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Muchos ni se percatan de su presencia. Los más nerviosos porque están deseando que los cuatro minutos pasen cuanto antes. Los embelesados con el paisaje, porque disfrutan con las vistas y los zigzagueantes caminos. Los montañeros, en cambio, los saludan por su nombre y les ... preguntan por la meteorología antes de enriscarse en el paraíso de la piedra caliza. Son los 'cabineros' del teleférico de Fuente Dé. Testigos mudos de una instalación que en época estival es un continuo trasiego de turistas.
«Siempre, lo mismo. Aunque suben veinte y bajan otros veinte, las conversaciones se repiten». Lo cuenta José, que lleva trece años de operario. A simple vista es un trabajo sencillo. Y monótono. Abren las puertas, pulsan el botón para cerrarlas y, cuando todos están dentro, dan el visto bueno por el telefonillo para emprender el ascenso o el descenso. «Pero cuando hay una parada a mitad de camino por algún motivo -a veces, el ímpetu del viento o algún bajón de tensión en la corriente- también nos ocupamos de tranquilizarlos», señala José Luis, otro de los trabajadores. No es lo habitual. El teleférico presume de no haber registrado ninguna incidencia de importancia en sus casi 53 años de vida.
Lo que nunca falla es el viajero aterrorizado por el vértigo. La cabina salva 753 metros en poco menos de kilómetro y medio de cable y se detiene en la estación superior a 1.823 metros de altitud. «Hay gente que lo pasa realmente mal; otros sólo lo simulan para gastar una broma y algunos son convencidos por amigos y familiares y se meten dentro en el último segundo», cuentan los trabajadores. Para muchos el simple hecho de haberse enfrentado a su miedo ya es un logro. Tan grande como para tirar una moneda en señal de agradecimiento nada más bajarse.
En plena época alta el teleférico funciona a pleno rendimiento. De nueve de la mañana a siete de la tarde. El día de la visita el termómetro rozaba los 30 grados y no había una sola nube en el cielo. Los ingredientes perfectos para convertir esta instalación en una gigantesca sala de espera. Los escaladores y alpinistas madrugan. Están preparados con los macutos más de una hora antes de la apertura. Solo así se garantizan subir en el primer viaje y evitar las tediosas esperas. A los turistas, todo les pilla de sorpresa. «Siguiente viaje, del 840 al 860», suena por los altavoces. A pesar de que la temporada alta no ha terminado de despegar, aseguran, hay tres horas de espera antes de subir desde que sacas el billete en las taquillas. Lo mejor es no perder la paciencia y matar el tiempo.
El calor abrasador refugia a los excursionistas bajo las abundantes sombras. Por suerte hay un bosque pegado a la estación inferior. «Yo no me subo ni loca. Voy a entrar en el bar y a comprar un bocadillo, y aquí os espero», espeta una mujer al grupo con el que había llegado. En la cafetería Fuente Dé también hay que tener paciencia. «¿Me pondría unos bocadillos?», pregunta un padre de familia a la camarera. «Claro, sin problema», le dice ella. «Pero tendrá que esperar porque tiene doscientos delante», puntualiza. «¿Personas?», vuelva a preguntar el turista. «No, bocadillos. En cocina tiene que preparar doscientos antes que lo suyos», apostilla la empleada. El padre de familia, con cara de circunstancias, sigue las instrucciones que le da un visitante veterano: «Mejor cómpralos en la cafetería de la estación de arriba, suele tener menos jaleo».
Aún no son las cuatro de la tarde y en El Cable -así llaman a la estación superior- ya empiezan a formarse las colas. El embudo de primera hora abajo se repite arriba. Mientras tanto, los turistas disfrutan de un día en el que de un vistazo se puede completar una de las zonas más bellas del macizo Central de Picos de Europa. «¿Alguien conoce los nombres de las montañas?», pregunta en alto un hombre. «Peña Olvidada, Peña Vieja, Horcados Rojos, Tesorero, Altaiz, San Carlos, Padiorna y Peña Remoña», recita de memoria una persona a su lado.
Termina la jornada. «Aquello es el Naranjo de Bulnes, ¿no?». El 'cabinero' hace una mueca. «Eso también se escucha a diario. Lo confunden con Peña Remoña», comenta en bajo.
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