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Los vecinos de la Puebla Vieja se han hartado del botellón y el vandalismo que cada fin de semana convierte sus calles en el escenario de una fiesta sin freno. Un lugar donde los cánticos, los gritos, las peleas y el continuo estrellado de botellines ... sobre el asfalto hace imposible conciliar el sueño. Eso sin olvidar la propina en forma de compresas, tampones, micciones y aguas mayores que les dejan a la puerta de sus casas. En un verano de altas temperaturas, muchos de los residentes tienen que elegir entre cerrar las ventanas y asfixiarse, o pasar la noche en vela y respirando «un olor nauseabundo». Terrazas cuyos horarios van más allá de lo regulado y locales alquilados por cuadrillas se han sumado a modo de reclamo a una oferta de ocio que deja en papel mojado el derecho al descanso.
El hartazgo es manifiesto y lo gritan a los cuatro vientos. Es el caso de la joven Tamara González, vecina de la calle San Martín, donde viernes, sábados y, ahora también martes, resulta «imposible conciliar el sueño antes de las tres de la madrugada». Relata un escenario de batalla campal «con ruido, basura y eruditos que intentan dar lecciones de canto, o de actuación, o de tiro al blanco, con mi balcón lleno de objetos variados». Ante este panorama se pregunta «si vivir en la Puebla Vieja me convierte en ciudadana de tercera, ¿no tenemos derecho a un mínimo de respeto?», plantea.
El laredano Blas Camino reside en la plazoleta del Marqués de Albaida. Allí, este trabajador municipal ya jubilado capea como puede la indignación que semana tras semana le lleva a ver cómo dejan el lugar repleto de cristales. Su parte de guerra incluye un desagradable añadido: «Una de las bisagras de la puerta me la han podrido a base de orín», dice. Por supuesto, también es de los que tiene que cerrar sus ventanas a cal y canto. E insiste: «Es insoportable. Nos tienen abandonados, pasan de nosotros». Su queja, como la del resto de vecinos, se dirige directamente al Ayuntamiento de Laredo. Allí, la alcaldesa, Charo Losa, se limita a remitir al periodista al jefe de Policía Local, Francisco Roiz. Un responsable que reconoce su impotencia ante la carencia de efectivos. «Estamos desbordados. Apenas tenemos una patrulla disponible por la noche y nos resulta imposible estar en todas partes. Atendemos cada aviso, pero no siempre podemos ir de inmediato. Y si vamos, muchas veces ya no están», señala el agente.
Dos de la madrugada. Una joven habla a gritos por el móvil. «Aroa, vente. Estamos en la calle de las meadas». Se refiere a la Callejilla. Un lugar al pie del Arco de la Blanca en el que sus vecinos van de sobresalto en sobresalto. Meadero oficioso de esta ruta del botellón, no es la primera vez que revientan a patadas las cerraduras de los portales, vuelcan los contenedores o usan los coches de los vecinos a modo de barra improvisada. Marta Miguel, vecina de esta calle, se suma a las quejas. «Es imposible descansar». Ella resume el sentir general: «Merecemos el mismo respeto que el resto». En los años 80 una norma posibilitó convertir antiguas cuadras en bares de copas. Hacer del casco histórico de Laredo uno de los centros de la movida nocturna acarreó deterioro y ruina. Cuatro décadas después, el guión sigue sonando a conocido. El proyecto más emblemático del Ayuntamiento para el casco histórico se ha bautizado como 'Repuebla'. Una cruel ironía.
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