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En la mañana de un lunes cualquiera, como el de ayer, la calle Ardigales de Castro Urdiales es un lugar amable. Vecinos que pasean, que compran el pan, toman un café y hacen recados. Pero cuando se pone el sol, el lugar muta en una ... suerte de espacio peligroso y que reúne a la «peor calaña del pueblo», cuenta Desiré González, residente en los alrededores. «Estamos asustados. Esto no puede seguir así porque no hay quien viva». «Necesitamos que hagan algo para frenar las batallas que hay cada fin de semana en esta zona», apunta con temor. «Tengo un hijo de 20 años y le tengo dicho que no aparezca por aquí».
Es el sentir general de vecinos y comerciantes, que ven cómo las madrugadas de los fines de semana esta zona de paso en el centro de la localidad se convierte en un territorio donde se suceden las peleas y broncas, como la que el pasado fin de semana terminó con un joven de 28 años ingresado en el Hospital de Cruces por una puñalada que lo dejó al borde de la muerte. «Tenemos miedo, y nadie hace nada», insiste González.
«Las cámaras pueden probar que ninguno de los de la reyerta entraron ni salieron del local»
«Tengo un hijo de 20 años y le tengo dicho que no aparezca por aquí los fines de semana»
«Hay mucha gente que se junta aquí. A mi me da mucho, pero muchísimo miedo»
En la panadería Ardigales conocen bien el panorama. Ellos llegan al establecimiento a primera hora de la mañana, cuando «la cosa está aún candente los sábados y domingos», cuenta la dependienta, que prefiere el anonimato. «Los fines de semana es cuando más complicado se pone, pero ¿qué queremos? Lo que hace falta es que le dejen hacer a la policía y que incrementen el número de agentes», afirma.
«Hay que solucionarlo»
Frente a su establecimiento hay una carpintería. María Sarabia sale del taller. Es joven. Conoce bien el ocio nocturno de la localidad y por eso habla con propiedad. «Dicen que la pelea ha sido fuera de la discoteca», afirma de primeras. «Lo que pasa es que mucha gente viene aquí porque es la única que hay; y aunque a muchos no los dejen pasar, porque tienen seguridad, pues se ponen por la calle y al final hay líos», revela. Ella no sufre tanto la situación porque los fines de semana no abre, y por eso «me libro un poco de padecerlo, pero es algo que hay que solucionar», se suma.
Los paseantes están inquietos. Comentan lo que sucedió el sábado y la presencia de los periodistas en la calle. Castro Urdiales es un lugar tranquilo por las mañanas y cualquier anormalidad turba la rutina de la gente. La mayoría reprime el comentario que se escucha más allá del cuello de su camisa;pero siempre hay excepciones. «Aquí lo que hay los sábados y los domingos por la mañana es un cúmulo de mierda que no hay quien pare», se despacha Maite Caballa, propietaria del establecimiento OPS moda, en la misma calle. «Esto –por la discoteca Safari– está abierto hasta altas horas y al final hay mucha gente que se junta aquí. A mi me da mucho, pero muchísimo miedo», asegura. Ella también tiene hijos, «uno de 19 y otro de 15», y no les deja acercarse por la zona. «Los tengo muy localizados y no les permito que se paseen siquiera por aquí por la noche». Cuenta que ha visto bandas enteras tomar las calles, y correr a la pelea. Que es necesaria más protección con más «agentes de la autoridad» y que si no se hace nada, «al final los chavales están haciendo lo que les da la gana, porque nadie los frena, y vamos a terminar teniendo un gran disgusto».
El pasado sábado a punto estuvo de haberlo, porque el joven apuñalado estuvo muy cerca de perder la vida; aunque se recupera en el Hospital de Cruces, donde se encuentra «grave pero estable». La riña tumultuaria que se produjo en la calle, en los alrededores de la discoteca Safari, se convirtió en una jauría que corrió por las calles hasta llegar a la calle Timoteo Ibarra, junto a la iglesia. «Lo importante aquí es matizar que la discoteca no tuvo nada que ver en esto», defiende Tomás Sánchez, propietario del negocio.
«Las cámaras de seguridad pueden probar que ninguno de los que protagonizó la reyerta entraron ni salieron del local. No tenemos nada que ver en esto y es importante que se sepa», insiste el empresario del ocio nocturno, que además cuenta con seguridad privada en las puertas. «Lo que tienen que hacer es poner solución en las calles y no echarnos la culpa a los que hacemos nuestro trabajo con todas las medidas de seguridad».
Los vecinos ya no saben de quién es la responsabilidad, pero dicen estar «hartos y asustados» porque los fines de semana la zona se convierte en un lugar «imposible». Yno sólo en verano, cuando el turismo multiplica la afluencia al ocio nocturno. También en un fin de semana de octubre como este pasado.
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