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José Collado lleva el todoterreno de memoria por pistas que a los ojos de un tipo de ciudad son un imposible. Cada vez que habla da una clase de geografía de Picos. Responde sobre distancias, caminos y hasta sobre la dirección que tiene que tener ... el viento para que un disparo se escuche entre dos puntos separados por tres kilómetros en las montañas. Es amigo de la familia de Eloy Campillo y, arriba, ya en la boca de la torca en la que encontraron los restos del guarda y pedáneo de Sotres desaparecido desde 1945, señala hacia el fondo y suelta una frase que el periodista no puede dejar escapar. «Después de 74 años amanece». Está con los nietos del hasta hace poco desaparecido -El Diario adelantó ayer la noticia del hallazgo-. «Sabemos lo que hay ahí. Lo que estamos deseando es verlo todo fuera, clasificado, en nuestro poder y darle sepultura como corresponde». Es la tercera vez que José Rodríguez y José Manuel Fernández suben hasta La Topinoria. La torca es un hueco que no parece gran cosa entre matorrales y roquedos. Pero la sima, en terrenos del municipio cántabro de Cillorigo de Liébana, se extiende 180 metros bajo la superficie. «Ya ves donde está».
La primera vez subieron con el investigador Antonio Brevers y los espeleólogos del Interclub Tracalet-Flash -de las federaciones Valenciana y Madrileña- que llevan años explorando cada hueco de la zona. Ellos fueron los que hallaron los restos de Eloy que sirvieron para identificarle con el ADN. La segunda, ya confirmada la identidad, con la única hija que queda de los cuatro huérfanos que dejó la víctima. Mercedes. La madre de José Manuel. «A ella al subir aquí se le juntó todo. El cansancio, la emoción... Saber que aquí abajo está tu padre». Fue duro para la mujer, de 78 años y que pocos días después tuvo que ser ingresada.
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Porque subir es una pequeña aventura. El todoterreno está aparcado junto a casa 'La gallega', en Sotres. «Si no, son dos horas andando», bromea el conductor. Toma una carretera -«si siguiéramos llegaríamos a Tresviso»-, pero pronto cambia el asfalto por el piso empedrado de una pista en la que el coche no deja de dar saltos. «Aquí ya estamos en Cantabria». Por aquí, entre caminos, uno pasa de una comunidad a otra dando brincos. Ellos van marcando el camino. «Por ahí vamos a pasar», dicen señalando el imponente pico Macondiu. La pista, de hecho, rodea la montaña en un trayecto poco apto para vertiginosos. «Seguiremos por ahí si no tenéis miedo».
Los nietos cuentan, entre salto y salto a bordo, que su abuelo nació en Bulnes y que José -el que conduce- es una de las personas «que han dado su tiempo desinteresadamente para ayudar». A la altura del Casetón de Ándara, un refugio, se paran a saludar a uno de los excursionistas que anda por la zona. Allí hay una vagoneta que todos fotografían y que recuerda el pasado minero del lugar. Está justo al lado de la cueva en la que el propio José deja curar sus quesos, una tradición milenaria de esta parte del mundo. «Esto está plagado de bocaminas y bajo tierra hay relevos enteros». Historias trágicas de tiempos duros.
El paisaje -si uno se atreve a mirar desde el coche- es alucinante. Con el mar en el horizonte y cumbres que sobresalen sobre un puñado de nubes que se han quedado más abajo. Por allí Sotres, por allá Bejes, hacia allí La Hermida... Vau los Lobos, Hoyo del Tejo... Repiten nombres para situarse mientras la pista rodea el Macondiu hasta llegar al punto fijado para detenerse. Toca seguir a pie.
Es un paseo 'pindio' de unos quince o veinte minutos. Ellos insisten en señalar la torca desde la distancia. «¿Lo ves? Es esa zona verde que forma como un triángulo». Pero cuesta distinguirlo. De hecho, si uno va despistado se toda de bruces con el agujero, rodeado de matorrales y roca. Tiene su riesgos y -cuentan- al fondo hay restos de animales que fueron imprudentes.
Verse no se ve mucho, más allá del enganche que queda asido a la roca de los espeleólogos. Es una abertura estrecha de unos cinco metros, aunque sólo se aprecia vacío en dos espacios pequeños en un extremo separados por una roca que desaparece más abajo y deja libre la cavidad. Según aparece en el Catálogo de Grandes Cavidades Cantabria Subterránea, el espacio que hay bajo los pies tiene varias terrazas y desemboca en una 'sala del barro'. Eso está a 180 metros.
José Manuel y José, los nietos, se sientan junto a la boca. «El que vino aquí conocía el terreno». Reflexionan en alto sobre la vida de los guerrilleros que se llevaron a Eloy a las montañas de las que no volvió tras la emboscada de Pandébano (falleció un guerrillero y dos guardias civiles). Buscaban saber quién les delató. «Mi abuela quedó con cuatro hijos pequeños y un panorama... En el pueblo y en los alrededores todos son conocidos». Dimes y diretes.
Toca volver. Paseo cuesta abajo y otra vez el todo terreno. El camino que están deseando hacer por cuarta vez ya con el permiso del Gobierno de Cantabria para recuperar lo que queda en base a la Memoria Histórica. «Para descansar de una vez».
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