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Tal es su desconsuelo que a Carlos Ricondo le falta fuerza para llenar los pulmones de aire antes de hablar: «Es que éramos como hermanos. Pasábamos mucho tiempo juntos, él, Alfonso -otro primo que vive por aquí al lado- y yo». «Después de todos ... estos meses desaparecido yo lamentaba que le íbamos a encontrar muerto. Cada vez estaba más convencido. Pero lo que nunca pensé era que lo íbamos a encontrar de esta manera», y hace una pausa para no sobrepasar el límite que lo llevaría a emocionarse.
Carlos Ricondo, primo carnal de Jesús María Baranda, accedió este miércoles a conversar con El Diario Montañés en su casa del barrio de Helguera (Sámano). Tiene los ojos vidriosos y los sentimientos encontrados, entre la tristeza y la ira, aunque no le impiden hablar con entereza del truculento crimen que terminó la madrugada del pasado sábado con la incógnita acerca del paradero del exempleado de banca decapitado en Castro Urdiales. «Todo esto es increíble, aún nos cuesta asumir lo que ha pasado», asegura, todavía en estado de shock. Critica la pasividad judicial ante las insistentes denuncias que sendos primos presentaron desde el pasado abril en los juzgados de Castro Urdiales; describe cómo destapó las «mentiras» que Carmen Merino utilizó para ocultar la verdad del caso y el horror que sintió al conocer que la cabeza de su familiar había permanecido meses oculta en una caja. Sólo le queda un consuelo: «Al menos ahora sabemos dónde está; aunque todavía no haya aparecido el cuerpo».
La de Carlos Ricondo es la típica casa de pueblo. La antigua cuadra es ahora un choco presidido por una mesa que tiempo atrás acogió largas sobremesas con todos los primos, incluido Jesús María. «Cuando matábamos el chon venía, cuando hacíamos chapuzas venía... pasaba aquí muchísimo tiempo. Si es que él se crió en esta casa que fue de mi abuela», asegura.
Recuerda los primeros compases de toda esta siniestra historia, cuando le invitaron a una fiesta familiar, en tiempos de la matanza del cerdo. No hubo respuesta. «Alfonso me dijo que no estaba por Cantabria. Que Carmen le había dicho que se había ido a Galicia. Y como era un viaje que solía hacer de vez en cuando con los excompañeros de trabajo del banco, no le dimos más importancia».
Pero la ausencia se prolongó en el tiempo. Y lo que fue más sospechoso, lo hizo sin conocerse noticia alguna de Jesús María. «Después esta mujer nos dijo que seguía por ahí perdido, que se había ido a un chalé de un amigo en el País Vasco. No sé, en ese momento todo empezó a parecerme muy raro», asegura.
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Comenzaron a escribirle mensajes de texto y no hubo respuesta. «Ella nos llegó a decir que el teléfono se le había caído a la ducha, o al retrete, y que se había estropeado. Y que ella le había comprado uno con tarjeta prepago para que hablara». Ahí comenzaron realmente las sospechas.
«Estaba claro que quien escribía aquellos mensajes no era él y nos empezamos a mosquear», aclara Ricondo. «Empezaban con un 'hola' y él nunca empezaba así. Decía algo así como 'Primo tal, o primo cual', llamándonos por nuestro nombre». Los meses sucesivos llegaron más textos: 'Estoy bien y esto es muy bonito. Y cuando venga otra vez voy a traerme a Carmen porque esto es precioso'.
Así hasta que llegó el día en que se colmó la paciencia. «Nos reunimos los dos primos y decidimos mandarle un mensaje pidiéndole que nos enviara un audio con su voz, o que nos llamara por teléfono. Dejando claro que no creíamos que fuera él el que estaba escribiendo esos mensajes, que pensábamos que todo era una mentira. Y que si no lo hacía, bajábamos a la Guardia Civil a denunciar su desaparición». No hubo respuesta, y sus familiares cumplieron la amenaza. A la mañana siguiente Alfonso Ricondo se personaba en las dependencias de la Guardia Civil para informar del caso. «De las fechas en que sucedió todo esto no me acuerdo, pero sería mediados de abril», concreta Carlos.
Nació en Bilbao hace 67 años pero se crió en Helguera (Sámano). Exempleado de banca, pasaba largos ratos junto a su familia en este barrio. Sobre todo con sus dos primos, Alfonso y Carlos Ricondo. Ayer el laboratorio forense certificó que su identidad se corresponde con los restos de la cabeza aparecida en una caja en Castro Urdiales.
Carmen declaró que él se había fugado por voluntad propia, que la había abandonado sin causa aparente y que no había llevado maleta. Sólo una bolsa pequeña con algunas pertenencias y 12.000 euros que guardaba en casa. «¿12.000 euros en casa? Es imposible de creer. Carlos siempre fue empleado de banca y nunca llevaba dinero en efectivo. Pagaba con tarjeta. Incluso alguna vez que venía por casa para recoger alguna cosa que le había comprado me decía que tenía que pasar primero por el pueblo para sacar dinero».
Nadie hizo nada durante meses, critica. Incluso Carmen lamentaba el abandono. «La gente decía que pobre mujer, que la había abandonado con lo buena que era. Y nadie hacía nada. El juez archivó el caso porque según él había sido una huida voluntaria». Y así las cosas, pasaron los meses. Cada lunes, Alfonso repetía la rutina de presentarse en los juzgados de Castro para preguntar por el caso, para presionar con la esperanza de que alguien les hiciera caso: «Nos hemos sentido abandonados. Ha sido una impotencia tremenda. Ha sido muy complicado vivir este caso». «Hasta que alguien consideró que la cosa empezaba a ser muy rara y el asunto pasó a los juzgados de Santander y empezaron a investigar», justo cuando estaba perdida toda esperanza de encontrar con vida a Jesús María.
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«Yo, sinceramente, pensaba que lo iban a encontrar muerto en el mar o en alguna cueva, el bosque, o vete a saber». La gente de Castro Urdiales habla de unas cuevas junto a los acantilados. «Lugares que si te tiras, ya no te sacan... Llegué a pensar que tal vez hubiera tenido una discusión con ella y se hubiera suicidado. La historia es que pensaba encontrármelo muerto, pero nunca esperé que fuera a estarlo de esta manera».
Cuando su mujer lo llamó para que bajara a Castro Urdiales con urgencia apenas podía sostenerse en pie. Le temblaban las piernas. «No me quiso decir qué pasaba hasta estar abajo. Y cuando me dijeron que había aparecido la cabeza en una caja y que era la de Jesús María... ¡Mecagüen diez! Eso no se olvida, eso... qué te voy a decir, todavía cuesta asumirlo. Creer que alguien pueda hacer algo así a una persona».
No hay indicios que hubieran dado pistas de que la relación entre Jesús María y Carmen estuviera en crisis después de siete años juntos. «Igual ella sí que se enfadaba algo más últimamente, pero nada que llamara la atención», cuenta el primo. Las incógnitas sobre los motivos que desencadenaron la muerte de Jesús María y su decapitación persisten. Lo mismo que la razón que llevó a Carmen a entregar a su amiga en una caja la cabeza de su pareja. Ella dijo, cuando se sintió acosada por las preguntas, que alguien había dejado el paquete a la puerta de su casa y que la conservó «porque iba a ser el único recuerdo que iba a tener de él».
Tan pronto como ingresó en El Dueso pasadas las tres y media de la tarde de este martes, con Carmen Merino se activó el Protocolo de Prevención de Suicidio (PPS). Una premisa que normalmente se pone en marcha con los ingresos de personas que han cometido crímenes de sangre, sobre todo con personas allegadas. Su rutina comenzó a las 8.30 horas, cuando se produce un primer recuento de presas previa apertura de celdas para el desayuno. En 24 horas deberá visitarle el médico y el trabajador social, y a las 72 se reunirá con el educador y el psicólogo. A partir de ahí se establecerá un plan de trabajo con ella, aunque en su condición de prisión provisional, aún no se tomarán medidas. Su día termina a las 21.00 horas, con el cierre de celdas.
A María del Carmen Mendoza, la amiga que custodió la caja, le dio un ataque de ansiedad al abrirla la madrugada del pasado viernes y descubrir su contenido. «Creo que le dio mal y perdió el conocimiento, que no podían reanimarla», relata Carlos. El resto del relato es más conocido. Castro Urdiales se convirtió desde el domingo en foco mediático de toda España. Carmen fue detenida y el martes pasó a disposición judicial. Después de cuatro horas en esas dependencias, ingresó en el penal de El Dueso, en régimen de prisión provisional comunicada y sin fianza.
«Lo que necesitamos es que diga de una vez qué ha hecho con el resto del cuerpo porque en fin...». Sería la manera en que definitivamente la familia podría dar carpetazo a un caso que ha causado gran conmoción. Es, claramente, el último rescoldo que queda por apagar en el amargor de la familia. «Hasta que no esté todo resuelto, y él enterrado, nos costará pasar página del todo. A ver si más pronto que tarde encontramos respuestas y se resuelve».
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Carlos se levanta de la mesa pesadamente y se despide desde la puerta de su casa. Sus ojos continúan vidriosos pero siente sus declaraciones casi como un deber. «Hay mucha gente que está hablando sin saber, aprovechando el minuto de gloria en los medios. Me parece que hay que contar las cosas como son y dejarse de tonterías, bulos y mentiras. Ni había un triángulo amoroso, ni él la pegaba ni nada de eso, en fin. Lo que yo te cuento es cierto».
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