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El albergue de Santo Toribio de Liébana abrió ayer sus puertas por primera vez desde el anterior Año Jubilar y recibió al primer grupo de peregrinos. Fotografías: Pedro Álvarez
Voluntariado al final del Camino Lebaniego

Voluntariado al final del Camino Lebaniego

El albergue de Santo Toribio reabrió ayer sus puertas con un programa pionero para favorecer la integración de inmigrantes

Sábado, 15 de abril 2023, 07:26

El albergue de Santo Toribio de Liébana abrió sus puertas ayer, tras más de cinco años cerrado a cal y canto. Había mucho trabajo que hacer para poner al día el hospedaje que recibe a los peregrinos en el punto final y más espiritual del Camino Lebaniego. La Fundación Nuevo Voluntariado, en coordinación con el Gobierno de Cantabria y los ayuntamientos de Camaleño y de Potes, ha devuelto a la vida este albergue que, además, ha puesto en marcha un proyecto pionero llamado 'Voluntariado de Integración para la atención del Peregrino'.

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«La fusión entre el voluntariado y el Camino Lebaniego es una gran fórmula de integración en la sociedad para que los inmigrantes recién llegados a España no acaben en la calle y se sientan productivos en el tiempo de tránsito en el que les ayudamos a poner en orden su papeles y obtener el permiso de trabajo», explicó María Parra, presidenta de esta fundación.

El albergue de Santo Toribio estará todo el Año Jubilar gestionado por voluntarios itinerantes. En estos momentos hay siete que han estado trabajando intensamente para abrir ayer sus puertas y que se ocuparán de todas las labores: limpieza, hacer camas, cocinar, recibir a los huéspedes, facilitar información...

Dos peregrinos, en una de las habitaciones del albergue. Pedro Álvarez

«Peregrinar saca lo mejor de las personas. En el Camino se comparte, se conocen, se esperan, se escuchan, se aconsejan, se ayudan… La suma entre peregrinaje y voluntariado eleva la espiritualidad del Camino Lebaniego», opinó Parra.

LAS FRASES

«Son voluntarios durante el tránsito para obtener el permiso de trabajo y que no acaben en la calle»

María Parra

Fundación Nuevo Voluntariado

Uno de los siete voluntarios que forman el equipo y que estará todo el Año Santo es Felipe Rivera, que se encarga de cocinar en el albergue. Colombiano de origen, llegó hace pocos meses a España «huyendo de la violencia del narcotráfico del sector de Medellín», explicó. En su país era policía de tráfico y chef en un restaurante.

«Estoy muy agradecido de haber podido contactar con la Fundación Nuevo Voluntariado y recibir esta acogida, que me permite sentirme en familia, tener un techo bajo el que dormir y alimento. Por eso, sólo quiero poder devolver parte de esta ayuda que he recibido. Para mí, hacer este voluntariado es una ayuda mutua. No me gustaría solo recibir ayuda, sino poder yo también sentirme útil y devolver una parte», explicó Felipe.

Los voluntarios llegan al programa de integración a través de diversas ONG y el Banco de Alimentos. La fundación se pone en contacto con los servicios sociales de los ayuntamientos y cumplen un protocolo estipulado por la Policía para garantizar la seguridad de todos.

«Es una ayuda mutua. Estoy deseando trabajar para devolver toda la ayuda que he recibido»

Felipe Rivera

Cocinero voluntario

Autoestima

Esther Fonfría, coordinadora del albergue, se refirió al proyecto de integración de inmigrantes: «Son personas que llegan en una situación muy complicada y, en lugar de acabar en la calle, reciben ayuda. A cambio, devuelven esa ayuda con voluntariado. Poder sentirse útil mientras ponen en orden su vida contribuye a recuperar la autoestima en gran medida. En el tiempo que están con nosotros les mostramos las rutinas, la vida en familia y el reparto de tareas, hasta que un día se ven listos para organizarse una vida normalizada por su cuenta, encuentran un trabajo y se alquilan su propia vivienda».

El albergue ayer se estrenó con el primer grupo de 44 peregrinos. «Hemos trabajado muchas horas para abrir el albergue en la fecha prevista. Estamos muy satisfechos del resultado y de haber cumplido. Había mucho que limpiar, pintar, arreglar... había arañas viviendo aquí desde el 2017», bromeó Natalia García, otra de las voluntarias.

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