Secciones
Servicios
Destacamos
Circular por una antigua carretera nacional a la que una autovía ha relegado a un segundo plano es como adentrarse en una casa cerrada durante décadas. Vestigios del pasado frente a nuevas formas de vida que tratan de subsistir. Eso es lo que siente ... el viajero en la N-634 entre Liendo y el límite provincial con Vizcaya. Vidas –y vías– paralelas. Una llena de actividad, mucho más rápida y eficaz. La otra, «la de toda la vida», como dicen sus usuarios, es más virada, lenta y sosegada.
Cuesta imaginarse cómo eran los viajes por la N-634 hace sólo unos años. «Ir a Bilbao era una aventura», cuenta Martín. Aparcado junto al monumento al motorista ausente, llevaba tiempo con ganas de resucitar las vivencias y emociones de su niñez. «Teníamos familia en Baracaldo y ni me acuerdo las horas que nos llevaba llegar desde Santander. Solo sé que, antes de subir Saltacaballo, mi padre paraba el 850 (Seat), nos bajábamos, estirábamos las piernas y continuábamos la marcha», recuerda. Entre Liendo y el pueblo de El Haya, ya en Vizcaya, apenas hay 30 kilómetros. «Esta carretera siempre estaba atascada y de viernes a domingo se ponía imposible», cuenta una pareja mientras toma un café en el restaurante que hay en el alto, en el límite entre ambas provincias. «Y los coches de ahora no tiene nada que ver con los de antes», apostilla otro cliente. «Entonces, ni aire acondicionado y muchos, ni radiocasete. Los asientos eran incomodísimos, los habitáculos más pequeños y no todos tenían cinturón de seguridad», añade.
Media hora es el tiempo que lleva recorrer este trayecto por la nacional. En cambio, por la autovía, que discurre junto a ella como los raíles de las vías férreas, se reduce en diez minutos. Más rápido pero también menos placentero. La velocidad priva al conductor del goce de descubrir paisajes y lugares recónditos. Como el antiguo puesto de socorro de la Cruz Roja de Saltacaballo, que lucha por mantenerse en pie. Los carteles de los conciertos y celebraciones ya descoloridos sirven para hacerse una idea del tiempo que lleva cerrado. Por el camino se puede disfrutar de rincones mágicos. Como la playa que hay en Islares. Junto a Las Arenillas. Es el antiguo puerto que, cuando sube la marea, se convierte en una idílica piscina natural. «Nos ha llamado la atención por lo cristalina que está el agua», cuenta una pareja de Barcelona mientras se refresca.
La carretera continúa hasta Castro Urdiales con el Cántabrico a un lado. Es como conducir por una extensa terraza elevada sobre el mar. Las vistas desde el alto de Saltacaballo son de postal. Se ve Castro a los pies iluminado por la luz naranja de primera hora de la mañana. La subida es como un Scalextric lleno de curvas. Es aquí donde aparecen algunos negocios, sobre todo de hostelería, que buscan el reclamo de los que aún utilizan esta vía para desplazarse.
Mioño es otra parada obligatoria. Destacan los leones, como los del Congreso, que presiden la entrada a su junta vecinal. Es un pueblo que muestra orgulloso su pasado minero. El antiguo cargadero de Dícido está cerrado al paso. Lleva así mucho tiempo. «Demasiado», dicen unos turistas que, aun así, sortean las vallas y deciden continuar con su plan. «La gente sigue pasando igual. El que viene a verlo, al final hace caso omiso de las señales», relata uno de los operarios que desbroza la maleza que casi engulle este bonito paseo. También cuenta con una playa muy recogida con un pequeño aparcamiento en el que varias autocaravanas y alguna furgoneta han pasado la noche. «Es perfecta para venir con niños porque el espigón protege de las olas. No es nada peligrosa», explica un matrimonio francés que, tras despertarse, está preparando el desayuno al aire libre.
Ya solo queda Ontón, donde un altavoz en el campanario de la iglesia ha sustituido el antiguo tañer de las campanas. Los peregrinos llegan en busca de refugio para descansar. Son, ahora en verano, los usuarios más habituales de la N-634. «El Camino del Norte gana cada día más adeptos», dicen. «El que discurre por el interior del país está bien, por supuesto, pero no se puede comparar con andar todos los días con el mar Cantábrico guiándote a tu derecha. Por aquí se va mucho más fresquito», sentencia otro que ya ha recorrido los dos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.