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Ansola

La sirenuca de Castro Urdiales

LEYENDAS DE CANTABRIA ·

Una joven sirena patrulla la costa castreña para advertir a los marinos de los peligros de los acantilados

Aser Falagán

Santander

Sábado, 1 de octubre 2022, 07:51

Quiera Dios que te vuelvas pez! Con estas palabras arranca una de las leyendas clásicas de Castro Urdiales: la de su sirenuca. Un clásico universal, sí, pero esta con mucho mejor carácter que las de Homero. Quizá porque no nació así, sino humana, y por eso su empatía con los marinos. El relato, como tantos otros, se pierde en el calendario. Ni nombres, ni fechas ni nada que se le parezca, pero ha resistido el paso del tiempo y aún hoy da nombre a edificios y negocios de la villa marinera.

La Sirenuca, que con ese nombre se quedó, es una intrépida mariscadora castreña con poco miedo al mar. Joven, muy joven, y aún humana, acostumbraba a adentrarse en las zonas más recónditas y peligrosas de la costa, allí donde el resto no se atrevía, a la caza de las mejores piezas y sin importar el estado de la mar. La necesidad obligaba agudizar el ingenio y asumir más riesgos, y allí, sin competencia en una zona sin esquilmar, conseguía los mejores botines.

La leyenda la describe rubia, de ojos azules y algo vanidosa; tanto para portar siempre un espejo en el que mirarse. Incluso durante la faena, sin importar el envite de las olas de Ostende en un ritual que pronto se convirtió en habitual y conocido en toda la villa. Un espejo de nácar que llevaba siempre encima, incluso cuando salía a trabajar por los acantilados.

También para su madre. Poco le debía importar lo del espejo, pero bastante más que su hija de jugara la vida todos los días. Mil veces le había repetido que no se asomara a los barrancos, que hiciera lo mismo que las demás mariscadoras; que no merecía la pena tanto riesgo. Y mil veces que no le había hecho caso.

Hasta que una tarde estalló.Se enteró de que la chiquilla había salido de nuevo a los acantilados y la esperó en casa: ¡Quiera Dios que te vuelvas pez!, le gritó, pero la bronca no tuvo efecto. Al día siguiente la Sirenuca, que todavía no lo era, volvió a salir de marisqueo en una mañana especialmente agitada. En un descanso, volvió a sacar su espejo mientras cantaba, pero esta vez se le cayó al mar y al intentar recuperarlo se cayó al agua.

Buena nadadora, consiguió  ganar de nuevo la costa en medio del temporal, pero cuando trataba de trepar por las rocas, comprobó que ya no tenia piernas, sino una cola de pez que le nacía de la cintura; la misma que le había permitido, sin saberlo, escapar del empuje de las olas. La maldición de su madre se había cumplido y comprendió que ya no podría volver a tierra.

Desde entonces, la Sirenuca habita en la costa de Castro Urdiales y canta, como lo hacía cuando era una niña y salía a buscar marisco. Pero ya no por matar el tiempo, sino para avisar a los barco de la cercanía de los acantilados y de los peligros de la costa, así que pronto se ganó las simpatías de los marinos, conscientes todos de su presencia aunque no se dejara ver.

Pero la historia no termina aquí, sino que tiene un epílogo. Se cuenta que una noche un pescador observé que le costaba mucho más de lo habitual recoger las redes tras la faena. Tanto que a punto estuvo de no poder hacerlo. Y cuando al fin consiguió embarcarlas comprobó que la captura era mucho mayor y extraña de lo que podía haber imaginado: había enredado a la Sirenuca.

Y claro, lo de siempre. Que si los ojos azules, que si el cabello rubio, que si el amor romántico y el flechazo. No pudo evitar besarla –a saber si con o sin permiso– y con el beso rompió la maldición. De pronto la Sineruca ya no lo era, sino que se había convertido de nuevo en humana, aunque sin pedirlo. Y aunque la idea no debía seducirle demasiado volvió a tierra con el pescador, que con el tiempo se convirtió en su marido.

Tampoco termina aquí el cuento. Ni había pedido que la rescataran ni había que rescatarla de nada, porque ella era feliz en el mar, y un día que patrullaba la costa, como siempre había hecho, observó algo extraño en los acantilados. Se acercó  y vio su viejo espejo, aquel que había caído al mar años atrás. Recordó entonces sus años en la mar y se echó al agua, pero ya no por accidente ni para recuperar el espejo, sino para volver a ser una sirena.Así fue. Sus piernas volvieron a transformarse en cola de pez y comenzó a nadar mar adentro, sin mirar atrás y sin acordarse ni de su anterior vida ni de su marido, que nunca volvió a verla.

Desde entonces la Sirenuca de Castro Urdiales nada y bucea por Ostende, Brazomar y toda la costa castreña sin ganas ni necesidad de que nadie la devuelva a un lugar que ya no le pertenece. Sí que sigue cantando, en especial por las noches, para alertar a los barcos de los peligros de los acantilados.

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