ayuda psicológica para saber gestionar lo que le ha tocado vivir.
Pero hace unos meses todo volvió a torcerse. «Mi hijo tenía conmigo un tira y afloja contínuo. Me provocaba, me insultaba. Si le decía que no silbara tan alto, silbaba todavía más. Si le decía que no diera portazos, daba otro todavía más fuerte…», comenta Marta con auténtica impotencia. Comprobó que su hijo no se estaba tomando las pastillas y cuando se lo decía, él le gritaba que le dejara en paz. Cuando la situación se volvía insostenible, Marta pedía ayuda, «pero cuando llegaba la Guardia Civil o los de la ambulancia le veían tranquilo y decían que no podían hacer nada porque era mayor de edad».
El pasado invierno, Marta y su madre vivieron casi literalmente encerradas en sus respectivas habitaciones. «No le teníamos miedo físico, pero sabíamos que cualquier excusa le valía para encararse y romper cosas». Raúl mide 1.92, y, además de alto, es «pura fibra».
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Sócrates Sánchez Lajarín
El día de autos, Raúl estaba en pleno brote cuando empezó a dar portazos. Marta le dijo que parara y tras gritarle e insultarla, Raúl la cogió en volandas, abrió la puerta de la calle y la lanzó al descansillo de cabeza. Al escuchar los gritos, unos vecinos salieron y la metieron en su casa. Llamaron a una ambulancia y a la Guardia Civil. «Justo tenía el teléfono en la mano cuando me cogió y me lanzó. No tenía documentación, ni la tarjeta sanitaria, ni mi medicación… Todo estaba en casa». «Me llevaron al Hospital de Laredo y tuve que estar toda la noche en observación porque me había dado un golpe muy fuerte en la cabeza contra el suelo». Marta no paraba de pensar en Raúl. «Imaginaba que con lo que había pasado se habría ido de casa», comenta recordando lo mal que lo pasó aquella noche. Cuando le dieron el alta recibió una llamada de la Guardia Civil para que no volviera a su domicilio. Su hijo estaba asomado a la ventana y amenazaba con tirarse. Un negociador de la Benemérita trataba de convencerle para que abriera la puerta y pusiera fin a todo aquello, pero Raúl no entraba en razón. «Nunca tendré palabras suficientes para agradecer a la Guardia Civil todo lo que hicieron por nosotros. Todos los agentes fueron muy empáticos conmigo, se preocupaban por cómo estaba, por qué necesitaba y me buscaron un hostal para estar cerca. Yo no quería avisar a nadie de mi familia porque no quería preocuparles. Menos mal que mi madre llevaba unas semanas en la casa que tenemos en Burgos y no ha vivido todo esto».
Quiere matizar Marta que, medicado, su hijo «es un chico estupendo, amable, simpático, con muchos amigos…». Cuando tuvo el primer brote hace diez años pasó lo mismo. «Estuvo un mes sin querer verme, como si yo fuera el diablo en persona… Pero con las inyecciones volvió a ser el que era». Es más, Marta recuerda un día que estaban en la sala de espera del hospital en Bilbao y entró un chico completamente desestabilizado, dando golpes y gritando. «Raúl me preguntó si él se había puesto así alguna vez, y cuando le dije que sí, se puso a llorar». No se acuerda de nada de lo que hace cuando se desestabiliza.
Marta tiene que coger aire para contar esta historia. Todavía no se ha cruzado con ningún vecino desde que ha vuelto a casa. No ha tenido fuerzas ni para salir ni para entrar en las estancias en las que su hijo rompió todo, desde muebles a cortinas. Estos días está haciendo gestiones para que una empresa de limpieza vaya a ayudarla y le cambien la puerta de acceso a su piso porque está destrozada. Raúl sigue ingresado y esta madre pide empatía a la sociedad y más recursos y profesionales para la salud mental. «Ojalá nadie tenga que vivir lo que estamos viviendo, pero esto le puede pasar a cualquiera», concluye.
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